En la Patagonia argentina, se encuentra una cueva que alberga las pinturas rupestres a base de pigmentos más antiguas de Sudamérica. Hasta hace poco, los arqueólogos creían que los trazos en ese lugar, denominado Cueva Huenul 1, habían sido creados en los últimos milenios. Sin embargo, ahora sabemos que estos son más antiguos.
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El estudio publicado en la revista Science ha revelado que algunas de las pinturas de la cueva datan de hace 8,200 años y fueron creadas durante la época del Holoceno tardío, que abarca desde hace 11,700 años hasta el presente. El equipo de investigadores utilizó la datación por radiocarbono para determinar la edad y determinar que este abarcó a 130 generaciones humanas.
Los dibujos analizados son, en su mayoría, formas geométricas plasmadas en las rocas en diferentes momentos distanciados por cientos de años. Los científicos han identificado una continuidad en el estilo, los colores y los materiales utilizados en las pinturas, convirtiendo la cueva en un espacio que diferentes poblaciones de cazadores y recolectores ocuparon en diferentes épocas.
«Los eventos de pintura estandarizados (y otras actividades relacionadas con los pigmentos) practicados durante generaciones buscaban mantener redes de seguridad a gran escala mediante el almacenamiento de información arraigada en colectivos», menciona la investigación. «El arte rupestre (…) en un lugar cultural clave facilitó la conectividad social y biológica en un paisaje escasamente poblado y hostil».
Los arqueólogos contaron 895 pinturas únicas agrupadas en 446 motivos o segmentos en este sitio de la provincia argentina de Neuquén. Aunque aún no han concluido sobre qué culturas crearon las imágenes, los investigadores creen que el elaborado trabajo podría haber sido utilizado para transmitir información a las comunidades y generaciones que habitaron la región.
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Los investigadores también sugieren que las pinturas rupestres de la Patagonia argentina surgieron como parte de una respuesta resiliente al estrés ecológico por parte de poblaciones. Los trazos que traspasaron a generaciones buscaban mantener redes de seguridad y almacenar información en la memoria colectiva. También permitió transmitir lecciones sobre estrategias humanas.
“Los estudios permiten inferir que lo que transmitían era información ecológica y social”, dijo la autora principal del estudio, Guadalupe Romero Villanueva. “Plasmar esa información en un soporte duradero ayudaba a hacer el paisaje más vivible y, sobre todo, les servía mucho a las generaciones futuras”.
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