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De piratas a pescadores

Somalíes secuestraban centenas de barcos y retenían a miles de tripulantes, aunque el delito empieza a desaparecer.

En abril de 2005 Somalia volvía a acaparar todas las miradas. Un grupo de desconocidos trataban de tomar al asalto un barco en las aguas del Océano Índico. Y esos hombres que portaban entre sus manos vetustos Kalashnikovs no eran otra cosa que modernos piratas.

Desde aquel primer asalto, un total de 194 barcos han sido secuestrados y 3,741 tripulantes retenidos. Uno de los puntos álgidos en esta crisis se registró en 2011, cuando se produjeron 243 intentos de asalto. Pero lejos quedan ya los tiempos de gloria de estos modernos piratas que armados con lánguidos AK-47 asaltaban superpetroleros. En 2013 solo se registraron un total de nueve ataques y la tendencia continúa a la baja.

El sol comienza a apretar en el viejo faro de Mogadiscio. Mohammad Muhudin Hassan mira la esfera rayada de su reloj. Aún no son las 11. Vuelve a mirar hacia el horizonte. A lo lejos, diminutos puntitos se acercan a toda velocidad hacia la costa. Los pescadores comienzan a regresar después de haber estado faenando toda la noche.

Acompasados por las olas, los hombres se van acercando a tierra firme, donde varios jóvenes porteadores, con los pantalones remangados hasta las rodillas, esperan para transportar el pescado hasta el mercado. Un total de 100 barcos y más de 600 tripulantes zarparon por la noche o de madrugada en busca de las mejores capturas. Algunos con dirección a alta mar, para pescar las mejores y más valiosas piezas. El resto, la flota de bajura, se alejó una docena de millas de la costa

«Trabajo en este puerto desde hace más de dos décadas y jamás había visto tal cantidad de barcos y de pescadores», confiesa Mohammad. En Somalia la pesca nunca ha sido una de las industrias punteras, pero la tendencia cambió de unos años a esta parte, cuando la mayoría de los piratas dejaron las armas y volvieron a tomar las redes y los aparejos.

Según las estimaciones, sólo el 30 por ciento de los piratas continúan en el «oficio», el resto ha desistido. En su mayoría proceden de la región semiautónoma de Himan y Heeb, y de Putlandia, considerados como los centros históricos de la piratería en Somalia.

Por el buen camino

Con el inicio de la Operación Atalanta el 8 de diciembre de 2008, los ataques disminuyeron hasta convertirse en algo testimonial.

Esa presencia de tropas internacionales en aguas del Índico obligó a muchos piratas a cambiar los Kalashnikov por las redes de pesca y volver a sus antiguos oficios. Con los buques de guerra y la seguridad privada a bordo de los barcos, a los piratas ya no les resulta tan atractivo, ni tan sencillo, secuestrar las embarcaciones, por lo que muchos han desistido.

Además, otro de los motivos por los que la piratería ha caído en picado es por la intervención del gobierno, el primero estable del país en décadas. Más de 900 antiguos piratas han sido integrados en las Fuerzas Armadas del país y, otros, han obtenido cursos de capacitación como pescadores.

En febrero de 2013, el presidente de Somalia, Hassan Sheikh Mohamud, ofrecía una amnistía a los piratas que decidieran abandonar sus operaciones en aguas del Índico. «Hemos estado negociando con los bucaneros indirectamente a través de los ancianos de los pueblos. La piratería tiene que terminar», aseguró el mandatario.

Contra los grandes

Mohammad, que trabaja para el Ministerio de Pesca, desciende la escalinata de piedra hasta llegar a pie de playa. Varios hombres se afanan en limpiar con arena un bote, mientras otro grupo levanta a pulso una pequeña embarcación hasta dejarla sobre un repecho de arena, en tierra firme. Se acerca a los pescadores y les saluda. No ha sido una buena noche. Han capturado cinco langostas y un atún. Mohammad lo apunta todo en una pequeña libreta.

El ritmo en el puerto es frenético. Los barcos continúan entrando a puerto. Peces espada, tiburones, mantarrayas, atunes… El desfile de pescado es incesante. «Esto es una minucia. Apenas tres o cuatro buenos ejemplares en toda la mañana. Los barcos occidentales esquilman nuestras aguas y a nosotros sólo nos quedan las migajas», se queja amargamente Noordin, de 29 años, y propietario de varios barcos pesqueros.

Muchos pescadores se unen a la queja de Noordin. «Los occidentales faenan en aguas de Somalia con barcos mucho mejores que los nuestros. Usan redes de arrastre y nosotros sólo tenemos arpones para capturar las presas», confiesa otro que ha tenido un mal día. «Barcos de Corea o China realizan pesca ilegal en nuestras aguas. Son tan grandes que parecen enormes ciudades», denuncia otro. Aunque ninguno se atreve a expresarlo abiertamente, todos piensan que si la situación se alarga en el tiempo muchos de los pescadores volverán a llevar armas en vez de redes y arpones.

Somalia posee 3,300 kilómetros de litoral, el país con más kilómetros de costa de todo el continente, pero a pesar de esto es el lugar de la región donde menos pescado se consume por habitante: 3.3 kilos al año. «Los somalíes nunca han tenido una cultura del pescado. Pueden estar muriéndose de hambre, pero harán todo lo posible para no comer pescado», afirma Abdel Kareem, quién lleva ocho años trabajando en uno de los puestos del mercado de pescado de Mogadiscio.

La somalí es una sociedad nómada donde la posesión de ganado es reflejo del estatus económico. Por ello, históricamente, el pescado ha sido percibido como símbolo de pobreza y de clase social baja. En los últimos años esta tendencia comienza a cambiar. Y para verlo no hay nada como visitar la lonja de Mogadiscio. Hordas de compradores caminan entre los puestos. Pequeños ejemplares de tiburones y de peces martillo se agolpan en el mostrador de uno de los puestos de venta. Un hombre va señalando con el dedo y el comerciante los guarda en una bolsa de plástico… el griterío es mayúsculo en la parte de atrás del mercado.

Hussein Musab lleva media vida trabajando como pescadero en esta lonja de la capital. Es uno de los más veteranos y una de las voces más críticas que se pueden encontrar. «Hace unos años, el kilo de carne de tiburón recién capturado podía llegar a costar ocho dólares. En la actualidad el precio está por debajo de los cuatro, la mitad», se queja.

El incremento de la pesca ha tirado por los suelos los precios. «¿Piratas? Con la miseria que estamos ganando actualmente muchos pescadores tendrán que volver a dedicarse a secuestrar barcos y pedir dinero por ellos. Así no podemos seguir ganándonos la vida», relata desafiante. Pero la realidad en Somalia es que los piratas han vuelto a coger sus redes para echarse a la mar y volver a ser pescadores.

National Geographic

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