Hace 1,900 años, un esclavo joven fue crucificado en el Reino Unido y sus restos son la mejor evidencia física jamás hallada de esta práctica.
La crucifixión era el método de ejecución más radical en la Antigua Roma. Adoptado de los fenicios (quienes a su vez aprendieron la técnica a partir de las prácticas del Imperio Persa), se trataba de un castigo con múltiples intenciones:
No sólo incluía el suplicio de morir sofocado en lo alto después de sufrir azotes, también la exhibición pública del condenado, cuyos restos se mantenían colgados días después de su muerte hasta ser devorados por aves carroñeras y consumidos por las inclemencias del clima.
De ahí que la crucifixión no se utilizara como método de ejecución para los ciudadanos romanos, sino para esclavos, traidores y toda clase de rebeldes que atentaran contra el poderío de Roma. Y aunque algunos historiadores latinos y la evidencia arqueológica dan cuenta de las crucifixiones en territorios cercanos a la metrópoli, los hallazgos de esta práctica más allá de Roma son escasos.
Sin embargo, el descubrimiento de un hombre con signos claros de muerte por crucifixión en el Reino Unido, a miles de kilómetros de la capital italiana, confirma que este método de ejecución se expandió junto con la influencia latina por toda Europa.
El hallazgo ocurrió en mayo de 2017, cuando una excavación realizada por Albion Archaeology en un terreno destinado a la construcción de un desarrollo urbano encontró restos de cinco cementerios romanos en Fenstaton, un pueblo ubicado 100 kilómetros al norte de Londres.
El cadáver de un hombre de 25 a 35 años de edad que murió hace unos 1,900 años llamó la atención de los arqueólogos debido a una característica particular: su talón estaba completamente atravesado por un clavo, una evidencia clara de que murió crucificado.
Los restos fueron trasladados a un laboratorio en Befdord, donde fueron examinados a detalle y revelaron que el hombre no sólo fue crucificado: las marcas de sus piernas demuestran que antes de su muerte, el condenado padeció heridas graves en las extremidades inferiores.
Además, el tamaño reducido de sus espinillas sugiere que probablemente estuvo sujeto a un grillete durante largos periodos de su vida y por lo tanto, pudo haber sido un esclavo que encontró su final en la cruz.
El descubrimiento publicado en la British Archaeology Magazine es considerado “la mejor evidencia física de crucifixión en el mundo romano”. Se trata de un hallazgo inédito, pues los cadáveres de las personas condenadas a morir crucificadas no eran reclamados por nadie y por lo tanto, solían mantenerse en lo alto de la cruz en estado de putrefacción y sólo se bajaban una vez que los buitres habían devorado la carne o bien, era necesario reutilizar los clavos.
El hallazgo también da cuenta de la influencia del Imperio Romano y según The Guardian, Albion Archaeology trabaja en un modelo en tercera dimensión del tobillo, mismo que podría exhibirse en el futuro próximo en el Museo de Arqueología y Antropología de Cambridge.
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