En su día, los pueblos aislados de Bretaña, en el noroeste de Francia, eran conocidos por su trajes y tocados distintivos.
Extracto de la edición de abril de la revista National Geographic en español.
Fotografías de Charles Fréger
Salir de un diminuto automóvil europeo es bastante difícil, pero resulta casi imposible con un sombrero de 33 centímetros de alto. Sin embargo, Alexia Caoudal, de 87 años, y Marie-Louise Lopéré, de 90, se las ingenian para apearse desde el asiento trasero del Citröen plateado de un amigo con notable dignidad, por no decir elegancia.
Su anfitrión se apresura a saludarlas, sonriéndoles con tal deferencia que podrían ser de la realeza.
No son princesas, las dos mujeres trabajaron duro durante décadas en enlatadoras de pescado. Pero Caoudal y Lopéré se han vuelto un tanto célebres en este pedacito del noroeste de Francia conocido como el país de Bigouden, en la región de Finisterre en el extremo occidental de Bretaña. Son conocidas por ser las únicas mujeres que portan habitualmente el imponente tocado, o cofia, que alguna vez fuera una prenda cotidiana en este lugar.
Las otrora sencillas gorras que utilizaban las campesinas por modestia y para protegerse contra los elementos evolucionaron en formas y tamaños fantásticos en los siglos XIX y XX, e inspiraron a artistas como Paul Gauguin. En esos tiempos, la cofia «era como una tarjeta de identidad» -señala Solenn Boennec, curadora adjunta del Museo Bigouden en Pony-lÀbbé-. Puede revelar quién eres, de dónde procedes y si guardas luto por alguien».
Sin embargo, en la década de los cincuenta del siglo XX, la mayoría de las mujeres jóvenes había abandonado el estilo antiguo. Hoy perdura en los rituales bretones y en los grupos llamados círculos celtas, en los que jóvenes como los de estas fotografías practican todo el año para competir con el traje completo en los festivales de danza durante el verano. A veces también participan en bodas y en peregrinaciones religiosas tradicionales, llamadas de indulgencia, durante la fiesta del santo patrono del lugar.
Caoudal y Lopéré estiran, peinan y sujetan sus trenzas bajo un sombrero negro especial todas las mañanas; agregan la parte superior de encaje los domingos y en ocasiones especiales. Ponerse la cofia completa lleva casi media hora y parece absurdamente poco práctico en esta orilla húmeda y ventosa del Atlántico Norte. ¿Es cómoda? «Estamos acostumbradas a usarla», contesta Caoudal, encogiéndose de hombros.
Las chicas del círculo señalan que una mujer de Bigouden es franca y no teme. No permite que nadie la pisotee. Al igual que su tocado, es una torre de fortaleza.
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