En su trayecto de unos 580 kilómetros, la Vía Apia constituye una inmersión en una parte de Italia que pocos turistas tienen la oportunidad de ver.
Este artículo sobre la Vía Apia se publicó originalmente en inglés. Puedes leerlo completo en National Geographic:
A Roman-era ‘superhighway’ is disappearing. Italy has a plan to save it.
Hay un McDonald’s a las afueras de Roma donde puedes observar a través del piso de vidrio, unos cuantos metros abajo, las piedras grises aplanadas que formaban el antiguo camino romano y unos esqueletos retorcidos empotrados en una alcantarilla con 2 mil años de antigüedad.
Estos son los restos de una ramificación de la primera carretera principal de Europa, la Vía Apia. La ruta, cuya construcción comenzara en 312 a. C., sale de la ciudad y serpentea a través del sur de Italia hasta llegar a la ciudad portuaria de Bríndisi, en el Mediterráneo oriental. Esta vía inspiró el dicho “todos los caminos conducen a Roma”, y en Italia todavía es llamada Regina Viarum, la Reina de los Caminos. Sin embargo, su legado ha sido descuidado y quedó enterrado, en gran medida, junto con sus piedras bajo milenios de historia.
Hoy día, un proyecto del gobierno italiano busca transformar la Vía Apia en una ruta de peregrinaje desde la vibrante Roma hasta el puerto de Bríndisi, una ciudad tranquila en el tacón de la bota de Italia. En su trayecto de unos 580 kilómetros, la Vía Apia toma muchas formas: un camino de terracería a través del bosque, la plaza principal de un pueblo o una carretera. No todo su trayecto es escénico o placentero, pero constituye una inmersión en una parte de Italia que pocos turistas tienen la oportunidad de ver.
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Debajo de un McDonald’s romano
Sin embargo, antes de que lleguen las multitudes, las autoridades necesitan desenterrar la Vía Apia y, en algunos casos, encontrarla. Por esta razón, una mañana de otoño observaba el camino desde el interior de un local de este imperio de hamburguesas. En Roma, la Vía Apia es una franja con casi 18 kilómetros de largo en un parque arqueológico bien conservado. La última rama de este sitio es una vereda sobre una ladera boscosa. Después, el camino desaparece, en buena parte, debajo del pavimento por 80 kilómetros. Su última aparición en la ciudad eterna es justo debajo del McDonald’s.
Ahí se encuentra una pequeña rama de la Vía Apia, uno de los pocos segmentos que han sido excavados y conservados en fechas recientes. Cuando le pregunté al gerente del restaurante acerca del empedrado ancestral, él decidió llamar a una mujer sentada en una mesa esquinera. Se presentó como Pamela Cerino, la arqueóloga que afloró esta parte de la calzada en 2014. En lo que solo podría llamar una coincidencia divina, ella visitaba de casualidad a los trabajadores con los que forjó una amistad durante su labor de dos años en el sitio.
Salimos del restaurante y bajamos por una escalera a los adoquines ancestrales. “El proyecto se hizo a propósito, para que el que quiera ver el camino no tenga que entrar al McDonald’s”, me comentó Cerino.
Tres esqueletos yacen en la alcantarilla, réplicas de los huesos que desenterró ahí. Sobre nosotros, a través del techo de vidrio, vemos familias darse un banquete con McNuggets.
Cuando se descubrió una parte de la Apia durante la construcción del restaurante, los lugareños temieron que la franquicia de comida rápida comprara tesoros ancestrales romanos. En realidad, aclara Cerino, los hallazgos arqueológicos a menudo se vuelven a enterrar para preservarlos, porque su mantenimiento es muy caro. Aprendí que los sitios de la Vía Apia son pocos y distantes entre sí; por fortuna, este se exhibió.
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Entre ciudades, aldeas, montañas y tierras de cultivo
La Vía Apia cruza por ciudades, aldeas, montañas y tierras de cultivo a través de cuatro regiones y 100 municipios de Italia. La mayor parte está bajo el pavimento de la Strada Statale 7, una carretera muy transitada. No obstante, los adoquines originales aparecen a veces al lado de un bar en la plaza principal de una aldea o cubiertos con lonas pesadas en un campo descuidado, por ejemplo.
