El hogar en el que cientos de personas están por necesidad o por la sensación de libertad.
Más de diez barcos se alinean uno tras otro. Algunos lucen llamativos colores, mientras que en otros la pintura está ya desconchada. En las cubiertas se ven todo tipo de herramientas, plástico y chatarra. Muy pocos parecen estar en condiciones de navegar en esta orilla londinense del Támesis.
A primera hora de la tarde, aparecen los primeros vehículos. Los habitantes de los barcos comienzan a sacar cajas o bolsas de basura de sus hogares flotantes. Se ve a un hombre con un niño pequeño en brazos.
La mayoría de los habitantes de esta orilla del río se gana la vida con trabajos mal remunerados. Según un artículo de «The Guardian», aquí residen barrenderos o ayudantes de cocina, aunque las autoridades no aportan datos concretos.
Se calcula que el alquiler mensual de un apartamento medio (con un dormitorio) en Richmond, en el suroeste de Londres, cuesta en torno a 1,200 euros (unos 1,600 dólares). Pero en promedio, los londinenses ganan sólo unos 2,400 euros netos. Y quienes se sitúan entre los grupos peor remunerados apenas pueden pagar el alquiler. Sin embargo, sí pueden costearse una habitación por 300 o 400 euros en uno de estos barcos-casa a pocos kilómetros de Richmond.
«El barco entero me cuesta unas diez libras (en torno a 12 euros/16 dólares) la noche», cuenta un vecino treintañero que prefiere no dar su nombre. Él y su novia llevan más de dos años viviendo en uno de estos barcos-casa. No tienen empleo fijo. «Cuando necesito dinero, busco trabajos de carpintería», explica.
Al contrario que otros vecinos, este joven de melena rubia y despeinada vive aquí por voluntad propia, no por necesidad. Para él, la vida en un barco-casa significa libertad: no tiene que preocuparse de papeleos y ningún vecino va a llamarle la atención por estar de fiesta hasta entrada la noche.
Según una investigación de 2013 llevada a cabo por la London Assembly, en las orillas del Támesis hay entre 4,000 y 5,000 barcos-casa. En torno a 10,000 londinenses viven todo el año en uno de estos hogares acuáticos, pero no se sabe cuántos lo hacen movidos por sus ideales y cuántos por causas financieras.
En los dos barcos más grandes amarrados en Teddington Lock viven unas diez personas, aunque en invierno suelen ser menos. Todos comparten un aseo, pero no disponen de calefacción central, agua corriente o baño. Para ducharse tienen que ir al polideportivo más cercano.
Cerca de aquí termina la competencia de las autoridades fluviales. Como si fuera una barrera, la imponente esclusa separa los destartalados barcos de los más chic que se sitúan río arriba. Río abajo, la gente vive como en una sociedad paralela. Ni siquiera la organización benéfica Shelter, que lucha contra la precariedad en la vivienda, posee información concreta sobre estos habitantes de las afueras de la ciudad que residen en el agua. Y los muchos londinenses que pasean por aquí o hacen jogging parecen haberse acostumbrado al paisaje.
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