Los cañones que anunciaban el fin del ayuno, hoy suenan por verdaderos combates.
Hace tiempo, en el valle de la ciudad siria de Idlib se escuchaba el estruendo de los cañones, símbolo de que el Sol había desaparecido por completo del horizonte. A partir de ese momento, durante el mes de ayuno del Ramadán, se podía volver a comer y beber. Pero la guerra civil acabó con aquella tradición.
Hoy en día, en Idlib y sus alrededores lo que se escucha es el sonido de la batalla. "A veces, cuando por las tardes escuchamos las bombas, bromeamos con que los combatientes de las milicias nos dicen que es hora de comer", dice el activista Ajad Korien. Para muchos musulmanes en el mundo árabe, el jueves 18 marca el inicio del Ramadán, pero millones de ellos tendrán que pasarlo en medio de la violencia y el derramamiento de sangre.
La guerra no sólo se extiende por una amplia parte del territorio sirio, sino que también afecta a Irak, Libia y Yemen. Se calcula que más de 80 millones de personas residen actualmente en países árabes en situación de guerra. Según Ajad Korien, la situación en Idlib y la provincia homónima del noroeste de siria, donde los islamistas se enfrentan a las tropas del gobierno de Bashar Al Assad, lleva ya años ensombreciendo el Ramadán. Desde 2011, según Naciones Unidas, han muerto en siria más de 220,000 personas y millones de vecinos se han visto obligados a huir.
El mes sagrado no sólo es un precepto para los musulmanes, sino también uno de los acontecimientos sociales del año. Durante el Ramadán se reúnen familias y amigos, que adornan sus casas para acoger un a menudo copioso banquete tras la puesta de sol y el fin del ayuno. Eso es lo normal, pero los muchos ciudadanos que residen en zonas de guerra han ido perdiendo el entusiasmo por el Ramadán, señala Korien. En Siria, el conflicto ha resquebrajado familias enteras. "Hoy en día, la mayoría de nuestros parientes está en otros países, huyendo de la violencia", apunta en Damasco Mohammed Abdallah.
Por otro lado, mientras que en Idlib al menos hay suficiente comida, importada de Turquía, el abastecimiento en Damasco escasea. Antes de la guerra civil, cuenta Abdallah, los barrios de la metrópolis bullían de gente y los comercios de dulces trabajaban día y noche para poder cubrir la demanda. Hoy en día, con suerte se encuentra una panadería abierta, y a muchos vecinos les daría miedo hacer cola en la calle, pues en el pasado las granadas y las bombas acabaron con muchas vidas. "Aunque el Ramadán es un mes de paz y oración, aunque los sirios ayunen, no tendrán paz", lamenta Abdallah.
Tampoco en Yemen el horizonte es más despejado. No obstante, sería ya un gran éxito lograr un alto al fuego entre rebeldes hutíes y defensores del gobierno en las conversaciones que se están llevando a cabo auspiciadas por la ONU. En Irak, los enfrentamientos del gobierno contra el EI continúan, al igual que el caos en Libia, que está muy lejos de llegar a una solución. Y el calor veraniego que afectará este año al Ramadán tampoco frenará la violencia, añade un ex general del ejército sirio.
"A veces los capitanes optan por comandar ataques en esta época porque creen que sus rivales podrían estar más débiles a causa del ayuno", añade. El Observatorio sirio de Derechos Humanos calculó que en el pasado mes del Ramadán no disminuyeron las víctimas, sino que se utilizó para ganar territorios. Así lo resume su director, Rami Abdel Rahman: "La violencia, por ambas partes, no entiende de pausas".