Una religión antigua, fundada en Asia central, enfrenta una cuestión controvertida: cómo mantener encendido el fuego de la fe.
Una mañana del pasado diciembre, Aaria Boomla se levantó de su dura cama en la casa de huéspedes ubicada en el pueblito costero de Udvada, India.
No se parecía en lo absoluto a la suave cama que tenía en casa, a siete horas en Pune. Se vistió y se cepilló con cuidado alrededor de los dos espacios donde estarían los dientes frontales, al mismo tiempo que practicaba en silencio las líneas de las escrituras que había pasado meses memorizando. A los siete años, ella (la mayor de dos niños) estaba a punto de reunirse con su familia como seguidora de una de las religiones más antiguas del mundo.
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Los ancestros zoroástricos de Aaria
Un sol ardiente y difuso salía mientras Aaria, su familia y amigos recorrían un camino de tierra hacia el Iranshah Atash Bahram, un enorme complejo de templos de madera y piedra blanca encerrado detrás de altos muros. En la puerta de entrada, flanqueada por dos esculturas enormes de toros alados con cabezas humanas, un vigilante se aseguraba de que solo aquellos con suficiente pureza ritual entraran en el recinto (uno de los lugares más sagrados de India).
Según la tradición, los ancestros zoroástricos de Aaria habían llegado a la costa de Gujarat hacía 1,300 años con el fin de protegerse de la persecución religiosa de los árabes musulmanes. Aquí, en las costas del mar Arábigo, revivieron los dogmas y rituales de su fe, incluido un fuego alimentado por 16 diferentes hogueras encendidas a partir de diversas fuentes, desde la forja de un herrero hasta relámpagos. Ese fuego ha ardido sin tregua desde siempre, bajo el cuidado de los mobeds o sacerdotes en velos blancos, y hoy lo hace para la cada vez más escasa comunidad de creyentes.
Dentro del precinto del templo, Aaria se bañó en agua sagrada, tomó tres sorbos de orina de toro purificada, se puso un conjunto de ropa blanca limpia y se unió a los mobeds. Se reunieron alrededor del fuego, que ardía en una urna plateada. Las plegarias se elevaron en el aire, con palabras de una lengua que se usó a diario por última vez hace 3,500 años. Fravaraane mazdayasno Zarathushtrish Vee-daevo Ahura-tkaesho . Recitaba Aaria: “Confieso que soy adoradora del Creador Ahura Mazda, seguidora de la religión revelada por el profeta Zaratustra”.
Aaria y su familia están entre el pequeño número, cada vez más escaso, de creyentes ortodoxos en el rincón del mundo donde apareció y se dispersó primero el zoroastrismo. Restan menos de 100,000 adeptos en los límites del antiguo Imperio persa en Irán, India y Pakistán, pero en el siglo pasado la fe viajó, lejos de sus orígenes, a lugares como Los Ángeles, Ciudad de México y Estocolmo, e inspiró a comunidades progresistas nuevas donde cualquiera que siga la doctrina del antiguo profeta Zaratustra se puede considerar zoroástrico.
EN GRAN PARTE de la imaginación del mundo, el zoroastrismo evoca algo antiguo y, tal vez, un tanto exótico, pero la doctrina básica es fundamental para todas las personas: el bien contra el mal, la resurrección y la vida después de la muerte. En esencia es humata, hukhta, hvarshta: “buenos pensamientos, buenas palabras, buenas obras”.
La tradición cuenta que Zaratustra (Zoroastrus, en griego) fue un sacerdote desilusionado de una antigua religión politeísta quien, después de sumergirse en un río, recibió la revelación de Ahura Mazda, el Ser Supremo. No queda claro cuándo y dónde pudo haber vivido Zaratustra. Muchos estudiosos buscan pistas en la escritura zoroástrica, el Avesta, y lo ubican en Asia central, posiblemente en lo que en la actualidad es Afganistán o Tayikistán, alrededor de 1 700 a 1 000 a.C. Se decía que al principio dejó solo a un seguidor, su primo, pero, para el siglo vi a.C., el zoroastrismo se había vinculado al Imperio persa aqueménida (una de las superpotencias mundiales más antiguas y colosales) y con el tiempo la doctrina de Zaratustra se esparciría por los magníficos puertos de la Ruta de la Seda en la China occidental y los pequeños santuarios en las montañas de los Balcanes.
