La inagotable demanda de petróleo llevó a la industria a aguas profundas. Pero la explosión en el Golfo nos cuastiona:¿Vale la pena el riesgo?
Un dilema profundo
Importantes depósitos petroleros yacen en las profundidades del Golfo de México, uno de los lugares más peligrosos para perforar.
Un día abrasador de junio, en Houma, Luisiana, las oficinas locales de British Petroleum (BP), ahora el Centro de Comando de Incidentes de Deepwater Horizon estaban atestadas de hombres y mujeres serios con chalecos de colores brillantes. Los altos directivos de BP y sus consultores iban de blanco; el equipo de logística, de naranja, y los funcionarios federales y estatales de medio ambiente, de azul. En las paredes de la «sala de operaciones» más grande, pantallas de video enormes mostraban mapas del derrame y la ubicación de los buques de respuesta.
El subcomandante de incidentes, Mark Ploen, de pelo cano, llevaba un chaleco blanco. Veterano con 30 años en las guerras contra los derrames petroleros y consultor, ha ayudado a limpiar desastres en todo el mundo, desde Alaska hasta el delta del Níger. Ahora se encontraba rodeado de hombres con los que había trabajado en el derrame del Exxon Valdez en Alaska, hacía dos décadas.
A 80 kilómetros de la costa, una milla debajo del agua en el lecho marino, el pozo Macondo de BP arrojaba algo así como un Exxon Valdez cada cuatro días. A finales de abril, una detonación había convertido la Deepwater Horizon, una de las torres de perforación más avanzadas del mundo, en un montón de carbón y metal retorcido en el fondo del mar. La industria se había comportado como si semejante catástrofe jamás fuera a ocurrir. Lo mismo que sus reguladores. No había pasado nada semejante en el Golfo de México desde 1979, cuando un pozo mexicano llamado Ixtoc I explotó en las aguas poco profundas de la bahía de Campeche. La tecnología usada en las perforaciones había mejorado tanto desde entonces, y la demanda de petróleo era tan irresistible, que las compañías petroleras se lanzaron desde la plataforma continental hacia aguas más profundas.
El Servicio de Manejo de Minerales (MMS, por sus siglas en inglés), la agencia federal que regulaba las perforaciones en mar abierto, había declarado que las posibilidades de una explosión eran de menos de 1% y que, incluso si eso sucedía, no se liberaría mucho petróleo.
En el edificio de Houma, más de 1,000 personas trataban de organizar una limpieza. Decenas de miles más estaban afuera, recorriendo las playas en overoles blancos, explorando las aguas desde aviones y helicópteros y combatiendo la marea negra en expansión con skimmers, botes pesqueros adaptados y un diluvio de dispersantes químicos. Alrededor del punto que Ploen llamó simplemente «la fuente», una pequeña armada se balanceaba en un mar de petróleo. Un rugido ensordecedor salía del barco perforador Discoverer Enterprise mientras quemaba el gas metano capturado del pozo averiado. También brotaban flamas de otra plataforma, la Q4000, que quemaba petróleo y gas recolectados de una línea separada unida al preventor de explosiones roto. Cerca de ahí, dos botes camaroneros con barreras resistentes al fuego quemaban el petróleo retirado de la superficie, creando una pared curva de flamas y una columna altísima de humo negro y pringoso. Ya se habían gastado miles de millones de dólares, pero millones de barriles de crudo dulce ligero aún serpenteaban hacia las islas de barrera, marismas y playas del Golfo de México.
Las aguas del Golfo debajo de los 300 metros son una frontera relativamente nueva para los petroleros y uno de los sitios más duros del planeta para excavar. El lecho marino cae por la ladera suave de la plataforma continental en un intrincado terreno de cuenca y cordillera, con cañones hondos, dorsales oceánicas y volcanes de barro activos de 150 metros de altura. Más de 2 000 barriles de petróleo al día emanan de respiraderos naturales dispersos. Pero los depósitos comerciales yacen enterrados profundamente, a menudo debajo de capas de sal móvil propensas a terremotos submarinos. Las temperaturas en el lecho del mar están casi bajo cero, mientras que las reservas de petróleo pueden alcanzar los 200 grados Celsius; son como botellas de soda calientes y agitadas esperando a que alguien las destape. Las bolsas explosivas de gas e hidratos de metano, congeladas pero inestables, escondidas en el sedimento, incrementan el riesgo de una explosión.