Esta calzada fue concebida por el censor romano Apio Claudio como una herramienta para el dominio militar del Imperio. Los esclavos y otros trabajadores cavaron un estimado de 45 mil 300 metros cúbicos de tierra y piedras por cada milla de pavimento (1.6 kilómetros; la medida de la milla fue una invención romana). Claudio la bautizó en su honor –una práctica poco común en esa época, lo que sugiere su importancia–, pero quedó ciego y murió antes de que fuera terminada.
La Vía Apia cruzó el país casi en línea recta y transportó al ejército romano mientras el Imperio conquistaba el sur de Italia y se embarcaba rum- bo a Oriente por el mar para esparcir su dominio más allá de su costa. Fue el primero de los 29 caminos atiborrados que salían de Roma.
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‘Las tumbas y los templos derrocados y postrados’
Los relatos de viajes por la Vía Apia comienzan con los del poeta latino Horacio alrededor de 35 a.C. y no le han faltado admiradores articulados desde entonces. Sin embargo, el aprecio por la calzada como una maravilla de la ingeniería se difuminó con el comienzo del colapso del Imperio romano en 395 d. C.; la Vía Apia cayó en desuso poco a poco. En un libro de 1846, Charles Dickens la describió como “las tumbas y los templos derrocados y postrados”.
Luego, en 2015, el escritor italiano Paolo Rumiz decidió recorrer a pie la calzada para el periódico La Repubblica. Solo había un problema: no existía un mapa moderno de la ruta. Contactó a Riccardo Carnovalini, un senderista famoso que ha pasado cerca de cuatro décadas recorriendo Italia. Duran-te dos meses, Carnovalini traslapó mapas militares, caminos de pastoreo ancestrales e imágenes satelitales para dibujar la ruta de la Vía Apia. Después, empacó un GPS y caminó al lado de Rumiz.
El recorrido de Rumiz atrajo la atención del Ministerio de Herencia Cultural y, en 2015, el gobierno italiano anunció un plan para resucitar la ruta. Siglos de desarrollo anárquico han dejado tesoros arqueológicos en manos privadas, y villas antiguas han sido remodeladas con poco oficio. La conservación ya comenzó, aunque sin turistas, por lo que la Vía Apia podría caer de vuelta en el olvido.
“Caminar», me dijo Carnovalini cuando lo conocí más tarde en el sendero de la Apia, «es el acto más político que uno puede hacer para cambiar el paisaje”. Sin embargo, muchos obstáculos impiden el traslado de los andantes, sobre todo por la dificultad para encontrar las rutas, los pocos alojamientos y la poca infraestructura de apoyo.
Ahí es donde entra en escena Angelo Costa, fundador de Studio Costa, una de las tres firmas arquitectónicas con la tarea de convertir a la Apia en una travesía caminable. Su propuesta tiene un precedente histórico: los antiguos romanos que andaban la Apia encontraban una estación para cambiar sus caballos cada 10 millas (unos 16 kilómetros) y una casa de huéspedes cada 20 (cerca de 32 kilómetros). Costa imagina una versión actualizada con 29 segmentos de caminata, cada uno de unos 32 kilómetros.
Una traza inspirada en la gloria romana
Los viajeros podrán explorar los coliseos donde se vivieron algunos afamados combates de gladiadores, dormir en simples casas de huéspedes y probar las delicias regionales. Las zonas de descanso, los alojamientos –algunos nuevos y otros ya existentes– y las atracciones estarán marcadas en una aplicación móvil. Además, el enfoque de “menos es más” está dirigido no a intentar encubrir los segmentos sin refinar, sino a ofrecer una experiencia genuina.
Costa no es el primer diseñador de la nueva ruta de la Apia que revela una emergente rivalidad silenciosa con el Camino de Santiago, la ruta santa de España que atrae unos 300 mil caminantes; su destino, Santiago de Compostela, capta a más de dos millones de turistas al año.
De Roma a Bríndisi, la Vía Apia es una travesía secular a través de la historia de Italia. En la otra vertiente, también sigue el andar de San Pablo en su viaje de Roma a Jerusalén. Al compararlo con el Camino de Santiago, afirma Costa, “la naturaleza es mejor, la historia 200 veces mejor y, al final, llegas al Papa”.
