Si bien el avance lento pero implacable de las coladas de lava se considera el mayor riesgo tras una erupción volcánica en la cultura popular, un nuevo estudio dirigido por la Universidad de Massey en Nueva Zelanda recreó la capacidad de los flujos piroclásticos para arrasar con los obstáculos a su paso y concluye que se tratan del peligro volcánico más mortal.
Los flujos piroclásticos son una combinación de ceniza, gas y rocas volcánicas que viajan a ras de suelo en una erupción volcánica. Se estima que pueden alcanzar una velocidad de desplazamiento de hasta 400 kilómetros por hora y una temperatura superior a los 600 ºC mientras fluyen ladera abajo, con efectos potencialmente mortales y desastrosos para la infraestructura en su camino.
El equipo a cargo de la investigación publicada en Nature Communications reprodujo las condiciones del avance de un flujo piroclástico a través de un canal de vidrio, con la intención de analizar a detalle los factores que pueden hacer de este evento uno potencialmente destructivo.
Tras liberar mezclas de roca caliente, ceniza y gas en un simulador de erupciones piroclásticas (PELE, por sus siglas en inglés) y arrojar el material desde una altura de siete metros, el equipo calculó la velocidad de las partículas, la densidad del fluido y su temperatura en movimiento.
Tradicionalmente, el método para estimar la presión de cada oleada piroclástica (y por lo tanto, su daño potencial) se basa en calcular su velocidad y densidad aparente; sin embargo, no se conocía con exactitud la evolución de ambos factores.
A partir de sus observaciones, el equipo descubrió que los pulsos viajan a través de grandes remolinos turbulentos que oscilan rítmicamente y avanzan con el flujo, provocando “ondas en cascada” que golpean a los obstáculos una y otra vez a su paso. Este fenómeno es similar a un martilleo constante y según los autores del estudio, supone un impacto al menos tres veces más fuerte de lo que se había calculado previamente.
Los datos también sirvieron para dar forma a un nuevo modelo de fluidos que permitirá realizar predicciones más certeras de los pulsos en eventos volcánicos futuros y por lo tanto, evaluar el riesgo e incidir en políticas públicas más seguras de protección civil en zonas volcánicas pobladas.
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