La influencia de las religiones abrahámicas
La creencia de los zoroástricos en un ser supremo y en la lucha del bien contra el mal tuvo una influencia profunda en las religiones abrahámicas (el judaísmo, el cristianismo y el islam). Ciro II el Grande, fundador del Imperio persa aqueménida, liberó a los judíos del cautiverio en Babilonia en el año 539 a.C. y los regresó a Jerusalén, donde reconstruyeron su templo. Muchos estudiosos creen que su exposición al zoroastrismo en Babilonia y Persia ayudó a consolidar los elementos fundamentales de la fe judía, que incluyen la vida después de la muerte y el juicio final. Los antiguos griegos notaron el genio de los sabios zoroástricos, lo que dio origen a los Reyes Magos del Nuevo Testamento, en tanto que los estudiosos notaron una similitud entre las prácticas zoroástricas y musulmanas de rezar cinco veces al día y la ablución ritual que acompaña estas oraciones.
El dios zoroástrico no es una deidad negociadora o castigadora. No existe la noción de un pecado original que exija arrepentimiento; por el contrario, el dios zoroástrico es más parecido a la fuerza de gravedad, indiferente al bienestar diario del ser humano, cuya labor es luchar por asha (la verdad, la rectitud y el orden) contra druj (la escoria, las mentiras y el caos). Después de la muerte, el alma (o urvan) se reúne con el espíritu guardián (o fravashi) y vive en un mundo de música o en un purgatorio. Luego llega la batalla final, en la que el bien triunfa sobre el mal y todo el mundo resucita para vivir en un mundo perfecto libre de guerra, hambre y deseos terrenales.
En cierto sentido, las enseñanzas de Zaratustra sentaron las “bases” de las religiones abrahámicas, explica Jamsheed Choksy, profesor de estudios de Eurasia central en la Universidad Bloomington en Indiana. “Empezamos con la discusión del bien contra el mal y que los seres humanos tienen una misión, no vinimos solo para andar por la vida, y, por otra parte, la recompensa es que todo se reparará: el mal será vencido”.
Para los no zoroástricos como yo no hay mucha accesibilidad a la comunidad. Las estrictas leyes de pureza prohíben a los extranjeros entrar en el complejo de templos de Iranshah, así como a otros templos del fuego menores en Udvada. La mañana de la iniciación de Aaria, Zarine Bharda se detuvo en otro templo del fuego en una motoneta, con una hija de la edad de Aaria a su lado. Bharda, toda vestida de blanco, rechazó mi sudoroso apretón de manos con una sonrisa pesarosa. “Si apretara su mano, tendría que volver a lavarme la cabeza antes de entrar en el templo”, me explicó, apuntando al pañuelo blanco atado alrededor de su pelo.
Bharda, antigua ingeniera de una familia zoroástrica en Canadá, ahora es entrenadora de bienestar para mujeres. Al estar casada con un mobed en el templo de Iranshah, debe observar los estrictos deberes de pureza; por ejemplo, durante la menstruación deja su casa y se va a otro departamento en el pueblo, donde tiene mudas de ropa y trastes. “Es más fácil”, explicó.
Más adoradores vestidos de blanco se acercaron al templo y la hija de Bharda la jaló impaciente de la manga. Era momento de entrar.
LOS ZOROÁSTRICOS DE INDIA (conocidos como parsis) afirman que son los verdaderos guardianes de la religión. En la República Islámica de Irán, antiguo centro del Imperio persa, los zoroástricos han sido perseguidos y obligados a realizar muchas de sus prácticas en la clandestinidad. En su apogeo, el zoroastrismo se adjudicó millones de seguidores y ahora es posible que queden entre 15,000 y 25,000 adeptos en Irán. Se cuentan alrededor de 50,000 parsis en India, concentrados en su mayoría alrededor de Mumbai y el estado de Gujarat, y menos de mil en el vecino Pakistán. Los más ortodoxos entre ellos consideran que solo los hijos de padres zoroástricos son verdaderos parsis y desaprueban los matrimonios fuera de la fe. Estas restricciones, junto con la cada vez menor tasa de natalidad, han conducido a una rápida disminución de la población parsi.
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Los zoroástricos y un entrenamiento muy riguroso
Ramiyar Karanjia es el director de un seminario parsi en el enclave frondoso de Dadar, en Mumbai central, en el que los hijos de los mobeds reciben un entrenamiento riguroso en literatura religiosa y rituales, junto con clases de matemáticas y geografía. Karanjia, hombre esbelto de voz suave, asistió al mismo internado cuando era niño, hace 50 años, en el cual memorizó las escrituras y se sometió a arduas ceremonias de purificación exigidas a los futuros mobeds, las cuales incluían un aislamiento de 25 días dentro de un templo del fuego donde los niños prepúberes tenían prohibido tocar nada, ni a nadie, ni comer entre el amanecer y el anochecer.
