Los bangladeshíes tienen mucho que enseñarnos sobre la mejor manera de adecuar un planeta sobrepoblado al nivel creciente del mar. Para ellos, el futuro es ahora.
Tal vez seamos 7?000 millones los que poblamos la superficie terrestre, pero cuando estás en Bangladesh pareciera que la mitad de la raza humana se hubiera embutido en un espacio del tamaño aproximado de Coahuila o Surinam. Al menos esa impresión causa Dacca, la capital, donde todos los parques y senderos están colonizados por personas sin hogar.
Sus caminos y callejones sofocantes se obstruyen con el caos de unos 15 millones de almas, casi todas atrapadas en el tráfico; mientras, entre el ruido y el barullo, se despliega un ejército de limosneros, vendedores de verduras y palomitas de maíz, individuos que tiran de rickshaws y otros que ofrecen chucherías.
A las afueras se extiende una vasta llanura de aluvión salpicada de rincones intermitentes de verdor exuberante, plana e igualmente colmada de personas. El recogimiento no existe, ni siquiera en los espacios donde esperaríamos encontrarlo. No hay autopistas solitarias en Bangladesh.
Esto a nadie sorprende pues, a fin de cuentas, Bangladesh es una de las naciones más densamente pobladas del planeta, con incluso más habitantes que el coloso geográfico que es Rusia. Se trata de una nación de 164 millones de personas donde resulta matemáticamente imposible que un individuo se encuentre a solas. Es difícil acostumbrarse.
Ahora imagina Bangladesh en 2050, cuando su población posiblemente se habrá disparado a 220 millones y buena parte de su superficie continental actual se encontrará de manera permanente bajo el agua. Eso auguran dos proyecciones convergentes: un crecimiento poblacional que, pese a la notable mengua en la tasa de fertilidad, seguirá produciendo millones de habitantes en las próximas décadas y un incremento del nivel marino que, para 2100, podría oscilar entre pocos centímetros y más de un metro como consecuencia del cambio climático.
Tales condiciones ocasionarían el desplazamiento de entre 10 y 30 millones de personas hoy asentadas en la costa sur, obligando a los bangladeshíes a vivir todavía más hacinados o, bien, a emigrar como «refugiados climáticos», segmento de la población mundial que, para mediados del presente siglo, podría sumar 250 millones de individuos, muchos de ellos originarios de países pobres y de poca altitud.
«Hablamos de la migración global masiva más grande en la historia de la humanidad -apunta el carismático general de división Muniruzzaman, militar jubilado-. Para 2050, los millones de personas desplazadas no solo abarrotarán nuestro limitado territorio y agotarán nuestros recursos, sino que abrumarán nuestro gobierno, nuestras instituciones y nuestras fronteras».
Muniruzzaman cita un ejercicio bélico reciente dirigido por la Universidad de la Defensa Nacional en Washington, D.C., el cual reveló que, con su huida a la vecina India, millones de refugiados desatarían epidemias y conflictos religiosos, precipitarían una escasez crónica de alimento y agua dulce, y exacerbarían la animosidad entre India y Pakistán, naciones antagonistas con capacidad nuclear.
@@x@@Semejante catástrofe, aunque sea imaginaria, concuerda perfectamente con la letanía de crisis que asuela Bangladesh desde su independencia en 1971, incluyendo guerras, hambrunas, enfermedades, ciclones mortíferos, inundaciones colosales, golpes militares, asesinatos políticos y tasas lastimosas de carestía e indigencia.
No obstante, aun cuando la desesperación sea la orden del día, infinidad de bangladeshíes no se han enterado y, de hecho, muchos tratan de presentar un panorama completamente distinto, donde la adversidad del pasado engendra una poderosa esperanza.