¿Dónde están las primeras baldosas de la Vía Apia?
Para recorrer laVía Apia esperaba comenzar en su nacimiento, pero pronto descubrí que aún no se ha excavado.
Lo más seguro es que las primeras baldosas estén enterradas en lo que ahora es una glorieta atestada en el centro de Roma. Hoy día, en un es- fuerzo por localizarlas sin alterar la transitada ciudad, el Ministerio de Herencia Cultural ha ex- cavado pequeñas pero profundas franjas de pavimento. Hasta el momento no han tenido suerte.
A unos kilómetros al sur se encuentra el Parque Arqueológico Appia Antica, la parte del camino mejor preservada y más fácil de andar. Su trazo serpentea del centro de Roma a las afueras de la ciudad y está salpicado a ambos lados con unos 400 sitios arqueológicos: villas romanas llenas de mosaicos, una catacumba cristiana que parece un laberinto con medio millón de muertos y mausoleos tanto de esclavos como de niñas de la antigua sociedad.
Una nueva vía cultural
El turista promedio va a Roma por un frenesí de postales turísticas y se queda solo unos pocos días para luego partir a Florencia o Venecia. Antes de la COVID-19, el parque arqueológico recibió 100 mil visitantes al año. A unos tres kilómetros al norte, el Coliseo atrajo a más de siete millones.
El nuevo director del parque programó un llamativo calendario de conciertos, festivales y días de herencia cultural. En una cálida tarde de otoño parece funcionar: los padres hicieron pícnic alrededor de las ruinas de un estadio romano, mientras los niños jugaban a los gladiadores con espadas de juguete.
Hay una paz en este punto que lo hace distinto a cualquier otra atracción antigua de Roma. A medida que las baldosas de la Apia se alejan de la ciudad, los sitios arqueológicos escasean hasta llegar a una columna solitaria o una estatua que se levanta entre campos frondosos. El dosel plano y lleno de hojas de pinos piñoneros da sombra y, en ocasiones, se pueden encontrar marcadores históricos y fuentes. Sin embargo, una vez que el sendero se encuentra con el McDonald’s la Vía Apia desaparece.
Buscando la ruta original
Para descifrar la ruta de la Vía Apia más allá de Roma necesité la ayuda de Riccardo Carnovalini, el senderista que la trazó en 2015. Nos conocimos en la pequeña ciudad de Benevento, en un restaurante en la plaza principal. Carnovalini, de 64 años, viste unos pantalones de senderismo convertibles, una chamarra y unas botas nuevas que ya caminaron cerca de 725 kilómetros.
Cuando Carnovalini y Paolo Rumiz caminaron por primera vez la Vía Apia en 2015, su trayecto fue unos 80 kilómetros más largo que la ruta original. La modernidad ha consumido la mayor parte del sendero, motivo que los forzó a navegar entre carreteras y zonas industriales.
Nos encontramos a 225 kilómetros de Roma, pero Carnovalini describe esta zona como el comienzo de muchas discusiones sobre el trazo original de la calzada. Para definir la ruta moderna, Carnovalini estudió mapas, ángulos de las calles y materiales de construcción para elegir la opción más viable. Aun así, las líneas azules y rosas en su GPS muestran la competencia entre teorías.
“Hay otros caminos», reconoce, mientras los meseros comienzan a cerrar el restaurante por la noche, «pero son turísticos. Esta no es una caminata, es historia”.
Al día siguiente pasamos por tractores sobrecargados que resoplaban entre campos de tabaco, cerros de molinos de vientos y zonas devoradas por incendios controlados. Carnovalini se pasea sin esfuerzo, abre avellanas y recoge algunas uvas de los viñedos en el camino.
La Vía Apia fue absorbida, literal, por estas aldeas soñolientas: sus rocas y columnas quedaron incrustadas en paredes y portones. En tramos largos, la línea roja en el GPS de Carnovalini solo es un indicador de que seguimos en la ruta correcta.
