Los viajeros que visitaban la isla se daban cuenta. En Okinawa, una zona rural tradicional de Japón, los habitantes llevan vidas muy largas. No sólo sobrepasan los 80 años con salud, sino que la mayor parte de ellos llegan a los 90 tranquilamente. Algunos más son centenarios. Esta condición alzó la curiosidad turística previo a la pandemia. Hoy, a pesar del COVID-19, la población sigue contando con una longevidad poco común en el mundo.
En el centro del pueblo de Ogimi, un monumento para los ancestros de los pobladores corona un camposanto sagrado. Se le conoce como «Piedra angular de la paz», y es un memorial para las víctimas de batallas pasadas en Okinawa. Se tiene registro de que se perdieron más de 200 mil vidas. A diferencia de los demás pobladores, estas personas murieron de manera precoz. Ahí, la gente vive largamente.
Dan Buettner, corresponsal para National Geographic, describe a esta región al sur de Japón como una ‘zona azul’. Según su reporteo, las personas llevan vidas muy extensas y felices. Incluso a pesar de la crisis sanitaria global, las personas han sabido sobrevivir la precariedad y el aislamiento con tranquilidad:
“Todas las culturas de la longevidad del mundo pasan por períodos de dificultades”, destacó el explorador. «Pasaron por guerras, hambrunas, el mismo tipo de estrés que estamos sufriendo en este momento, y esa es una lección para todos nosotros».
De acuerdo con la investigación, tres factores fundamentales favorecen este estilo de vida: la dieta, las prácticas sociales y la genética. Cuando estas características encuentran un equilibrio saludable, el resultado se manifiesta en poblaciones longevas que retan los límites de la esperanza de vida.
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Los pobladores de Okinawa entienden la comida como medicina. Por esta razón, los lugareños dedican gran parte de su energía vital a cocinar. Los menús locales rebosan de cerdo y alcohol —mucho más que cualquier otra parte de Japón. Para compensar este consumo, sirven cinco porciones diarias de frutas y verduras, acompañadas de algún tipo de pescado local.
La tradición culinaria no está basada en calorías, de acuerdo con Craig Willcox, profesor de salud pública y gerontología en la Universidad Internacional de Okinawa. No sólo esto. El calor tropical y la marea apacible favorecen que las condiciones de vida sean mejores en la isla. A diferencia de otras regiones de Japón, la puntualidad y la exigencia es más laxa. Tanto así, que otras ciudades la conocen como el «tiempo de Okinawa».
Además de este ritmo más tranquilo de vida, la sociedad favorece que las personas mayores se mantengan ocupadas y activas. Es común que las mujeres ancianas se dediquen a tejer y a limpiar hilos típicos. De esta forma, tienen algo productivo que hacer, que aporta a la economía isleña. Con la edad, a diferencia de otras partes del mundo, las personas se mantienen enfocadas en tener una aportación a la sociedad.
A pesar de los más de 2 mil casos de COVID-19 en Okinawa registrados hasta octubre, las personas han aprendido a adaptar sus estructuras sociales para funcionar en términos de la pandemia. Bajo la política de las ‘tres C’, han conservado el distanciamiento social, evitado los espacios cerrados y anulado las reuniones multitudinarias. Así, los ancianos centenarios persisten en la isla japonesa.
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