Con todo, Bangladesh es un lugar en el que la adecuación al cambio climático de hecho parece posible y donde se están probando todas las adaptaciones de baja tecnología imaginables. Apoyadas por gobiernos de naciones industrializadas -cuyas emisiones de gases de invernadero son en gran medida la causa del cambio climático que incrementa el nivel del mar- e implementadas por una amplia colección de organizaciones no gubernamentales (ONG) internacionales, estas innovaciones empiezan a adquirir credibilidad gracias al único bien que Bangladesh posee en abundancia: la resiliencia humana. Antes de que termine el presente siglo, el mundo, más que compadecer a los bangladeshíes, podría terminar por aprender de su ejemplo.
Más de una tercera parte de la humanidad vive a no más de 100 kilómetros de los litorales. Expertos en el cambio climático predicen que, en las próximas décadas y conforme aumente el nivel del mar, muchas de las grandes ciudades del planeta, como Miami y Nueva York, se volverán cada vez más vulnerables a la inundación de las costas.
En Bangladesh se encuentran las dos urbes que, para 2070, tendrán el mayor incremento proporcional mundial en términos de habitantes expuestos a los extremos climáticos: Dacca y Chittagong, seguidas de cerca por Khulna. Aunque algunas partes de la región del delta podrían defenderse de la crecida del mar debido a que los sedimentos fluviales expanden los litorales, otras zonas quedarán bajo el agua.
Los habitantes de Bangladesh no tienen que esperar décadas para experimentar el futuro trastornado por la marea creciente. Desde su posición estratégica en la bahía de Bengala ya saben lo que es vivir en una región sobrepoblada y modificada por el clima.
Han visto aumentar el nivel de las aguas, constatado la contaminación salina de sus acuíferos costeros y padecido la destrucción cada vez más violenta de las inundaciones fluviales y los ciclones que aporrean sus costas con furia creciente: todos ellos, cambios relacionados con alteraciones del clima global.
El 25 de mayo de 2009, los residentes de Munshiganj, aldea de 35?000 habitantes en la costa suroccidental, fueron testigos de las consecuencias de un incremento drástico del nivel marino. Aquella mañana, un ciclón llamado Aila comenzó a rondar el litoral y sus vientos de 110 kilómetros por hora levantaron una marejada que avanzó silenciosamente hacia tierra, donde los aldeanos, desprevenidos, trabajaban en sus arrozales y reparaban redes.
@@x@@Poco después de las 10 de la mañana, Nasir Uddin, pescador de 40 años, notó que el caudal del río aumentaba «más rápido de lo normal», aproximándose al nivel de pleamar. Cuando volvió la mirada, lo hizo justo a tiempo para ver que un muro líquido y pardo rebasaba los diques de tierra de dos metros de altura que protegían la población y constituían su última defensa contra el mar.
En cuestión de segundos, el agua corría por el interior de su casa, arrastrando a su paso las paredes de adobe y todo cuanto allí había. Dando alaridos, sus tres hijas pequeñas saltaron a la mesa de la cocina cuando las gélidas aguas salobres se arremolinaron en sus tobillos y comenzaron a subir hasta sus rodillas. «Estaba seguro de que íbamos a morir -me dijo Uddin-. Pero Alá tenía otros planes».
Como si fuera milagro, una barca vacía pasó junto a ellos y el hombre la sujetó, ayudando a sus hijas a abordarla. La embarcación zozobró minutos después, pero la familia logró aferrarse a ella cuando la sacudía el oleaje. El agua finalmente retrocedió, dejando centenares de muertos y a miles sin hogar. Uddin y la mayoría de sus vecinos de Munshiganj decidieron quedarse y reconstruir la población, pero otros miles emigraron a ciudades del interior, como Khulna y Dacca.
Cada día, miles de personas llegan a Dacca huyendo de las inundaciones fluviales del norte y los ciclones del sur, y muchas terminan por establecerse en Korail, una favela densamente poblada. Pero con cientos de miles de inmigrantes ya radicados en la capital, Dacca no está en condiciones de recibir nuevos residentes y, de hecho, pasa graves aprietos para proporcionar incluso los servicios y la infraestructura más elementales.
