Para evitar las hostilidades militares del Imperio Inca, los uros tejieron sus propios islotes para casas flotantes en el Lago Titicaca. Ésta es su historia.
Tenían que defenderse. Las hostilidades que venían por parte del Imperio Inca habían dejado devastados a otros pueblos aledaños. Sin embargo, los uros se negaron a que la fuerza militar y expansionista los sometiera. Fue por eso que, con las habilidades que habían aprendido de sus ancestros, tejieron islas artificiales en la actual meseta del Collao, al interior del Lago Titicaca del Perú.
Sólo así, lograron defenderse de la invasión inca. No sólo se alejaron de la tierra firme, sino que instauraron su propio sistema económico, agrícola y pesquero sobre aquellos islotes hechos a mano. En la actualidad, los indígenas de esta región en el Perú siguen viviendo ahí. A este caso icónico de conservación del patrimonio se le conoce como las Casas Flotantes de los Uros, donde los pobladores originarios siguen viviendo en la actualidad.
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Pueblo de ‘indómitos’
La vena de autonomía corre desde hace milenios entre los uros. Sus casas flotantes en el Lago Titicaca, por lo tanto, sólo son la cristalización de una larga tradición de lucha por su independencia. De hecho, ‘uros’ viene de la lengua aimara «qhana uru», que se traduce como ‘día claro’. A su vez, ‘uri’ quiere decir ‘indómito’.
Por lo tanto, las casas flotantes de los Uros se conocen localmente, desde hace unos 2 mil 500 años, como ‘el pueblo de los indomables e iluminados‘. Con respecto a cómo se tejen estos islotes artificiales, el periodista Stefano Montali escribe lo siguiente para la BBC:
«Los islotes flotantes hechos por el ser humano, que son el hogar de los indígenas Uros, se crean apilando capas sobre capas de raíces de totora y juncos», explica el autor. «Esta planta resistente al agua crece en el lago y es el sustento de la comunidad de los Uros.»
El material no sólo se emplea para crear estas camas de hojas, sino que también se ha adaptado para crear balsas, casas, techos e incluso petates para dormir. En la medicina tradicional local, además, la planta se aplica como remedio casero, ya que sus flores sirven para hacer tés medicinales.
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Arraigados al Titicaca
Incluso después de milenios de que esta separación de la tierra sucedió, los habitantes de esta región única en el Perú conservan su lengua nativa. Aunque originalmente su idioma era el aimara, el ‘puquina’ se impuso hace miles de años. Hoy se mantiene como la lengua oficial entre los pobladores originarios.
Algunas de las islas artificiales se han mantenido en su lugar por siglos. Para afianzarlas al fondo del Lago Titicaca, los uros «clavan varillas de eucalipto en el fondo del lago como anclas y se atan a los bloques de raíces con una cuerda», explica Montali.
Sólo así, los pedazos de tierra no se dispersan o deshacen entre las aguas. Cuando las cañas se pudren, se reemplazan con nuevas. Es un ciclo que el autor describe como ‘laborioso’, pero necesario para que los islotes mantengan su vigor. Este proceso se tiene que volver a llevar a cabo cada 15 o 20 días, aproximadamente.
Incluso las casas, los colchones y las balsas que los uros usan para desplazarse están en «un constante estado de cambio, de creación y decadencia«, según lo describe la artista peruana Grimanesa Amorós. Aún a pesar de tener una historia de resistencia, hay personas nativas del Perú que desconocen el caso de las casas flotantes de los Uros.
En contraste, la creciente demanda turística por visitar los islotes artificiales en el Titicaca ha afectado la estabilidad de las camas de totora. Aunque para los pobladores originarios es un ingreso significativo, el proceso autóctono de revitalización en los islotes se está llevando a un límite poco sustentable. Aún así, Amorós confía en que, mientras la raíz esté disponible en el Lago Titicaca, las casas flotantes de los uros prevalecerán.
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