Detonar armas nucleares, sembrar nubes y arrastrar icebergs son solo algunas de las soluciones hipotéticas que en algún momento se propusieron para controlar la trayectoria de un huracán y sus efectos devastadores. Todas estas fueron descartadas, debido a que el tamaño y la potencia de un ciclón tropical va mucho más allá de lo que el hombre pueda hacer para detenerlos.
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Los huracanes son verdaderos gigantes de la naturaleza, capaces de desatar vientos destructivos y lluvias torrenciales. Estos fenómenos poderosos se alimentan del calor de las aguas oceánicas, y su formación y evolución involucran procesos atmosféricos extremadamente complejos.
La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), de Estados Unidos, explica que las interacciones entre la atmósfera y el océano, junto con factores como la temperatura y la humedad, generan la enorme energía que alimenta a los huracanes. Intentar intervenir en esos procesos podría desencadenar efectos imprevistos, ya que cualquier alteración puede impactar otras áreas climáticas.
«Algunas técnicas, además de la siembra de nubes, que se han considerado a lo largo de los años incluyen: enfriar el océano con material criogénico o icebergs, retardar la evaporación superficial con películas monomoleculares (…)», detalla la NOAA en su sitio. «Por muy cuidadosamente razonadas que sean algunas de estas sugerencias, todas se quedan cortas porque no tienen en cuenta el tamaño y la potencia de los ciclones tropicales.
Cuando el huracán Andrew golpeó Florida en 1992, el ojo y su pared devastaron una franja de 32 kilómetros de ancho. La energía térmica que se liberó alrededor fue 5,000 veces mayor que la generación combinada de calor y energía eléctrica de la planta nuclear de Turkey Point, sobre la cual pasó el huracán.
Por ahora, la ciencia se centra en mejorar la precisión de los pronósticos y preparar a las comunidades para reducir el impacto de estas tormentas. Más allá de controlar la trayectoria de un huracán, aprender a «coexistir con ellos» es hasta ahora la mejor manera de minimizar los daños.
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Durante casi 20 años, las autoridades estadounidenses llevaron a cabo el Proyecto STORMFURY, un programa experimental para modificar huracanes. El objetivo era reducir la intensidad de las tormentas sembrando nubes. La teoría proponía que este proceso fomentaría la formación de una nueva pared alrededor del ojo ya existente. Esta nueva pared se contraería, eliminando la anterior y disminuyendo la fuerza del huracán, pero esto no sucedió.
La investigación demostró que las «paredes del ojo concéntricas» ocurren con frecuencia en huracanes no modificados, lo que cuestiona los resultados positivos de la siembra observados en experimentos previos.
Hacer estallar el huracán con bombas de hidrógeno, inyectar aire en el centro con un enorme tubo para aumentar la presión y alejar la tormenta de la tierra con molinos de viento, fueron otras propuestas que nunca ocurrieron. La Sociedad Meteorológica Estadounidense ha indicado que «no existe ninguna hipótesis física sólida sobre la modificación de huracanes, y no se ha llevado a cabo ninguna experimentación científica relacionada en los últimos 20 años«.
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