Inversión de los millennials
El capitalismo no es lo que era antes. En Wall Street, la famosa película dirigida por Oliver Stone en 1987, Michael Douglas interpretaba a Gordon Gekko, un carismático administrador de portafolios de inversión cuya falta de escrúpulos lo tornó en una referencia obligada para toda una generación. Despectivo, ataviado de trajes lujosos y de pelo eternamente engominado, Gekko era una seductora representación del lado oscuro del capitalismo de la guerra fría, identificado con la depredación, las “adquisiciones hostiles” y la avaricia como modelo a seguir.
El panorama, afortunadamente, ha cambiado sustancialmente durante las últimas tres décadas. En un mundo caracterizado por un cambio generacional que promueve transformaciones mayúsculas como el impulso a la inclusividad, el combate al cambio climático y una mayor equidad de género, las inversiones meramente concentradas en generar ingresos parecen pertenecer ya a un pasado cada vez más lejano.
La rentabilidad continúa siendo un factor esencial para las nuevas generaciones; sin embargo, el enfoque para seleccionar los proyectos donde se busca el retorno de inversión se ha transformado considerablemente.
De acuerdo con Creating Impact: The Promise of Impact Investing, un reporte publicado por la Corporación Financiera Internacional (IFC, por sus siglas en inglés), miembro del Grupo Banco Mundial orientado a promover el desarrollo del sector privado, el apetito global por canalizar inversiones a proyectos de impacto podría ascender a 26 billones de dólares.
En palabras de Philippe Le Houérou, CEO de IFC, “cada vez son más los inversores jóvenes que solicitan que sus inversiones se dirijan a fondos que repercutan de forma positiva en las comunidades y el medio ambiente”.
Tenemos por delante “la oportunidad histórica de impulsar este mercado” y generar beneficios inéditos “para los habitantes de todo el planeta”.
IFC publicó el 12 de abril los Principios Operativos para la Gestión de Impacto, un estándar del mercado dirigido a la inversión de impacto con el que los inversores esperan repercutir positivamente en la sociedad, con una sólida rentabilidad, de forma transparente y disciplinada.
Estos principios aportan una mayor credibilidad al mercado, por lo que han sido signados por 60 inversores, entre los que destacan instituciones como AXA Investment Managers, Credit Suisse, European Bank for Reconstruction and Development (EBRD), LGT Impact, Prudential Financial Inc., UBS y Zurich Insurance Group Ltd., por mencionar algunos.
Apetito al alza
Una inversión de impacto concilia la intención de producir impactos sociales, económicos y ambientales que sean positivos y medibles con conceptos como ganancias y rentabilidad financiera. La inversión de impacto trasciende el mero compromiso de gestionar riesgos: su objetivo es ir más allá de la obligación de evitar daños y aprovechar el poder de la inversión para generar beneficios para la humanidad en su conjunto.
De lo que se trata, a fin de cuentas, es de salvar al planeta. La idea no es precisamente nueva: fundaciones, organizaciones filantrópicas, instituciones de financiamiento para el desarrollo y gestores de fondos especializados han sido pioneros de la inversión de impacto.
De hecho, con 62 años de experiencia y una cartera de 57,000 millones de dólares, IFC es probablemente el inversionista de impacto más antiguo y grande del orbe.
El aspecto que marca una oportunidad única para expandir significativamente las inversiones de impacto es que, a diferencia de las generaciones anteriores, los millennials -nacidos entre principios de los ochenta y finales de los noventa- asumen las decisiones de inversión como una forma de reafirmación existencial.
Un sondeo reciente del holding financiero Barclays indica que el interés primordial de los inversionistas emergentes se encuentra en los sectores destacados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU: salud, educación, agua y saneamiento. La alineación es histórica.
Según datos de IFC, existen 268 billones de dólares en activos financieros disponibles para la inversión en todo el mundo. Si tan sólo el 10 por ciento de esta cifra se invirtiera en la mejora de los resultados medioambientales y sociales, se contribuiría en gran medida a conseguir el cumplimiento de los ODS y se favorecería el cambio hacia un futuro con bajos niveles de carbono.
Para la consultora Accenture, la oportunidad es clara: tan sólo en Norteamérica, la transferencia de riqueza intergeneracional de los adultos mayores nacidos en la posguerra (baby boomers) a la generación X (nacidos en los setenta) y los millennials ascenderá a 30 billones de dólares.
Una buena parte de ese capital podría orientarse a necesidades prioritarias de desarrollo, particularmente en mercados emergentes que garanticen un buen retorno de inversión, como África, Asia Central y algunos países de ingresos medios como Brasil y México.
El desafío principal es convertir la buena voluntad de los inversionistas millennials en resultados de alta rentabilidad.
Los administradores de activos aún no cuentan con estándares comunes para evaluar con rigor el impacto de los proyectos, lo que tiende a producir confusión entre los inversores.
La creación de estándares claros, transparentes y acordados sobre lo que constituye una inversión de impacto resulta fundamental para movilizar a los inversionistas institucionales e impulsar la bola de nieve que requiere el cambio. La preocupación no es menor: la sobreutilización de la etiqueta «impacto» podría redundar en el rechazo de una generación cuya credibilidad en las instituciones y esquemas de inversión convencionales dista de ser alta. Nadie quiere regresar a los días en que Gekko era el rol modelo a seguir en materia de inversión.
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