Debido precisamente a la cantidad de problemas que enfrenta, Bangladesh se ha convertido en una especie de laboratorio donde poner a prueba soluciones innovadoras para el mundo en desarrollo. Dacca es la sede de BRAC, la mayor organización no lucrativa del mundo en desarrollo, modelo para el aprovisionamiento de atención médica y otros servicios básicos mediante un ejército de trabajadores de campo.
Además, Bangladesh es cuna del movimiento microfinanciero global iniciado por el Banco Grameen y su fundador, Muhammad Yunus, galardonado con el premio Nobel de la Paz. Y, lo creas o no, también es una historia de éxito poblacional.
En los años setenta, Bangladesh desarrolló un programa de planificación familiar para reducir la tasa de natalidad de sus comunidades rurales, con el resultado de que la cifra de nacimientos por mujer ha caído de 6.6 niños en 1977 al nivel actual de 2.4, récord histórico para una nación asediada por la pobreza y el analfabetismo.
«Al principio fue muy difícil -afirma Begum Rokeya, trabajadora gubernamental de 42 años que hace labor sanitaria en el distrito de Satkhira, donde ha realizado miles de visitas domiciliarias a parejas de recién casados para persuadirlas de utilizar métodos anticonceptivos y planificar el tamaño de sus familias-.
Nuestro país es muy conservador y los hombres presionan a las mujeres para tener muchos hijos. Sin embargo, empezaron a ver que vacunando a sus niños no necesitaban concebir un montón de bebés para que solo unos cuantos sobrevivieran. Y ahora, la idea de tener menos bocas que alimentar les resulta muy atractiva».
@@x@@Bangladesh ha avanzado mucho en educación y creación de oportunidades económicas para las mujeres, tanto que la tasa de participación femenina en la fuerza de trabajo ha crecido más del doble desde 1995 y la economía comienza a fortalecerse con ayuda de la industria de la confección para exportación.
Asimismo, Bangladesh ha alcanzado uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio definidos por la ONU: su tasa de mortalidad infantil cayó de manera espectacular entre 1990 y 2008, de 100 defunciones por cada 1?000 nacimientos a solo 43, uno de los índices de mejoría más altos entre los países de bajo ingreso.
Con todo, los éxitos de Dacca son eclipsados por su avasalladora pobreza y la ininterrumpida afluencia de inmigrantes, de allí que diversas organizaciones estén tomando medidas para que la población rural aprenda a sobrevivir en un ambiente en continuo deterioro.
«Nuestro objetivo es evitar que la gente migre a Dacca: los ayudamos a adaptarse y buscar nuevos medios de sostén en sus aldeas -dice Babar Kabir, director de la división BRAC para programas de cambio climático y gestión de desastres-. Las grandes tormentas, como Aila, los desarraigan de la vida que conocen».
IBRAHIM KHALILULLAH NO SABE ya cuántas veces se ha mudado. «¿Treinta? ¿Tal vez 40? -se pregunta-. ¿Tiene importancia?». En realidad, las cifras que propone pueden ser bastante mesuradas pues, según sus cuentas, ha debido mudarse casi una vez al año a lo largo de su vida y hoy tiene más de 60. De alguna forma, entre todas esas mudanzas, él y su esposa han criado siete hijos que «jamás han pasado un día sin comer», declara con orgullo ese hombre amoroso y bonachón, que todo lo dice con una nota de alegría.
Khalilullah es uno de los cientos de miles de individuos que viven en chars, islas siempre cambiantes en las llanuras aluviales de los tres ríos principales de Bangladesh: Padma, Jamuna y Meghna. A menudo con una superficie de menos de tres kilómetros cuadrados, los chars afloran y desaparecen continuamente bajo el agua, obedeciendo a patrones como marea, estación del año, fases lunares, precipitación y caudal fluvial río arriba.
