El científico rechazaba que los hoyos negros fueran reales.
Extracto de la edición de abril de la revista National Geographic en español.
Ilustración de Mark. a. Garlick
Lo que hace que los hoyos negros sean los abismos más oscuros del universo es la velocidad necesaria para escapar de su fuerza gravitacional. Nada dentro de un hoyo negro puede escapar, ni siquiera un rayo de luz. Y, debido a algunos efectos muy extraños de la gravedad extrema, es imposible echar un vistazo a su interior. La línea que divide la parte interna y la externa de un hoyo negro se llama horizonte de eventos. Cualquier cosa que cruce el horizonte -una estrella, un planeta, una persona- se pierde para siempre.
Albert Einstein, uno de los pensadores más imaginativos en la historia de la física, nunca creyó que los hoyos negros fueran reales. Sus fórmulas permitían su existencia, pero él sentía que la naturaleza no dejaría que tales objetos existieran. Lo más antinatural para él era la idea de que la gravedad pudiera superar las fuerzas supuestamente más poderosas -la electromagnética y la nuclear- y en esencia, ocasionar que el núcleo de una estrella enorme desapareciera del universo.
Aunque Einstein no estaba solo, los científicos descubrieron que al centro de la mayoría de las galaxias hay una zona rebosante de estrellas, gas y polvo. En el núcleo de esta zona caótica, en prácticamente todas las galaxias que se observaron incluyendo nuestra Vía Láctea, hay un objeto tan pesado, compacto y con una fuerza gravitacional tan feroz que, sin importar cómo se mida, solo tiene una explicación posible: un hoyo negro.
Estos hoyos son inmensos. El que está en el centro de la Vía Láctea pesa 4.3 millones de veces lo que el Sol. Andrómeda, una galaxia vecina, alberga uno que tiene la masa de 100 millones de soles.
Los hoyos no nacieron con esas masas. Ganaron peso, como todos nosotros, con cada comida.
Nadie ha visto nunca un hoyo negro, y nadie lo verá jamás. No hay nada que ver, un hoyo negro no es más que un hueco en el espacio, y su presencia se deduce por los efectos que tiene en sus alrededores.
Hoyo a la vista
El hoyo negro de la Vía Láctea, a 26,000 años luz de distancia, se llama sagitario A*, y es un hoyo tranquilo, aunque se prepara para cenar. Está atrayendo una nube de gas llamada G2 a una velocidad aproximada de 3,000 kilómetros por segundo.
Dentro de apenas un año, G2 se acercará al horizonte de eventos del hoyo. En ese momento, radotelescopios alrededor del mundo se enfocarán en Sgr A* y se espera que, al sincronizarlos para formar un observatorio del tamaño del planeta, se produzca una imagen del hoyo en acción. Lo que veremos no será un hoyo como tal, sino probablemente lo que se conoce como un disco de acreción: un anillo de escombros que delínea el borde del hoyo.
Encuentra la historia completa en el número de abril de National Geographic en español.
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