En busca de presas en las profundidades de la selva, los delfines de agua dulce aprovechan al máximo el prodigioso desbordamiento anual del Amazonas.
Los delfines nadan entre los árboles. Doblando su sinuoso cuerpo, se deslizan entre las ramas y ondulan alrededor de los delgados troncos cual serpientes. Al momento que los peces de color verde salen disparados entre las hojas, los delfines, rosados como gomas de mascar, los atrapan con sus hocicos largos y dentados.Es la temporada de lluvias en la parte alta del Amazonas, corriente abajo desde Iquitos, Perú. El desbordamiento del río ha inundado la selva, atrayendo a los delfines de agua dulce a cazar entre los árboles.
El delfín amazónico, Inia geoffrensis, se separó de sus ancestros oceánicos hace unos 15 millones de años, durante el Mioceno. Según Healy Hamilton, biólogo de la Academia de Ciencias de California, en San Francisco, los niveles del mar eran más altos entonces y gran parte de América del Sur, incluyendo la cuenca del Amazonas, pudo haberse inundado con aguas bajas más o menos salobres. Cuando este mar interior se retiró, supone Hamilton, los delfines amazónicos se quedaron en la cuenca del río, evolucionando en sorprendentes criaturas que casi no se parecen a nuestro querido Flipper. Estos delfines tienen la frente gruesa y abultada, y hocicos delgados y alargados, apropiados para atrapar peces en un entramado de ramas o escarbar en el lodo del río en busca de crustáceos. A diferencia de los marinos, los delfines amazónicos no tienen las vértebras del cuello unidas, lo que les permite girarlo hasta un ángulo de 90 grados, ideal para deslizarse entre los árboles. También tienen aletas laterales anchas, la dorsal reducida (con una más grande se atorarían en lugares estrechos) y ojos pequeños; la ecolocalización, sobre otros sentidos, los ayuda a encontrar sus presas en aguas lodosas. Por eso el gran tamaño de su frente.
De hasta 200 kilogramos y dos metros y medio de longitud, el delfín amazónico, o boto, es la especie más grande entre los delfines de río. Los otros viven en el Ganges de India y el Indo de Pakistán, en el Yangtsé de China y el de la Plata, entre Argentina y Uruguay. Todos los delfines de río son parecidos superficialmente, dice Hamilton, aunque las cuatro especies no pertenecen a la misma familia. Estudios de ADN realizados por él y otros demostraron que los delfines de río evolucionaron de antiguos cetáceos marinos (orden que también incluye a las ballenas) al menos en tres ocasiones separadas ?primero en India, luego en China y en América del Sur? antes que surgieran los delfines marinos actuales como grupo definido. En un ejemplo de evolución convergente, especies distintas, aisladas geográfica y genéticamente, desarrollaron características similares porque se adaptaban a ambientes similares.
Cada primavera, el delfín amazónico abandona los confines del canal del río para una probada de su antiguo hábitat. En la reserva Mamirauá, al oeste de Brasil, donde Tony Martin, de la Universidad de Kent, Reino Unido, ha estudiado los delfines en los últimos 16 años, dos afluentes del Amazonas inundan miles de kilómetros cuadrados de selva durante la mitad del año, convirtiéndola en un mar enorme donde sobresalen los doseles de varios árboles. Martin y su colega brasileña Vera da Silva han encontrado que las hembras de esta especie, en particular, se alejan de la selva, quizá para refugiarse de los machos agresivos de piel rosada. En su mayoría, las hembras son grises; Martin y Da Silva creen que el color rosado de los machos es tejido cicatrizado.
«Los machos se atacan ferozmente ?explica Martin?. Pueden cortar los hocicos, colas y aletas de los otros, o lacerar su orificio respiratorio. Los machos de gran tamaño están literalmente cubiertos de tejido cicatrizado». Sólo un pequeño porcentaje de machos son rosa brillante, dice Martin, y esos atraen más a las hembras, por lo menos durante la temporada de apareamiento, cuando las aguas vuelven a su cauce en el canal del río y ambos sexos se juntan.
El color rosado no es la única estrategia de los machos para impresionar a las hembras. A veces recogen hierbas o un pedazo de madera con sus hocicos, giran sobre sí mismos y azotan el objeto en la superficie del agua. Los lugareños creían que jugaban, pero Martin descubrió que sólo los machos cargaban estos objetos, y ante la presencia de hembras. Es más, era 40 veces más probable que se enfrascaran en una pelea durante la ostentosa conducta. Ningún otro mamífero, además de humanos y chimpancés, utiliza objetos para exhibirlos, explica Martin. «Es como cualquier tipo que presume: el equivalente a tener un Ferrari».
Los delfines de río no tienen depredadores, salvo los humanos. En diciembre de 2006, el delfín del río Yangtsé, también llamado baiji, sucumbió ante la contaminación, las hélices de las lanchas, las presas y la sobrepesca; es el primer cetáceo declarado «funcionalmente» extinto, es decir, la especie ya no puede renovarse a sí misma, aun si todavía existen uno o dos especímenes.Quizá la especie del Amazonas es la que tiene mejores perspectivas; aunque las cifras son inciertas, Martin cree que por lo menos quedan 100?000. Sin embargo, la tendencia es preocupante. En la reserva Mamirauá, la población que estudia Martin ha disminuido a la mitad en los últimos siete años. Los pescadores utilizan delfines como carnada para atrapar bagre, explica, y también los matan accidentalmente en sus redes.
Hubo un tiempo en que lo anterior sería impensable. Según el folclor del Amazonas, el boto es un ser encantado que cambia de forma y a veces se presenta como humano, sale del río para engañar a hombres y mujeres y llevárselos a su mágica ciudad submarina. Algunos dicen que usa un sombrero para ocultar su orificio respiratorio y su abultada frente. Las historias resultan increíbles a oídos modernos, lo cual es lamentable. Para sobrevivir en el mudo moderno, el boto necesitaría encantar a una audiencia mayor.
Este reportaje corresponde a la edición de Diciembre 2009 de National Geographic.