Es frecuente que los residentes de un char aborden una barca para visitar a amigos que viven en otra isla, solo para descubrir que esta ha desaparecido y enterarse, poco después, que esos amigos se han mudado a un nuevo char, aparecido pocos kilómetros río abajo, donde construyeron su vivienda en un solo día y terminaron de sembrar el jardín al caer la noche.
Hacer la vida en un char ?sembrar cultivos, construir una morada y criar una familia? es como ganar el oro olímpico en adaptación. Hay secretos para vivir en un char, dice Khalilullah. Edifica su casa en secciones que puede desmontar, transportar y volver a ensamblar en cuestión de horas, y siempre construye sobre una plataforma de tierra de, por lo menos, dos metros de altura.
@@x@@Mantiene el equipaje familiar apilado ordenadamente junto a la cama, por si fuera necesario utilizarlo de improviso, y lleva consigo los documentos, heredados de su padre, que demuestran su derecho a establecerse en nuevas islas que puedan emerger (parte de un complejo sistema de leyes y tradiciones para impedir, por ejemplo, que millones de migrantes del sur levanten asentamientos ilegales en los chars).
Sin embargo, comenta, lo más importante es no pensar demasiado. «Todos vivimos presionados, pero de nada sirve preocuparse. Mudarnos de un lugar a otro es nuestra única opción. Cultivamos la tierra tanto como es posible antes de que el río se la lleve. A pesar de todas nuestras preocupaciones, el resultado siempre es el mismo».
El cambio climático en Bangladesh no solo amenaza la costa, sino también comunidades del interior como la de Khalilullah, pues puede alterar los ciclos naturales de precipitación, incluidos monzones y nevadas de la meseta tibetana que nutren los ríos más caudalosos del delta.
No obstante, Bangladesh hace preparativos para un futuro en el que el clima cambiará. Desde hace décadas, los bangladeshíes han desarrollado variedades de arroz resistentes a la salinidad y levantando diques para evitar que el mar anegue las granjas de poca altura, lo que ha permitido que se duplique la producción de arroz desde principios de los años setenta.
Los ciclones frecuentes los han orillado a edificar refugios anticiclónicos y desarrollar sistemas de alarma oportuna para desastres naturales. Diversas ONG han empezado a construir escuelas, hospitales y bibliotecas flotantes que siguen operando durante la temporada de monzones.
«Déjeme contarle algo de los bangladeshíes -dice Zakir Kibria, politólogo de 37 años que trabaja como analista estratégico de Uttaran, ONG dedicada a la justicia ambiental y erradicación de la pobreza-. Tal vez seamos pobres y parezcamos desorganizados, pero no somos víctimas.
Y cuando las cosas se ponen difíciles, hacemos lo que siempre hemos hecho: encontrar la forma de adaptarnos y sobrevivir. Somos maestros de la -resiliencia climática-«. Muhammad Hayat Ali es un agricultor de 40 años, tan erguido como el bambú, que vive al oriente de Satkhira, unos 50 kilómetros río arriba de la costa aunque aún dentro del alcance de las marejadas ciclónicas y la salinidad de un océano que crece lentamente.
«En otros tiempos, esta tierra fue muy rica; toda cubierta de arrozales -comenta Ali, alargando los brazos como si abarcara el paisaje-. Pero ahora los ríos son más salados que antes y el agua que logramos sacar del suelo es demasiado salobre para cultivar arroz. Por eso, crío camarones en estas charcas y siembro verduras en los diques que las rodean».
Semejantes estanques habrían sido novedosos hace una década, pero ahora pareciera que todos los aldeanos producen camarones o cangrejos para venderlos a mayoristas. Por supuesto, hay adaptaciones contraproducentes. Los poblados y sembradíos del sur de Bangladesh se encuentran separados de los ríos mediante una red de diques que el gobierno construyó en los años sesenta con ayuda de ingenieros holandeses.
@@x@@Cuando ocurre una inundación, el caudal fluvial desborda los muros de contención llenando los campos como platos de sopa, pero al retroceder el aluvión, el agua atrapada empantana los campos inutilizándolos durante años.