Por décadas, los exorbitantes costos de las perforaciones profundas mantuvieron las plataformas comerciales cerca de la costa. Pero la disminución de las reservas, el gran incremento de los precios del petróleo y los descubrimientos espectaculares en alta mar precipitaron una rápida demanda global por entrar a aguas profundas.
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En 1995, el Congreso de Estados Unidos aprobó una ley que perdonaba las regalías de los campos petroleros en aguas profundas arrendados entre 1996 y 2000 en el Golfo de México. El número de permisos vendidos en aguas a media milla de profundidad o más se disparó de alrededor de 50 en 1994 a 1,100 en 1997.
Los nuevos campos con nombres como Atlantis, Thunder Horse y Great White llegaron justo a tiempo para compensar un largo declive de la producción petrolera en aguas poco profundas. El Golfo de México representa ahora 30% de la producción de Estados Unidos, la mitad de la cual viene de aguas profundas (de 305 a 1 524 metros), un tercio de aguas ultraprofundas (1 525 metros o más) y el resto de aguas poco profundas. El pozo Macondo de BP, a unos 1 525 metros bajo el agua y otros 3 960 metros debajo del lecho marino, no era particularmente profundo. La industria ha perforado a 3,048 metros bajo el agua y a un total de 10 683 metros. El gobierno estadounidense estima que el Golfo profundo podría contener 45 000 millones de barriles de crudo.
Aunque la tecnología permitía perforaciones cada vez más hondas, los métodos de prevención de explosiones y limpieza de derrames no se mantuvieron a la altura. Desde principios de siglo, los informes de la industria y la academia alertaban sobre el creciente riesgo de las explosiones en aguas profundas, la falibilidad de los preventores de explosiones y las dificultades para detener un derrame en aguas profundas una vez que este sucediera, una preocupación especial dado que los pozos en aguas profundas pueden arrojar hasta 100 000 barriles al día debido a que están bajo tanta presión.
El Servicio de Manejo de Minerales minimizó repetidamente tales preocupaciones. Un estudio de 2007 realizado por una agencia encontró que, de 1992 a 2006, sólo habían ocurrido 39 explosiones durante la perforación de más de 15 000 pozos de petróleo y gas en el Golfo. Pocas de estas habían liberado mucho petróleo; sólo una había ocasionado una muerte. La mayoría de las explosiones se detuvieron en una semana, generalmente llenando los pozos con pesado lodo bentonítico o cerrándolos de manera mecánica y desviando la burbuja de gas que había producido la peligrosa «patada» en primer lugar.
Aunque las explosiones eran por lo general raras, el informe del MMS encontró un aumento significativo en la cifra asociada con el cementado, el proceso de bombear cemento alrededor del revestimiento de metal del pozo (que rodea la tubería de perforación) para llenar el espacio entre este y la pared del barreno. En retrospectiva, esa voz de alerta era una mala señal.
Algunos pozos en aguas profundas son relativamente fáciles de perforar. Con el Macondo no fue así. BP contrató a Transocean, compañía basada en Suiza, para perforarlo. La primera plataforma de perforación de Transocean quedó fuera de operaciones a causa del huracán Ida después de sólo un mes. Deepwater Horizon comenzó su infortunado esfuerzo en febrero de 2010 y enfrentó problemas casi desde el inicio. A principios de marzo la tubería de perforación se atoró en el barreno, lo mismo que la herramienta que se envió para encontrar la sección atascada; los perforadores tuvieron que retroceder y taladrar alrededor de la obstrucción. Un correo electrónico de BP, que más tarde hizo público el Congreso, mencionaba que los perforadores tenían problemas para «controlar el pozo». Otro correo, de un consultor, afirmaba: «Hemos modificado tanto los parámetros del diseño que ya me puse nervioso». Una semana antes de la explosión, un ingeniero de perforaciones de BP escribió: «Este ha sido un pozo de pesadilla».
