En su primera reunión con la prensa, manifestó su deseo de una iglesia pobre para los pobres.
"Realmente debo empezar hacer cambios ahora mismo", confesó Francisco a una media docena de amigos argentinos en el transcurso de una mañana justo dos meses después de que 115 cardenales en el cónclave Vaticano lo catapultaron al papado desde una relativa oscuridad. Para muchos observadores -algunos encantados y otros desconcertados- El nuevo papa ya había cambiado aparentemente todo y al parecer, de la noche a la mañana.
Es el primer papa latinoamericano, el primer papa jesuita, el primero en más de un milenio que no había nacido en Europa y el primero en tomar el nombre de Francisco, en honor a san Francisco de Asís, defensor de los pobres. Poco después de su elección, el 13 de marzo de 2013, el nuevo líder de la Iglesia Católica apareció en un balcón de la Basílica de San Pedro todo de blanco, sin la tradicional escarlata sobre sus hombros ni la estola roja bordado en oro en torno al cuello. Saludó a las masas exaltadas de abajo con sencillez electrizante: "Fratelli e sorelle, buena sera (hermanos y hermanas, buenas tardes"). Y cerró con una petición que muchos argentinos ya sabían que sería su firma: "Oren por mí ". Cuando partió, pasó delante de la limusina que lo esperaba, ignorándola, y subió al autobús que estaba destinado a transportar a los cardenales que poco antes acababan de nombrarlo su superior.
A la mañana siguiente, el papá pagó su cuenta en el hotel donde se había alojado. Renunció a los apartamentos papales tradicionales dentro del Palacio Apostólico y eligió en su lugar una vivienda de dos habitaciones en casa Santa Marta, la casa de huéspedes del Vaticano.
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En su primera reunión con la prensa internacional declaro cuál era su principal ambición: ¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre para los pobres!". Y en lugar de celebrar la misa vespertina del Jueves Santo (que conmemora la Última Cena) en una basílica y lavar los pies de los sacerdotes, como siempre había sido tradicional, predicó en una prisión para jóvenes, donde lavó los pies a 12 reclusos, entre los que se incluían mujeres y musulmanes. Una primera vez para un papá. Todo esto ocurrió durante su primer mes como Obispo de Roma.
Aún así, los amigos argentinos del nuevo Papa entendían lo que él quería decir con "cambios".
Aunque el más pequeño de sus gestos tenía un peso considerable, el hombre que conocían no se contentaba con proporcionar símbolos. Era un porteño práctico y con calle. Él querría que la Iglesia católica marcara una diferencia duradera en la vida de la gente, que fuera, como ha dicho con frecuencia, un hospital de campaña que recibe a todos los que tienen heridas, independientemente del lado de la batalla en el que peleen. Para conseguir su objetivo, Francisco podría hacer, según comenta su amigo el rabino argentino Abraham Skorja, "una persona muy testaruda".
Aunque para el mundo exterior el papa Francisco parecía haber sido disparado por los cielos como una lluvia de meteoros, en casa era considerado una figura religiosa bien conocida y ocasionalmente controversial.
Encuentra el artículo completo en la edición de agosto de la revista National Geographic en Español.
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