Italia no es una postal
El Ministerio de Herencia Cultural destinó 20 millones de euros (más de 420 millones de pesos) para desarrollar la Vía Apia y hacerla turística pero, conforme visito los sitios arqueológicos a lo largo de la ruta, es claro que se necesitan más fondos. Los arqueólogos pasaron 2020 excavando un tramo de 45 metros de los adoquines de la calzada en un poblado llamado Passo di Mirabella. Hoy día, la excavación se encuentra oculta debajo de una lona protectora. Se necesita otra fase de financiamiento para que el equipo continúe con la preservación de sus hallazgos.
Lo mismo sucede en toda Italia, donde una crisis económica ha forzado al gobierno federal a recortar cada año el presupuesto para la herencia cultural desde hace una década, lo que ocasiona que se vuelvan a enterrar sitios ya descubiertos. El flujo de capital a lo largo de la Apia es bienvenido, pero necesita ser constante. Estas regiones suelen ser ignoradas, reconocen los arqueólogos. Cuando hay dinero, se lamenta uno de ellos, por lo general termina en Pompeya y Herculano.
Carnovalini advierte que una travesía a lo largo de la Vía Apia es única por ser genuina. “La experiencia es de altibajos,» reconoce. «Un momento puedes decir: ‘Wow, esto es hermoso’, luego volteas al otro lado y afirmas: ‘Wow, eso está horrible’”.
“Italia,» añade, «no es una postal”.
Esa verdad toma forma al acercarme a Taranto, una ciudad portuaria a unos 65 kilómetros antes del fin de la vía. Este es el único lugar donde Carnovalini y Rumiz se vieron forzados a tomar un taxi en su trayecto.
Columnas de humo negro
Frente a mí se encuentra una extensión de 16 kilómetros cuadrados de producción industrial. Esta planta de acero que escupe contaminación, la más grande de Europa, ha convertido a este asentamiento en “las trincheras de Italia”, me advirtió un reportero italiano antes de mi llegada.
La Vía Apia corre al lado de la fábrica y hacia una isla en la que se encuentra el antiguo pueblo de Taranto. Se siente como si el tiempo hubiese retrocedido 60 años. En pequeñas tiendas, los ancianos pintan estatuillas religiosas para venderlas a los escasos turistas.
Los botes de pesca se empujan entre ellos para alcanzar un lugar a lo largo del malecón; me cuentan que a veces se pueden divisar delfines y ballenas en el horizonte. Los callejones serpenteantes se dirigen a una catedral adornada con abundante mármol. Taranto se convierte de repente en mi punto favorito de la Vía Apia. Sin embargo, encima de este espejismo de la vieja Italia se levantan las columnas de humo negro de las chimeneas.
Taranto fue la única ciudad que fundaron los espartanos afuera de Grecia; una hilera de columnas griegas todavía permanece de pie cerca del mar. Aquí fue donde conocí a Massimo Castella-na, miembro de una coalición activista que lucha por cerrar la fábrica.
En días ventosos, cuando el aire sopla partículas de acero hacia el pueblo, los habitantes cierran sus ventanas y mantienen a sus hijos en casa y no van a la escuela. Hay estudios que muestran una alta incidencia de cáncer en comparación con el resto del país, en especial cáncer infantil. El pueblo debería de ser conocido por su belleza, afirma Castellana, no por su industria.
Sin embargo, a pesar de años de protestas, la fábrica permanece abierta.
La cultura es el único combustible que no contamina
Entre las muchas expectativas que hay alrededor del renacimiento de la Vía Apia en personas como Castellana, se encuentra el atractivo cuento de que el turismo puede revertir la suerte del sur de Italia, que desde hace mucho ha sido estereotipado como anticuado y plagado de crimen.
En mi camino de Taranto a Bríndisi, el final de la ruta, me detengo en la alguna vez amurallada ciudad de Mesagne donde conocí a Simonetta Dellomonaco, directora de la comisión regional de cine, quien me comparte el adagio que rige su vida: “La cultura es el único combustible que no contamina mientras más lo consumas”.
Cuando Dellomonaco era niña, Mesagne era famosa por ser el lugar de nacimiento de la cuarta familia de la mafia italiana, la Sacra Corona Unita. En la actualidad, esa imagen es reemplazada por ser escenario de varias películas de Hollywood, entre ellas, el filme más reciente de James Bond.
