Especialistas aseguran que la situación impide el desarrollo social del país.
La muerte, el 28 de febrero, de la cantante Edita Guerrero, fundadora y líder de una banda de música tropical campesina, volvió a poner sobre el tapete un problema que sacude a Perú desde tiempos inmemoriales y que, según expertos, es un gran obstáculo para el desarrollo social del país: el racismo.
«El racismo nos privó de un desarrollo cultural y económico, porque el racismo es una enorme traba», sostiene el psicoanalista Jorge Bruce, autor del libro «Nos habíamos choleado tanto» y uno de los mayores expertos en el tema.
Para Bruce, el racismo es además una gran carga emocional para quien lo practica, porque está compuesto de un odio que obliga a vivir con «veneno adentro».
Edita, nació en un pueblo de los Andes, con sus hermanos fundó un grupo para hacer un tipo de cumbia local llamada «sanjuanera». Las pretensiones no eran grandes. La idea era animar las pequeñas fiestas de las localidades próximas.
Pero, poco a poco, en uno de esos fenómenos inadvertidos en una Lima con dificultades para interactuar con el resto de país, Corazón Serrano se convirtió en un ícono para la gente del interior, sobre todo para aquella perteneciente a las clases sociales más humildes.
Ya hacia 2010 el grupo llegó a Lima, aunque con una audiencia limitada a inmigrantes y/o empleadas domésticas, vigilantes, vendedores de mercados, mototaxistas y demás oficios mal vistos por otros citadinos, en especial aquellos que presumen de tener la piel más clara por no estar «contaminados» por «sangre indígena», algo poco menos que imposible en un país tan mestizo.
Los mundos paralelos que conviven en Perú se vieron reflejados en Corazón Serrano. El grupo era venerado y seguido por cientos de miles de fanáticos, mientras, simultáneamente, una inmensa proporción de los habitantes de Lima, incluidos algunos sin visos de racismo, no tenían conocimiento alguno de su existencia.
Las radios de Lima propusieron a Edita que cambiara el nombre del grupo debido a la connotación peyorativa de «serrano». Pero ella se opuso y nunca cedió en su propuesta artística, a pesar de los comentarios de críticos que, incluso desde una óptica estrictamente musical, dudaban de la calidad de la banda.
Los dos mundos colisionaron hace unos días. La prensa informó que Edita estaba enferma con muy mal pronóstico. Una parte del país se entregó a la pena, mientras otra comenzó -con curiosidad, respeto u odio- a seguir la historia de esa desconocida paradójicamente tan popular.
La lucha de Edita, mujer radiante y llena de energía, duró poco. El aneurisma cerebral pudo más. Murió a falta de una semana para que cumpliera 31 años y tres meses después de que alumbrara a su segunda hija.
Mientras los seguidores se hundían en el dolor y participaban multitudinariamente en Piura del velorio y el sepelio, un número considerable de personas, la mayoría amparadas en pseudónimos, usaban Twitter para atacar a la fallecida y los seguidores.
A la «chola», que curiosamente tenía una apariencia física menos indígena que el promedio peruano, la fustigaron con todo. Y a sus seguidores les dieron con el argumento de que solo su «inferioridad étnica», transformada en «inferioridad cultural», explicaba su gusto.
De otro lado, analistas ven una parte positiva en la reacción de otra cantidad grande de internautas que tomó los teclados para exigir respeto a la memoria de una muerta, resaltar la riqueza de la biodiversidad étnica del Perú y defender que, en gustos, una persona puede gozar de la cumbia sanjuanera como otra con un género distinto.
Fuerte desafío
Recientemente Perú sufrió otro vergonzoso aunque muy distinto episodio de racismo, con consecuencias internacionales que incluyeron una protesta de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff. En un partido de la Copa Libertadores entre un equipo local y uno brasileño, los aficionados se dedicaron a imitar sonidos de mono cada vez que el futbolista negro Tinga tocaba el balón.
El racismo está lleno de paradojas. Ese partido se jugó en la ciudad andina de Huancayo y la mayoría de asistentes eran mestizos con marcada esencia indígena, es decir, esos mismos que sufren la discriminación y los insultos de los «blancos». Siempre aparecerá uno más oscuro para burlarse y tomarse revancha, explican expertos.
Sociólogos, antropólogos y demás estudiosos coinciden en que el racismo está fuertemente instalado en Perú, quizás con pocos similares en América Latina. Tras el escándalo por lo de Edita hay llamados para que se castigue ese tipo de acciones e incluso se estudia abrir una Procuraduría Antirracismo.
«Hay una normativa penal en el tema. La discriminación y racismo pueden ser sancionados. (La ley) no habla de temas tecnológicos pero se censura la discriminación», explica el abogado Erick Iriarte.
Aunque los expertos coinciden en que el racismo no se acaba con leyes sino con mayor cultura de inclusión, hay el sentimiento de que cuando comience a haber presos por esa causa, los ofensores, a los que se puede rastrear pese al anonimato, lo van a pensar más.