El libro central, el Avesta, contiene 17 Gathas, las palabras entregadas por Ahura Mazda a su profeta, Zaratustra. Los pasajes más antiguos están en avéstico clásico, un idioma que, se piensa, se hablaba en Asia central durante la Edad de Bronce, hace unos 3 500 años. Le sigue el Vendidad, que es principalmente un compendio de leyes eclesiásticas y sociales considerado como uno de los 21 libros que formaron el corpus zoroástrico original. Es el único que sobrevivió intacto al saqueo del Imperio persa por Alejandro Magno o “Alejandro el Maldito”, como es conocido en esta región, en el 330 a.C. Tal vez 10 % de la escritura en el Avesta sobrevive hasta hoy, comenta Karanjia.
Las comunidades zoroástricas acuden a sus mobeds en busca de liderazgo. En la tradición parsi, solo los hijos de los sacerdotes pueden convertirse en sacerdotes. Un mobed puede ganar hasta 50,000 rupias al año, explicó Karanjia (alrededor de 600 dólares), una suma escasa incluso en las partes más pobres de India, y no cuenta con plan médico ni pensión, por lo que la mayoría sirve medio tiempo y se dedica a otra profesión.
Hace no mucho, más de dos docenas de estudiantes asistían al seminario en Dadar. “Hoy tenemos solo 14”, se lamenta Karanjia. El otro seminario parsi no ha tenido estudiantes en casi una década.
La pequeña cantidad de candidatos al seminario es el reflejo de la baja tasa de fertilidad entre las comunidades parsis. Los líderes religiosos e investigadores observan que los hombres y las mujeres parsi tienden a casarse a mayor edad, si lo hacen, y tienen menos hijos que antes. Se calcula que, por cada parsi que nace en la comunidad, mueren cuatro. Jiyo Parsi, un programa lanzado en 2013 y patrocinado en parte por el gobierno de India, promovió la existencia de familias parsis más grandes con incentivos financieros, consejería, tratamientos de fertilidad y campañas publicitarias descaradas. “Sé responsable. No uses condón esta noche”, animaba un cartel. Algunos parsis hacen bromas fatalistas sobre el futuro de su comunidad. “¿Conoces la película Cuatro bodas y un funeral? —me preguntó un periodista parsi—. Entre nosotros son más bien cuatro funerales y una boda”.
Rohinton Nariman, un mobed y antiguo juez de la Suprema Corte de India, reconoció que el rechazo al matrimonio mixto será la condena de los parsis. “Norteamérica es el único lugar que está aceptando tanto a los cónyuges como a los hijos —afirmó— y estoy seguro de que el zoroastrismo florecerá ahí”.
Un centro zoroástrico en California
EL ALMACÉN DE TROFEOS DE BEHNAM ABADIAN se encuentra en un modesto parque industrial en Glendale, California. Dentro, los estantes están llenos de creaciones resplandecientes de bronce, cristal y zinc, destinadas a ejecutivos de corporaciones, atletas profesionales y cienciólogos. Abadian es un ingeniero civil que dejó Irán el día que Irak lo invadió, en 1980, y más tarde se casó con una “musulmana en una iglesia católica en Nueva York”, comentó. Hoy es consejero del Centro Zoroástrico de California y distribuye libros progresistas sobre la fe a sus hermanos en Norteamérica. Además de los libros, Abadian está especialmente orgulloso de su última obra: una estatua de bronce de tres metros de alto de Ciro II el Grande.
Me sumé a Abadian y a su amigo Arman Ariane para comer en un popular restaurante persa cerca del almacén de trofeos. Dentro, los meseros llevaban charolas con un pan plano y carne asada que maniobraban entre las mesas abarrotadas de familias bien vestidas. Era el fin de semana de Nowruz, el Año Nuevo zoroástrico que comienza en el equinoccio de primavera, en marzo.
Aunque resulta imposible decir qué tanto seguía Cirio II el Grande la doctrina de Zaratustra, los zoroástricos modernos apuntan con orgullo hacia donde el rey persa restableció los templos de diversas creencias bajo la protección de una de las primeras superpotencias mundiales (creó, básicamente, el primer imperio multirreligioso). “Y condujo a la primera declaración de derechos humanos del mundo”, afirmó Ariane, diseñador de modas y propietario de Xerxes para Gents, una tienda de ropa en el cercano Claremont. Originario de Irán, Ariane asistía al internado en Austria cuando el ayatola Jomeini tomó el poder a principios de 1979. Ariane se encontró sin hogar, así que trabajó como conductor de camiones durante un año y luego retomó su vida en Los Ángeles como repartidor de pizzas.
