Los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki temen una nueva contienda, aún 7 décadas después de la tragedia.
Shozo Muneto escuchaba atentamente desde la ventana en casa de sus padres el zumbido del bombardero B29 que se recortaba sobre un resplandeciente cielo azul. Poco antes había cesado la alarma: el miedo a un ataque aéreo era injustificado, decían. Sin embargo, de pronto una violenta explosión derrumbó la vivienda de este joven de 18 años, dejándolo enterrado bajo los escombros.
Eran las 08:15 horas. A 1,300 metros de allí, el bombardero estadounidense "Enola Gay" que Muneto había contemplado sin presentir lo que se venía lanzaba la bomba atómica "Little Boy" sobre Hiroshima. "Cuando me desperté, confundido, veía nubes negras", recuerda este hombre de ahora 88 años. Entre los escombros, los supervivientes deambulaban "como fantasmas", con la piel hecha jirones. Bañado en sangre, Muneto llevó a su madre hasta un saturado hospital donde "por todas partes se escuchaban gritos". El calor del verano condensaba aún más el hedor de los cadáveres en las habitaciones del centro médico.
Como consecuencia de la radiación, Muneto sufrió leucemia, pero logró sobrevivir. Aún hoy en uno de sus brazos hay restos de metralla y, cuando realiza un esfuerzo, en su piel aparecen unas manchas azuladas. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, estudió teología, emigró a América y se hizo pastor.
Desde entonces, no se cansa de contar a generación tras generación el horror que vivió, para que jamás vuelva a repetirse. Sentado en una pequeña iglesia cristiana de su ciudad natal, su voz suena débil y triste.
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Y es que 70 años después del lanzamiento de la primera bomba atómica, y por primera vez en todas estas décadas, Muneto y otros supervivientes de Hiroshima y Nagasaki temen que la política del conservador Shinzo Abe les lleve de nuevo a la contienda. "Es como antes de la guerra", describe el octogenario japonés. Pese a las multitudinarias protestas, la Cámara Baja acaba de aprobar una reforma de seguridad con la que, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, Japón volverá a enviar soldados a misiones de batalla en el extranjero.
"El gobierno quiere hacer que se olvide la historia", lamenta la activista antinuclear Haruko Moritaki. En conversación en Hiroshima, critica el patriotismo que fomenta el gobierno de Abe en las escuelas, lavando el pasado bélico de Japón y presionando a los medios. Muneto lo tiene claro: Por un lado, como superviviente de la bomba atómica, es una víctima. "Pero el trasfondo que llevó a que se lanzaran las bombas sobre Japón fue su militarismo y colonialismo", añade. Japón mató a 20 millones de personas en Asia. "No sólo somos víctimas, también somos verdugos".
Sin embargo, añade Hirotami Yamada, Abe no reconoce que Japón emprendió una guerra de invasión. Yamada sobrevivió a la segunda bomba atómica que los estadounidenses lanzaron tres días después de la de Hiroshima sobre Nagasaki y preside la asociación de víctimas de esta ciudad. También él ve con preocupación cómo Abe reinterpreta la pacifista Constitución de la posguerra para que su país pueda volver a ir a la guerra al lado de su actual aliado Estados Unidos.
"Me da miedo", afirma Hiroshi Shimizu en Hiroshima. También él lidera una asociación de hibakusha, como se denomina a los supervivientes de las bombas atómicas. Abe está llevando a cabo una intensa campaña para presentar a China como amenaza y cimentar así su doctrina de seguridad, sostiene Shimizu, que tenía tres años cuando sobrevivió a la bomba. "Los medios nipones no son críticos, y los jóvenes crecen con ello", advierte. Incluso entre las propias víctimas de aquella tragedia hay quienes defienden la política de Abe.
El alcalde de Hiroshima y miembro del partido de Abe, Kazumi Matsui, anunció recientemente que no planea mencionar la polémica reforma de seguridad en su declaración sobre el 70 aniversario del lanzamiento de la bomba atómica. Y eso, pese a que según sus detractores, supone un distanciamiento del pacifismo de la posguerra. "Debemos esforzarnos aún más en transmitir nuestras vivencias a los jóvenes", sostiene Muneto.
Víctimas como él contemplan hoy perplejas cómo junto al río, muy cerca del monumento conmemorativo de la bomba, se construye una nueva ostrería. "A este río saltaron muchas personas que se quemaban o no soportaban el calor. Murieron muchísimas", recuerda Moritaki. Para él, es inconcebible que precisamente aquí se vaya a brindar con champán en un futuro. "¿Por qué ahora, 70 años después?, se pregunta la activista. "Se ha creado un clima de querer olvidar la historia negativa".
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