Hace por lo menos 9000 años, la franja occidental y semidesértica de la Sierra Gorda, en el centro de Querétaro y la región nororiental de Guanajuato, fue poblada por grupos de cazadores-recolectores de los llamados pueblos chichimecas –principalmente pames, jonaces, guamares y ximpeces–, los cuales plasmaron su cosmogonía en frentes rocosos a través de motivos pictóricos que aún se resguardan en la zona arqueológica de Arroyo Seco.
“Hemos localizado más de 250 sitios de arte rupestre con más de 2000 grafismos en la región».
«Esta iconografía tiene muchas posibles interpretaciones pero, principalmente, las sociedades trataron de expresar en ella sus ideas fundamentales sobre la comprensión del mundo y su lugar en el mismo”, dijo el arqueólogo e investigador del Centro INAH Querétaro Carlos Viramontes Anzures, durante la presentación del libro La memoria de los ancestros, el arte rupestre de Guanajuato en el Museo Nacional de Antropología, en Ciudad de México.
Publicado en coautoría con la arqueóloga Luz María Flores Morales, la investigación en Arroyo Seco profundiza en la historia etnográfica de una región prácticamente desconocida hasta nuestros días, la cual solo había sido explorada y registrada por colonizadores y misioneros europeos.
Si bien la conquista y evangelización del México precolombino implicó un avasallamiento de las creencias y tradiciones nativas, “tenemos la memoria escrita de estas sociedades de manera indirecta gracias a las crónicas del siglo XVI y XVII, las cuales cotejamos con el dato arqueológico en el estado de Querétaro, desde 1989, y en Guanajuato desde 2003”, dice Viramontes.
Las coloridas figuras antropomorfas, humanas, de plantas y animales –e incluso caballos, con su jinetes españoles– se han marcado en la roca a lo largo de los años para preservar una parte de la historia ancestral mexicana, un legado al que desde el año pasado todos podemos acceder –con el debido respeto– en un territorio que aún es sagrado para los descendientes chichimecas de la región.
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