¡2020, era el año del gran Rafael, no del coronavirus! Cuanta ironía, que sea precisamente una fiebre la que haya robado a Rafael, este año, la conmemoración de los 500 años de su muerte y el merecido festejo de su arte, siendo que fue otra fiebre la que le arrebató la vida el 6 de abril de 1520, un Viernes Santo.
Texto: Maite Basaguren
Uno de sus primeros biógrafos, Giorgio Vasari, nos dice que el cielo colmó de dones a Rafael, en gracia, modestia, y afabilidad y que “siempre sabía mostrarse dulce y agradable con toda clase de personas y en todas las circunstancias”.
Mujeriego irremediable, Rafael justificaba su actitud hacia el sexo opuesto en una carta fechada en 1514, en la que explica que para pintar una mujer hermosa debía extraer cualidades de varias para así formar su mujer ideal.
Esto es necesario, decía Rafael, porque no había ninguna que reuniera todas las cualidades para satisfacer su criterio de belleza ideal. Esta afirmación generalmente se interpreta como un reflejo de la filosofía neoplatónica, pero también es consistente con el comportamiento de Rafael hacia las mujeres de carne y hueso.
Aunque estuvo comprometido con la sobrina de un importante cardenal, la perspectiva de casarse nunca le entusiasmó, y no llevó a cabo el compromiso. Soltero empedernido, se dice que tuvo muchos amoríos.
Sin embargo, hubo una mujer con la que vivió un apasionado romance durante su etapa en Roma y fue una fijación recurrente en su corta vida. Ella era La Fornarina, Margherita Luti, la hija de un panadero (fornaro).
Su amante y modelo, La Fornarina aparece en varios de sus cuadros y es tema central de cientos de murmuraciones en vida de ambos y posteriormente objeto de leyendas, mitos y especulaciones que, con visos de realidad o imaginación, se han construido alrededor de su ardiente relación durante estos últimos 500 años.
Tan vehemente fue el idilio, que Vasari, a quien no le gustaba el chisme, nos cuenta que mientras Rafael pintaba en Roma los frescos de la villa del afamado banquero Agostino Chigi, hoy conocida como Villa Farnesina, Chigi se vio en la necesidad de permitirle al artista traer a vivir con él a La Fornarina, siendo esta la única manera de que así pudiera concentrarse y terminar el trabajo. De tal manera que Rafael le «compró» la chica a su padre y se la llevó a vivir con él.
Algunos ejemplos son La Donna Velata, La Madonna Sixtina y La Fornarina, este último lienzo permanecería en su estudio hasta el momento de su muerte.
Según Vasari, fue el exceso de placeres amorosos e inmoderada actividad sexual desmedida los que provocaron, una noche de sexo excesivo, la fiebre que sería el motivo de su fin. No queriendo confesar a sus médicos que esto era la causa, se le dio la cura equivocada, y esto provocaría la muerte del artista a sus 37 años.
La ciudad entera lo lloró y se le permitió el gran honor de ser enterrado en el monumento de Roma que más le gustaba y admiraba, el Panteón. Hoy se puede visitar la tumba de Rafael dentro de este templo y leer su hermoso epitafio:
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