La tecnología permitió el rescate de las pinturas en una cueva en El Salvador, estudiadas desde 1954.
Durante miles de años cuevas y abrigos rocosos albergaron seres humanos, estos también fueron sus primeros hogares y espacios sagrados; algunos destacan por diversos decorados creados por individuos que sintieron el impulso por plasmar sus vidas y su mundo. Así nace el concepto de captar la realidad: escenas de sobrevivencia y cosmovisiones, una forma de fotografía incipiente. Sin embargo, a lo largo de miles de años, estos testimonios se han borrado debido a la erosión de la roca, los cambios ambientales y factores naturales y antropogénicos.
En una expedición en El Salvador pudimos crear grandes mosaicos fotográficos de las superficies de una cueva conocida como La Gruta del Espíritu Santo, ubicada en Corinto, Morazán. Esa cueva fue estudiada a la llegada del arqueólogo y explorador Wolfgang Haberland, en 1954, quien describió seres humanos con tocados, lanzas, arcos, animales, huellas de manos y otras figuras abstractas. Haberland notó un caso en que los colores rojo y blanco estaban pintados uno sobre otro; esto, pensó, denota dos momentos separados por 10, 100 o miles de años.
Las pinturas presentaban deterioro y pronto sería imposible poderlas observar, lo que habría sido una gran pérdida del legado humano en América.
El mosaico fotográfico y el mejoramiento visual permiten rescatar la complejidad artística de la zona e iluminan un panorama antes invisible. Más aún, el concepto de ver a través del tiempo es posible con filtros que incrementan la visibilidad de ciertos pigmentos. Estas tecnologñias permiten recorrer un pasado artístico por medio de la arqueología visual.
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