Rozando la media noche en la hora local, un sismo considerable sacudió el noreste de Japón. Sobre las costas de Fukishima y Miyagi, se estima que tuvo una profundidad de 60 kilómetros. Según los registros de la Agencia Meteorológica de Japón (JMA), el terremoto fue de 7.3 grados, lo que detonó una alerta de tsunami en todo el país.
Hasta ahora, los registros sismológicos nacionales sugieren que las olas podrían elevarse hasta un metro de altura. El terremoto de Fukushima fue precedido por un sismo de menor magnitud, según reporta El País. Hasta ahora, ambos eventos han ocasionado que varios barrios de Tokio se queden sin luz eléctrica.
Según las estimaciones de la compañía de electricidad de Tokio, alrededor de 2 millones de hogares se quedaron sin conexión a internet. Mientras tanto, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, convocó a una reunión de emergencia con el gobierno local, de manera que se tenga un plan de acción para responder a posibles catástrofes.
Hace cinco años, un terremoto masivo estremeció el fondo marino frente a las costas del oriente de Japón. El sismo desató un tsunami que destruyó grandes extensiones de la nación insular y mató a casi 16 mil personas, dejando pérdidas por 200 mil millones de dólares, y trastornando las vidas de los supervivientes.
Uno de los lugares más afectados fue Otsuchi, pequeña comunidad pesquera en el límite noreste de Honshu, la isla más grande del archipiélago japonés. Cuando las aguas de la inundación retrocedieron, la población había sido diezmada y desplazada.
Alejandro Chaskielberg llegó a Otsuchi en octubre de 2012. El fotógrafo argentino sabía del pueblo por un amigo que tenía parientes allí, y esperaba documentar la devastación. Esta incluía «montañas de escombros» marcadas con banderas rojas donde habían encontrado cadáveres.
«Decidí fotografiar en blanco y negro», dice, «porque pensé, ‘Esto es tristísimo’. Excepto por las banderas, no había más colores allí».
Pero entonces encontró un álbum fotográfico familiar, empapado y abandonado en la calle, y se sorprendió de ver que los colores se habían corrido y fusionado. Concluyó que aquellas tonalidades saturadas eran colores que el tsunami había creado.
Con esa paleta en mente, Chaskielberg comenzó a transformar la tragedia en un cuadro. Pidió a los residentes que posaran de noche, en silencio e inmóviles, en las ruinas de sus antiguos hogares o lugares de trabajo.
Al principio, muchos recelaron. Pero después que organizó un taller de fotografía para estudiantes locales, y llevó a Otsuchi a su hija de cuatro meses, empezó a ganarse su confianza. A la larga, aquel proyecto se convirtió en parte del proceso de reconstrucción del pueblo.
Chaskielberg iluminó a sus sujetos con luz de luna, farolas de las calles y linternas, y usó tiempos de exposición prolongados en las fotografías en blanco y negro. Más tarde, después de escanear los negativos, tiñó las imágenes en su cuarto oscuro digital para darles los colores intensos del álbum fotográfico.
Los resultados, dice, son solemnes e íntimos, meditabundos. Así los describe el fotógrafo:
«[…] intentos de recuperar recuerdos, y de tender un puente entre el pasado y el presente. Las fotografías familiares son parte de nuestros recuerdos, parte de nuestras identidades. Estas personas lo perdieron todo en el tsunami. Así que esta es una manera de ayudarles a crear nuevos recuerdos».
Agrega que es una estrategia tan portátil como útil:
«Quiero demostrar que podemos usar la fotografía para reconstruir nuestras vidas», prosigue. «No sólo con esta atrocidad, sino cada vez que ocurra una atrocidad como ésta».
La vida sigue: los integrantes de un equipo de béisbol infantil posan para una foto después de la práctica. La reconstrucción es solo parte del proceso de sanación para los residentes de Otsuchi; otro paso crítico es reanudar las actividades previas al desastre.
Tres años después del desastre, cinco surfistas en la playa Kirikiri (desde la izquierda) Satoshi Tsuchizawa, Kei Sugimoto, Hiroshi Sugimoto, Yuya Miura, y Rieko Sugimoto- posan cerca de una barrera de protección destruida por el tsunami. Para producir estos íntimos retratos nocturnos, Chaskielberg pidió a los lugareños que posaran donde solían vivir, trabajar o jugar:
«Quería crear un momento espiritual para ellos», dice. «Fue algo que pude sentir, al hacer estas fotos».
Aún intacto, el Altar Benten logró sobrevivir al diluvio en un pequeño islote de la Bahía de Otsuchi. Chaskielberg captó esta imagen inspiradora durante la noche, porque «quería contar la historia de Otsuchi de una manera íntima, y demostrar que la fotografía puede ayudarnos a construir nuevos recuerdos para el futuro«.
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