Hace décadas, las condiciones en Satkhira fueron tan malas (varios campos se anegaron y muchos agricultores se quedaron sin trabajo) que algunos miembros de la comunidad utilizaron picos y palas para abrir, ilegalmente, una brecha de 20 metros en el terraplén y drenar una enorme sección de tierra de cultivo que estuvo anegada durante casi tres años. Los aldeanos fueron acusados de violar la ley.
Entonces sucedió algo raro: el campo expuesto había adquirido toneladas de sedimentos del río y su nivel había aumentado casi un metro, profundizando el canal fluvial y permitiendo que los aldeanos volvieran a pescar. El gobierno envió un grupo de estudio y los especialistas recomendaron gestionar otros campos del mismo modo.
Los aldeanos fueron reivindicados -incluso, celebrados como héroes- y actualmente las tierras están sembradas con muchas hectáreas de arrozales. «Los ríos son una cuerda de salvamento para esta región y nuestros antepasados lo sabían ?explica Kibria mientras camina por un dique?. Todo se conecta al abrir los campos. El nivel del suelo aumenta para compensar la crecida del mar y nos permite producir cultivos más diversos. Esto protege la subsistencia y evita que miles de agricultores y pescadores se den por vencidos y emigren a Dacca».
PERO TODA ADAPTACIÓN, hasta la más ingeniosa, es meramente temporal. Incluso con su marcada baja en la tasa de crecimiento, la población de Bangladesh seguirá incrementándose (según cálculos, a más de 250 millones para principios del próximo siglo) y parte de su territorio continuará disolviéndose. ¿En dónde vivirán todas esas personas y qué harán para ganarse el sustento?
Muchos millones de bangladeshíes trabajan con ahínco en países occidentales y en lugares como Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos e India, adonde millones fueron a refugiarse sin regresar jamás a Bangladesh después de la guerra independentista contra Pakistán en 1971.
Millones más han cruzado sigilosamente la frontera en las décadas siguientes, engendrando agitación social y conflictos. India está decidida a cerrar y fortificar su frontera, preparándose para repeler una futura migración masiva como la que prevé Washington.
Para tal fin, levanta una valla de seguridad en sus 4 000 kilómetros de frontera, desde donde sus guardias de seguridad disparan rutinariamente contra los inmigrantes ilegales. Entrevistas con parientes de las víctimas revelan que algunos de los caídos eran adolescentes que trataban de mejorar la situación financiera de sus familias y fueron abatidos cuando contrabandeaban ganado bovino de India (donde este goza de la protección del hinduismo) hacia Bangladesh, país musulmán en el cual cada animal puede alcanzar un precio de hasta 40 dólares.
Sin embargo, si los 10 millones de refugiados climáticos cruzaran en masa la frontera india, «los guardias fronterizos de tiro fácil muy pronto se quedarían sin balas», advierte el general de división Muniruzzaman, argumentando que los países desarrollados (no solo India) deberían flexibilizar sus políticas de inmigración para evitar ese escenario espeluznante pues, de hecho, en todo Bangladesh hay jóvenes inteligentes, ambiciosos y bien educados que están preparando sus estrategias de migración.
@@x@@La idea no es descabellada, agrega Mohammed Mabud, profesor de salud pública en la Universidad Norte Sur de Dacca, quien opina que la inversión para educar a los bangladeshíes redundará no solo en profesionales mejor capacitados que trabajarán en el país, sino en inmigrantes deseables para otras naciones, una especie de fuga de cerebros planificada.
La emigración sería un vehículo para mejorar la economía ya que, a la fecha, las remesas de los emigrantes representan 11% del PIB nacional. «Cuando la gente pueda salir a buscar empleo, comercio y educación en otros países y les permitan permanecer allá varios años, muchos lo harán», augura.
De ser así, cuando el cambio climático se deje sentir con mayor intensidad, la población de Bangladesh se habrá reducido entre ocho y 20 millones de habitantes, a condición de que el gobierno dé mayor prioridad a la emigración.
