Al paso de su kayak monoplaza, garzas y pelícanos alzan el vuelo entre la bruma matinal, suspendidos sobre las aguas. Hacia el sur, los 5.000 metros de altura del volcán Popocatépetl, ubicado entre Ciudad de México y Puebla, coronan la escena.
Menchaca, de 66 años, parece remar muy lejos de la red de autopistas que rodea a la capital mexicana y sus nueve millones de habitantes.
«El periférico está a solo 600 metros», sonríe este jubilado delgado, quien dejó su auto en el estacionamiento del embarcadero después de salir antes del amanecer de su casa en Coyoacán, un barrio de Ciudad de México.
Regularmente, Omar deja sus remos para recoger con sus manos basura, residuos, botellas y empaques que flotan en la superficie del agua en medio de flores acuáticas.
«Venía a este lugar porque aquí hacía mis entrenamientos para mis competencias», recuerda este veterano campeón de atletismo. «Con el tiempo empecé a notar desgraciadamente que los canales estaban cubiertos de basura».
La canoa prosigue su camino a orillas de las chinampas, una suerte de huertos flotantes.
Xochimilco, sus canales y chinampas son una última huella del México-Tenochtitlan prehispánico, un entramado de islas e islotes sobre el lago de Texcoco, que se ha ido secando con el paso de los siglos. En 1987, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Omar conoce la historia como la palma de su mano y la comparte con los turistas cuando organiza recorridos en canoas. Adora ver a los niños imitarlo en la recolección de desechos.
Xochimilco también es célebre por sus trajineras, una especie de góndolas de colores vivos, que cada fin de semana llevan a bordo parejas, familias o grupos de amigos beben cerveza y comen tacos al son de los emblemáticos mariachis.
«Xochimilco es visitado aproximadamente por 6.000 personas los fines de semana. Desgraciadamente no tienen el cuidado de proteger la zona», lamenta Omar.
Observa también que las canchas de fútbol han reemplazado a las chinampas, aumentando la presión del ocio masivo.
Con el remo en la mano, el jubilado maldice cuando se cruza con botes motorizados.
«Los canales son bajos, medio metro de profundidad. Una embarcación de motor que llega a transportar hasta 40 personas trae ruido, contaminación de aceite y gasolina en los humedales, disminuye la oxigenación», explica.
Al mediodía, Omar regresa al embarcadero a través de un vasto canal con una vista impresionante del Ajusco, un cerro que se eleva unos 3.900 metros dentro de los límites de la capital federal.
Su canoa llega desbordada de residuos y basura. Omar saluda a un hombre que recoge lodo, un abono natural, explica.
«Los del embarcadero deberían de recoger toda la basura y no Don Omar», dice el agricultor Noé Coquis Salcedo, de 69 años.
En tierra firme, Omar vierte los desechos que ha recolectado en un basurero contiguo al lado del estacionamiento del embarcadero donde, ese día, policías al volante de un vehículo de entrenamiento practican derrapes controlados.
Autoridades locales aseguran que también cuidan los canales y las chinampas de Xochimilco.
«El mantenimiento de canales y apantles es constante, lo que fortalece el ecosistema y permite la libre navegación para beneficio de productores de la región y sector turístico», afirma el alcalde de Xochimilco, José Carlos Acosta, quien dice que hay 160 kilómetros de canales que mantener.
«Los canales son senderos«, reflexiona Omar, sentado a la mesa de un restaurante al borde del embarcadero, cuando es momento de degustar una enchilada tras horas de esfuerzo físico.
«Por eso cuando veo esta basura procuro recuperarla para que quien viene disfrute de un sendero limpio», dice.
Bajo el cálido sol de enero, jóvenes se sumergen desde lo alto de una trajinera amarrada en el embarcadero.
«Si nosotros no hacemos algo por nuestro planeta, va a llegar el momento en que…». Omar se queda un momento con las manos extendidas en un gesto de impotencia. «Va a quedar muy poco que disfrutar».
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