El Sena es el corazón líquido de París: un conducto de comercio, una fuente de inspiración para los artistas y un telón de fondo de ensueño para el romance en los escenarios que ofrece Le Calife, un barco restaurante.
Extracto de la edición de mayo 2014 de la revista National Geographic en español.
Fotografías de William Albert Allard
Casi todas las mañanas, a las nueve, los servicios de emergencia asignados al Sena se ponen sus trajes de buceo y nadan en torno a la Île de la Cité. Durante su recorrido alrededor de esta isla con forma de lágrima en el centro del río, en el centro de París, los bomberos-buzos rastrean el fondo y hallan bicicletas, cubiertos (los cuales limpian y utilizan en las casas flotantes cercanas donde viven), teléfonos celulares, monedas viejas, crucifijos, pistolas y, en una ocasión, una hebilla romana digna de un museo.
Por el Pont des Arts, donde los amantes sujetan candados de latón con sus nombres inscritos ("Steve and Linda pour a Vie"), rescayan llaves lanzadas al agua por parejas que esperan afirmar la naturaleza eterna de su amor, cerrado con candado. En el puente que sigue río arriba, el Pont Neuf, cerca de las cortes del Palacio de Justicia donde se decretan los divorcios, encuentran anillos de matrimonio, descartados cuando el amor eterno resulta más bien efímero.
Como arteria central de París, el Sena acumula detritos de la civilización y las relaciones humanas. A lo largo de los siglos ha servido de carretera, fosa, grifo de agua, cloaca y bañera. Su arco en forma de cimatarra rebana la ciudad y la divide en las riberas izquierda y derecha.
Históricamente, la izquierda era bohemia; la derecha, aristocrática, pero las distinciones se han borrado con el paso del tiempo).
En la propia Île de la Cité, frente a la tracería gótica de piedra de la Catedral de Notre Dame, puede verse la rosa de los vientos de bronce empotrada en las piedras del pavimento. A partir de aquí -point zéro- se miden todas las distancias desde París. El Sena centra a París, es su corazón líquido. "Para los parisinos, el Sena es una brújula, un modo de saber dónde están", dice Marina Ferreti, curadora e historiadora del arte.
También es, como dicen los franceses, fluide, una palabra con implicaciones filosóficas. Déjate llevar por la transitoriedad y el flujo, susurra. Nada se queda igual. De nada sirve ordenarle al Sena que se quede quieto. Un río quieto ya no es un río. Cambia según el momento del día y la estación. Sus corrientes llevan los despojos y desechos de la vida y la muerte -juguetes de plástico, globos que escaparon, colillas de cigarro (Gauloises, por supuesto) botellas de vino vacías, a veces incluso un cadáver- mientras giran, se agitan, inundan y fluyen entre la monumental arquitectura de París. No puedes meterte al río dos veces, dice Heráclito. C´est fluide.
Vista del Sena desde la Torre Eiffel
Los impresionistas destilaban su luz en mercurio. Claude Monet tenía un estudio flotante en el río cerca de Argenteuil. Henri Matisse, un postimpresionista, tenía un estudio en el Quai Saint-Michel. El listón de agua plano, gris, pintado por artistas anteriores, bailó con opalescencia a través de la lente de los impresionistas. Su arte reflejaba el flujo no solo del Sena sino también del mundo.
"Los impresionistas vieron el mundo cambiar y pintaron de un modo de correspondía con ese nuevo mundo", afirma Ferretti, curadora del Musée des Impressionismes de Giverny. La Revolución Industrial había llegado. La electricidad colgó perlas de luz en la noche negra. La construcción del metro de París era inminente. El ritmo del mundo se aceleraba. "Era rápido y fluido", explica. Y también lo eran las pinceladas de los impresionistas.