La olvidada vida subterránea de la Primera Guerra Mundial
Extracto de la edición de agosto de la revista National Geographic en español.
Fotografía de Jeffrey Gusky
La entrada es un hoyo húmedo en la tierra, poco más grande que la madriguera de un animal, oculto por un matorral espinoso en un bosque recóndito del noreste de Francia. Estoy siguiendo a Jeff Gusky, fotógrafo y médico de Texas que ha explorado decenas de espacios subterráneos como este. Juntos reptamos por el agujero lodoso hacia la oscuridad de abajo. Pronto, el pasaje se abre y gateamos hacia el frente. El brillo de las linternas que llevamos en la cabeza titila por los muros polvosos de caliza del túnel centenario, que se aleja de nosotros y desciende hacia las sombras. Después de 100 metros, el túnel termina en un pequeño cubículo labrado en la roca caliza, en forma de cabina telefónica.
Aquí, poco después del estallido de la Primera Guerra Mundial -hace justo 100 años- los ingenieros militares alemanes se sentaban por turnos en silencio absoluto con el fin de detectar el más mínimo sonido de algún posible excavador de túneles enemigo. Un susurro o el rascar de una pala significaba que un equipo de mineros hostil podía estar solo a unos metros de distancia, cavando un túnel de ataque directo hacia ti. El peligro aumentaba si la excavación se detenía y oías a alguien apilar bolsas o latas. Eso indicaba que el enemigo estaba instalando material explosivo al final del túnel . Lo más desquiciante era el silencio que seguía. En cualquier momento las cargas podían estallar y hacerte pedazos o enterrarte vivo.
Cerca, en uno de los muros del túnel, nuestras linternas iluminan los grafitis que dejaron los ingenieros alemanes. Sus nombres y regimientos inscritos están coronados por un lema: «Gott für Kaiser!! (Dios está con el káiser!). Las marcas de lápiz parecen frescas, de hecho, el lecho de caliza suave de la región de la Picardía francesa fue ideal no sólo para las operaciones de minado sino para que los soldados de la Primera Guerra Mundial registraran su presencia con firmas a lápiz, bocetos y caricaturas, tallas e incluso sofisticadas esculturas en relieve. Este arte subterráneo es relativamente desconocido más allá de un círculo de académicos y entusiastas de la Primera Guerra Mundial, así como de los alcaldes y terratenientes de los pueblos, a quienes Gusky se ha dedicado durante años a conocer.
Sus fotografías revelan el mundo subterráneo de los soldados que se refugiaban del bombardeo constante. Dejaron nombres, imágenes de mujeres, símbolos religiosos, dibujos satíricos y más.
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