AUNQUE LAS PRIMERAS poblaciones zoroástricas aparecieron en Norteamérica en la década de los cincuenta, después de la independencia y la división de India y Pakistán, vieron un crecimiento exponencial durante las décadas de los setenta y ochenta, impulsadas por los iraníes que huían de la revolución de 1979 y la posterior guerra con Irak, así como por la migración económica de zoroástricos del sur de Asia. Hoy es una comunidad estable y no una en declive por la carga de restricciones étnicas y religiosas, observa Choksy. Las familias son más jóvenes y los matrimonios mixtos más comunes. “La perspectiva es, en gran medida, la de una comunidad más joven que ve posibilidades”, afirma Choksy.
La Federación de Asociaciones Zoroástricas en Norteamérica (Fezana) se estableció en 1987 como una especie de escudo para dos docenas de grupos zoroástricos en Canadá y Estados Unidos. Ariane tiene un puesto en varias organizaciones zoroástricas en California y fuera de ahí, y ayuda a administrar un grupo de Facebook para conversos. El grupo es una de las muchas comunidades zoroástricas que prosperan en línea, entre ellas, la Organización para el Gran Retorno, en Noruega, que inicia a los zoroástricos del mundo.
Los más jóvenes suelen reunirse en WhatsApp e Instagram, según Arzan Sam Wadia, un arquitecto que vive en Nueva York y es el actual presidente de Fezana, quien también dirige Regreso a las Raíces, que conecta a los jóvenes adultos zoroástricos en la diáspora con sus comunidades ancestrales en India.
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Más de 25,000 zoroástricos lejos de India
En la actualidad, más de 25,000 creyentes viven en Norteamérica ¿Qué tanto más y qué tan rápido crecerá este número? Es difícil decirlo. Los zoroástricos iraníes no necesariamente quieren que se les cense, explicó Wadia: “Dirán: ‘Aquí está el dinero de mi membresía, no tomen mi número de teléfono ni mi correo electrónico’. Le siguen temiendo al Gran Hermano”.
Al mismo tiempo, los zoroástricos de India recién llegados a Norteamérica, así como los descendientes de la segunda y tercera generaciones, pueden evitar reunirse con sus comunidades locales debido a la influencia amenazadora de la ortodoxia parsi. “Suelen decir: ‘Pero me casé con un hindú, me casé con un estadounidense, no me van a permitir entrar’ —explica Wadia—. Y yo les respondo: ‘¿Quién les dijo eso? Todo el mundo es bienvenido’. Incluso los no zoroástricos pueden entrar en nuestro lugar del fuego y adorar. No nos regimos por las mismas normas y reglas que hay en India”.
Ariane se llama a sí mismo zoroástrico por elección, al haber crecido en un hogar secular con padres musulmanes. Encuentra refugio en el énfasis de la fe en el libre albedrío y la responsabilidad individual.
“Nosotros vamos al volante y debemos tomar el control. Podemos hacer de este mundo un lugar mejor y no esperar a que venga un salvador —señala—. Muchas religiones esperan la llegada de un salvador que resuelva todos los problemas y olvidamos que somos nosotros quienes debemos mover las fichas”.
“Nos fueron dados el intelecto y los conocimientos —continúa—, es nuestra responsabilidad usarlos para cosas buenas”.
Un zoroastrismo abierto para todos
Para los seguidores progresistas como Ariane, el zoroastrismo está abierto a todos, libre de restricciones y rituales impuestos a la religión en la literatura posterior. El centro de la fe yace en los Gathas, himnos que reflejan las conversaciones entre el profeta Zaratustra y el Ser Supremo, Ahura Mazda. Los Gathas están exentos de mandamientos. Las oraciones zoroástricas son, en esencia, una serie de meditaciones sobre lo que debemos hacer. “¿Cómo lo llaman los millennials? —pregunta Ariane—, ¿Decretar?”.