Las columnas que marcan el fin de la Vía Apia
«Bríndisi alcanzó su máximo esplendor bajo el Imperio romano,» indica una guía de turistas local a un grupo pequeño que se reúne en el malecón de dicha ciudad. «Entendieron la importancia del puerto. Desde Bríndisi se podía zarpar hacia el Oriente”.
Es el día de la Vía Apia, una celebración anual, y el grupo visita el punto final de la ruta en una tarde soleada de octubre. Alrededor de 266 a. C., los romanos llegaron aquí, derrotaron a los mesapios y terminaron la calzada.
La guía de turistas sube por unas escaleras altas que llevan a las columnas que marcan el final de la ruta. El grupo se reúne para tomarse una foto- grafía alrededor de una imponente estructura y la base de su gemela (el resto se donó a una ciudad vecina). “Estas columnas se consideran el fin de la Vía Apia», afirma. «Pero no todos coinciden”.
Un momento. El punto de inicio de la vía es incierto, pero el final siempre estuvo claro: dos columnas que enmarcan el mar Adriático en Bríndisi. Sin embargo, el análisis del mármol ha revelado que fueron construidas dos siglos más tarde.
Un arqueólogo de la excavación de la Apia me recomienda que no me preocupe demasiado por encontrar su final. El camino es camaleónico: cambia de una calle a una ruta y de ahí a una carretera; más que una línea, es un sistema. “Perseguimos un mito”, reconoce.
El centro del mundo
Lo importante es que la Vía Apia transformó Bríndisi en un centro neurálgico mundial, desde donde el ejército romano zarpó para expandir su dominio hacia el Oriente a ciudades como Alejandría y Jerusalén. Con el tiempo, el Imperio romano gobernó una cuarta parte de la población mundial en tres continentes.
Esta ciudad portuaria se convirtió en un destino para los peregrinos de Tierra Santa, que esperaban semanas para abordar la siguiente embarcación a Jerusalén. Hoy día, unos 200 viajeros llegan cada año por medio de varias rutas de senderismo que llevan a la ciudad. Restaurar la reputación de Bríndisi como un destino es la cruzada personal de Rosy Barretta.
Ella financia una asociación que organiza visitas para peregrinos llamada Bríndisi y los caminos antiguos, y su familia tiene una empresa grande de remolcadores. “Era un desperdicio que nadie cuidara esta pieza de ingeniería y su creatividad”, afirma Barretta, quien imagina la ciudad llena, una vez más, de viajeros de la ruta Apia.
La mañana siguiente al tour, me invita a acompañarla en un remolcador para ver el puerto. Los caminos estrechos salen de la ciudad y se adentran en el mar para crear un círculo protector alrededor de Bríndisi que asemejan astas. El castillo Alfonsino está asentado en una de ellas; rodeado por el Adriático, sus paredes de piedra brillan bajo el sol.
Barretta sueña con transformarlo en el Museo Nacional de la Apia. Imagina su faro restaurado lanzando un halo de luz 100 kilómetros mar adentro el cual ilumine cruceros y bodas destino.
Observamos un enorme barco acercarse al puerto. El capitán de nuestro remolcador, un joven originario de Bríndisi llamado Alessandro di Giulio, abre una aplicación en su teléfono y localiza en Mozambique el punto de partida de esta embarcación.
El mar está en calma cuando dos de los remolcadores de Barretta se acercan para dar la bienvenida al barco y llevarlo a puerto. Di Giulio me cuenta que se mudó en fechas recientes de vuelta aquí, después de pasar una década en el mar trabajando para Carnival Cruises. Conoció Oriente Medio, África y el Caribe, pero siempre soñó con volver al puerto de Bríndisi, donde los barcos han descargado mercancías y pasajeros desde hace miles de años. “Desde mi punto de vista profesional,» asevera, «éste es el centro del mundo”.
Este artículo es de la autoría de Nina Strochlic, colaboradora para National Geographic, y se publicó en la edición de julio 2022 de la revista con fotografías de Andrea Frazzetta, cuyas raíces encuentran en Bríndisi, al final de la Vía Apia.
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