El último habitante de la Tierra Indígena Tanaru fue hallado muerto en su hamaca, cubierto con una cama de plumas de guacamaya. Por más de un cuarto de siglo vivió solo y aislado en la Amazonia, tras una masacre que acabó con su pueblo.
Conocido como el (índio do buraco, en portugués), por el hueco que cavaba dentro de su choza, fue visto por primera vez en 1996 por el indigenista Altair José Algayer, quien lo vigiló durante todos estos años. Él mismo encontró su cuerpo sin vida la semana pasada.
Su muerte marca el fin de una etnia desconocida. Como último sobreviviente, se negó a pronunciar palabra y tener contacto alguno con el exterior. Solo recibió semillas y herramientas del Frente de Protección Etnoambiental Guaporé de la Fundación Nacional por el Índio (Funai).
“Lo encontraron en la red y cubierto de plumas de guacamayo. Estaba esperando la muerte, no había signos de violencia”, dijo a Amazônia Real el indigenista Marcelo dos Santos, quien trabajó en el monitoreo del territorio.
La Funai lamentó la pérdida del indígena solitario e informó que, al parecer, su muerte se dio por causas naturales, aunque aún están a la espera de la confirmación del médico forense de la Policía Federal.
La Tierra Indígena Tanaru en Rondônia, Brasil, es una isla de bosque que se extiende en unos 80 kilómetros cuadrados, cercados por haciendas agrícolas deforestadas; ahí el Indio del hoyo vivió solo, construyó su choza y comió de lo que daba la tierra.
Su hogar cambió de ubicación varias veces, de esta forma, a lo largo de 26 años construyó 53 casas, todas con un hoyo profundo al interior y una sola puerta de entrada y salida.
La choza, también conocida como tapiri, es una estructura hecha de corteza de madera, palmeras y troncos, cubierta con paja. A esta, el indio le construyó aberturas en el techo, para apuntar con su arco y flecha hacia los invasores, según narró el hombre que más lo conoció, el indigenista Altair José Algayer.
Según una entrevista a Globo Amazonia, por unos 4 años, el indígena vivió de la caza y la recolección, después estableció una quema (tipo de producción) ante el temor de los invasores.
«Yo lo vi primero. Él no me vio, estaba recogiendo una fruta en el suelo. Yo estaba callado. Cuando me vio, estaba a unos 5 metros delante de mí. ¿Qué hacer? Estaba callado y me estaba mirando, pensé que me iba a preguntar qué estaba haciendo, entonces tomé la iniciativa y lo llamé, pero esa fue la señal para que se fuera”, narró en 2010 el indigenista. “Otras veces también te mira y toma el camino de la casa, que es donde se siente protegido. Lo primero que hace dentro es atrapar todas las flechas”.
El Indio del agujero se convirtió en un símbolo de resistencia para los pueblos aborígenes y activistas. Él nunca lo supo, pero durante varios años, un grupo de personas libraron batallas para que su territorio no fuera ocupado ni invadido y se respetara su decisión de permanecer aislado.
La Funai refiere que los primeros vestigios del pueblo al que perteneció fueron encontrados a mediados de la década de 1990, por el Frente de Protección Etnoambiental (FPE). Desde entonces, mantienen una pugna legal para que el territorio permanezca fuera del alcance de extraños.
La restricción obtenida, denominada Tierra Indígena (TI) Tanaru, se estableció por primera vez en 1997, después fue renovada en 2015 bajo decisión judicial, y la última ordenanza tiene vigencia hasta el 2025, en tres años vence el impedimento que tienen los invasores para explorar el territorio huérfano dejado por el indio.
“El área de la Tierra Indígena Tanaru debe permanecer preservada como un memorial, por respeto a la trayectoria de resistencia de su residente solitario y para recordar a todos la tragedia del genocidio indígena, para que nunca vuelva a suceder”, fue parte del pronunciamiento de la Funai.
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En mayo de este año fue visto por sus cuidadores. La semana pasada, en el último seguimiento fue encontrado muerto. Se estima que el deceso ocurrió hace más de un mes, por su estado de descomposición.
Tras el hallazgo, su cuerpo fue trasladado de Porto Velho a Brasilia, para que médicos forenses del Instituto Nacional de Criminalística (INC) de la Policía Federal practiquen un examen completo y determinen las causas de la muerte.
El Indio del hoyo presenció la muerte de su tribu, vio gran parte de su territorio convertido en granjas y pasto, y pronto regresará para ser sepultado en la tierra que protegió y lo cobijó en su soledad.
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