MALABAR HILL es uno de los vecindarios más costosos en la inmensa ciudad de Mumbai, donde más de 20 millones de residentes compiten por espacios de vivienda en edificios de departamentos cada vez más altos. Pero el bosque de Doongerwadi, 22 hectáreas de calma arbolada donde los parsis han sepultado a sus muertos durante siglos, aún es un remanso en medio del caos. “Estos son los pulmones de Mumbai”, comenta Rashneh Pardiwala mientras agita la mano hacia el alto baniano y los árboles de mango que nos rodean. Pardiwala, un parsi, es fundadora del Centre for Environmental Research and Education de India. Ella creció cerca de estos bosques como zoroástrica practicante.
Las escrituras de la fe detallan el cuidado que debe tenerse para evitar profanar el agua, la tierra y el fuego. Una forma en que los zoroástricos hicieron esto durante milenios fue colocar los cuerpos de los muertos en la cima de las montañas y en dakhmas, o Torres del Silencio, donde los carroñeros se comían la carne. Los parsis comenzaron a construir sus Torres del Silencio hace tres siglos en Doongerwadi, en lo que entonces era la periferia de Mumbai. En la actualidad, cinco torres circulares se ven eclipsadas por enormes edificios de departamentos. Un muro de piedra encierra el precinto al que se llega por una vía única, que termina en la cima de un monte salpicado por algunos edificios bajos.
Quienes no son zoroástricos y asisten a entierros en Doongerwadi tienen acceso solamente a dos pabellones abiertos para visitantes y se les prohíbe la entrada a cualquier lugar cercano a las torres. Incluso los parsis tienen prohibido explorar el bosque y alterar la pureza de la tierra fuera de los accesos a las torres, pero Pardiwala persuadió a la junta de la comunidad que administra el bosque para que le permitiera estudiar una parcela de dos hectáreas. Desde entonces, ha revivido partes del bosque con más de 12,000 ejemplares de más de 50 tipos de árboles nativos.
En la silenciosa extensión verde de Doongerwadi, la inmensidad del Mumbai moderno que lo rodea nos recuerda constantemente que la infinita marcha del progreso y sus consecuencias indeseadas pueden alterar incluso la más antigua de las religiones. Los buitres nativos en los que confiaron los zoroástricos para deshacerse de sus muertos hace mucho que abandonaron el bosque, envenenados sin querer por un medicamento que se usó para tratar el ganado en India en la década de los noventa. Ahora, los cuidadores confían en los concentradores solares para apurar la descomposición y reducir las quejas de los vecinos.
Pardiwala y yo nos instalamos en las pesadas bancas de madera en el antiguo pabellón de visitas de Doongerwadi, que su familia restauró hace poco. Su madre, comentó por lo bajo, falleció justo antes de que lo terminaran y no consiguió ver cómo había quedado. “Mira el vidrio de color”, apuntó hacia un panel colorido que retrataba a mobeds orando ante un fuego sagrado y un perro, que se cree que es el fiel amigo espiritual de los zoroástricos y ayuda a guiar su alma humana de esta vida a la siguiente.
La oración más importantes de la fe
Durante más de tres milenios, los seguidores de Zaratustra han memorizado y repetido el Ashem Vohu, una de las oraciones más importantes de la fe, de la cual existe una traducción que dice así:
La pureza es el mayor de los dones pues produce felicidad.
La felicidad es para aquellos que por la pureza misma
siguen el camino de la rectitud.
En las caóticas primeras décadas del siglo xxi, mientras los antiguos órdenes colapsan y la verdad, asha, es cada vez más difícil de discernir de la mentira, druj, hay consuelo en esta oración, tanto por la simplicidad de su mensaje como por la dificultad que presenta. Es un desafío que los zoroástricos han aspirado a cumplir durante milenios (desde los líderes espirituales de un imperio) y los cuidadores de los fuegos antiguos hasta las generaciones modernas que intentan impulsar al universo hacia un orden más perfecto.
Unos cuervos enormes bajaron en picada entre los altísimos árboles de Doongerwadi, llenando el aire con sus insistentes graznidos; de pronto, dos mobeds vestidos de blanco emergieron de un edificio cercano con un perro amarrado, seguidos del cuerpo de un parsi que acaba de morir, envuelto en una mortaja blanca y transportado en un féretro de metal. “Levántate”, susurró Pardiwala. El cortejo fúnebre pasó por delante de nosotros hacia la Torre del Silencio. Otros perros que holgazaneaban cerca se levantaron y trotaron detrás del cortejo. De pronto, todo desapareció en el bosque bajo la dorada luz de la tarde.
Este texto fue escrito por Kristin Romey, arqueóloga, editora y escritora que cubre arqueología y religión para la revista National Geographic. Fotografías de Matthieu Paley y Balazs.
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