La fiesta de los parachicos en Chiapa de Corzo es una de las celebraciones más esperadas de México. Raúl Torres nos cuenta cómo se vive.
Las calles, balcones, parques y rostros de los habitantes del pueblo de Chiapa de Corzo se disfrazan de colores; mientras que los dulces, tragos regionales, artesanía, platillos típicos y música dan vida a un de las fiestas más grandes de México, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial: la gran fiesta de Parachicos.
Miles de habitantes, nacionales y extranjeros, se preparar con anticipación para vivir la fiesta completa o algunas partes de ella, ya que dura 15 días a partir del 8 de enero, y se conforma de múltiples actividades.
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Una historia de gratitud
Esta tradición es tan antigua que algunas partes de la historia de sus orígenes se cuentan con diferentes detalles. La versión más aceptada y popular relata la búsqueda de María de Angulo, una mujer española, que se adentró a las profundidades de las comunidades de México para tratar de encontrar la cura a la grave enfermedad que sufría su hijo. Se acercó a curanderos y chamanes, y su largo viaje vio su esfuerzo recompensado ya que en Chiapa de Corzo encontró a un curandero que usó el agua de Cumbujuyú, un ojo de agua sagrado, para curarlo.
María de Angulo y los habitantes entablaron una fuerte amistad y conexión. La gratitud de la mujer era infinita, por lo que desde la cura de su hijo, ella volvía cada año en la misma fecha a dar regalos a los habitantes del pueblo, especialmente a los niños, diciendo “para los chicos” al entregarlos. De ahí nace la palabra que ahora representa la festividad “para-chicos”, una expresión que trascendió a la diferencia de lenguas.
Con el tiempo los indígenas hicieron máscaras con toques que les hicieran verse como españoles, y así crear una atmósfera de semejanza. Así nació el personaje conocido como “El Parachico”.
Actualmente, la celebración honra la memoria de la leyenda que le dio vida.
Los principales aditamentos de la vestimenta del Parachico constan del sarape colorido, la montera hecha de ixtle, una sonaja y la máscara. Esta vestimenta es muy costosa, ya que cada detalle es artesanal, por lo que algunas partes del vestuario se han ido heredando por generaciones.
Así, la leyenda ha dado lugar a la suma de la energía que aportan artesanos, músicos, cocineros, danzantes, visitantes, mujeres chiapanecas con sus vestidos, cantos, arquitectura y el hermoso cañón del sumidero.
Fotografía y texto por Raúl Torres / Coyote Fotógrafo Viajero. Soy un buscador de los secretos etéreos ocultos en la cotidianidad. Instagram: @coyotefotografomx.
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