Por el momento, ese gobierno parece más interesado en hacer que las adaptaciones al cambio climático tengan un papel preeminente en su estrategia nacional de desarrollo. A grandes rasgos, eso significa aprovechar las dificultades ambientales del país para persuadir al mundo industrializado de elevar el nivel de ayuda ofrecida.
Como parte del acuerdo alcanzado durante la Conferencia sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas, firmado en Copenhague en 2009, las naciones del mundo desarrollado se han comprometido en un objetivo conjunto de 100 000 millones de dólares anuales para 2020, los cuales servirán para responder a las necesidades de los países pobres que se encuentran en la avanzada del cambio climático.
No obstante, muchos bangladeshíes consideran que su participación debiera ser proporcional a su condición como uno de los países más amenazados. «El cambio climático se ha convertido en un negocio, con incontables asesores y montones de dinero circulando por doquier», acusa Abu Mostafa Kamal Uddin, antiguo administrador del programa Célula de Cambio Climático del gobierno de Bangladesh.
«Durante la crisis financiera global se movilizaron billones de dólares para rescatar la banca mundial -prosigue-. ¿Qué hay de malo en ayudar a los pobres bangladeshíes a adaptarnos a una situación que no contribuimos a crear?».
A DOS AÑOS DEL CICLÓN, Munshiganj aún no se seca. Nasir Uddin y sus vecinos siguen tratando de reconstruir sus vidas y evitar convertirse en comida de los tigres que, desterrados de los vecinos manglares de Sundarbans, noche a noche rondan la aldea en busca de presas fáciles. Los ataques se hacen cada vez más frecuentes conforme aumentan las presiones poblacionales y ambientales.
En los últimos años se han registrado docenas de muertos o heridos entre los residentes de las inmediaciones de Munshiganj, dos fallecieron la semana que estuve allá. «Nuestra situación es mala, pero ¿adónde podemos ir?», pregunta Uddin, mientras inspecciona la plataforma de barro de 1.5 metros de altura sobre la que pretende construir su vivienda con el préstamo sin intereses de una ONG.
Esta vez no utilizará barro sino madera, debido a sus propiedades de flotación. Los arrozales que circundan su casa están anegados con aguas eminentemente salobres donde la mayoría de los agricultores locales ha comenzado a criar camarones y cangrejos. Los pozos profundos de la aldea también se han contaminado con sal, obligando a los residentes a recolectar agua de lluvia y presentar solicitudes a la ONG que raciona el agua.
«Tome una fotografía de este lugar y muéstresela a la gente que conduce grandes autos en su país», sugiere un vecino de Uddin, Samir Ranjan Gayen, hombre barbado y de baja estatura que dirige una ONG local. «Dígales que este es el aspecto que tendrá el sur de Florida en unos 40 años».
Los habitantes de Munshiganj son testimonio de la futilidad de resistirse a un océano que, tarde o temprano, reclamará sus tierras. Y no obstante, millones de bangladeshíes seguirán adaptándose hasta el último instante y, cuando la vida se vuelva imposible, volverán a adaptarse.
Es una cuestión de mentalidad nacional, de un instinto de supervivencia feroz combinado con la voluntad para sobrellevar condiciones que los demás no podríamos soportar. Abdullah Abu Sayeed, promotor de la alfabetización, explica la situación de la siguiente manera: «Un día, mientras conducía por una de las calles más transitadas de Dacca -miles de vehículos, todos con prisa-, casi atropello a un niño de escasos cinco o seis años que dormía profundamente en medio del tráfico, sobre el divisor de caminos. Los autos pasaban veloces a su lado, muy cerca de su cabeza, pero el pequeño hacía la siesta apaciblemente en una de las vialidades más caóticas del mundo. Así es Bangladesh. Estamos habituados a las condiciones más precarias y nuestras expectativas son muy pero muy bajas. Por eso podemos adaptarnos casi a cualquier cosa».
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