Para el 20 de abril, la Deepwater Horizon estaba retrasada seis semanas de acuerdo con el programa, según los documentos del MMS, y el retraso le estaba costando a BP más de medio millón de dólares al día. BP había elegido perforar de la manera más rápida posible: usando un diseño de pozo conocido como long string porque coloca tuberías de perforación entre la reserva de petróleo y la boca del pozo. Un varillaje largo por lo general tiene dos barreras entre el petróleo y el preventor de reventones en el lecho marino: un tapón de cemento en el fondo del pozo y un sello de metal conocido como cierre de manga de emergencia, colocado justo en la boca del pozo. El cierre de manga no había sido instalado cuando el Macondo explotó.
Además, los inspectores del Congreso y los expertos de la industria sostenían que BP se saltó pasos en su labor de cementado. No logró colocar lodo bentonítico pesado fuera de la tubería de revestimiento antes del cementado, práctica que ayuda a que el cemento se cure de manera apropiada. No puso suficientes centralizadores, los dispositivos que aseguran que el cemento forme un sello completo alrededor del revestimiento, y falló al no realizar una prueba para verificar que el cemento se hubiera adherido de manera correcta. Finalmente, justo antes del accidente, BP remplazó el lodo bentonítico pesado en el pozo con agua de mar mucho más ligera, cuando se preparaba para terminar y desconectar la plataforma del pozo. BP se rehusó a hacer comentarios a este respecto, citando la investigación en curso.
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Todas estas decisiones podrían haber sido por completo legales y con seguridad le ahorraron tiempo y dinero a BP; no obstante, cada una aumentó el riesgo de una explosión. Los inspectores sospechan que la noche del 20 de abril una gran burbuja de gas se infiltró de alguna manera en el revestimiento, quizá por huecos en el cemento, y se disparó hacia arriba. El preventor de explosiones debió haber detenido esa poderosa patada en el lecho marino; sus pesadas bombas de ariete debieron haber cortado la tubería de perforación como si fuera una pajilla, bloqueando la oleada ascendente y protegiendo la plataforma de arriba. Pero ese mismo dispositivo a prueba de fallas había sufrido fugas y problemas de mantenimiento. Cuando un géiser de lodo bentonítico estalló en la plataforma, fallaron todos los intentos por activar el preventor.
BP calculó que en el peor de los casos un derrame sería de 162 000 barriles diarios, casi tres veces el caudal que de hecho ocurrió. En otro plan de respuesta al derrame para todo el Golfo, la compañía afirmaba que podía recuperar casi 500 000 barriles al día usando tecnología estándar, de manera que el peor derrame causaría el mínimo de daños a la pesca y la vida silvestre en el Golfo, incluyendo morsas, nutrias y leones marinos.
No hay morsas, nutrias ni leones marinos en el Golfo. El plan de BP también incluía en su lista para casos de emergencia a un biólogo marino que había muerto hacía años y daba la dirección de un lugar de entretenimiento en Japón como un sitio de abasto para adquirir equipo de respuesta para los derrames. Los desaciertos tan difundidos también habían aparecido en los planes de respuesta a derrames de otras compañías petroleras. Simplemente habían sido copiados y pegados de planes más viejos que se habían preparado para el Ártico.
Cuando el derrame ocurrió, la respuesta de BP se quedó muy corta con respecto a sus alegatos. Los científicos de un destacamento federal dijeron a principios de agosto que al inicio el pozo explotado había descargado 62 000 barriles al día, un caudal enorme, pero muy por debajo del peor escenario de BP. En junio, Mark Ploen estimó que en un buen día sus equipos de respuesta, con skimmers traídos de todas partes del mundo, recogían unos 15 000 barriles. Tan sólo quemar el petróleo, práctica utilizada en el derrame del Exxon Valdez, había probado ser más efectivo. La flota de quema de BP era de 23 buques, entre ellos botes camaroneros locales que trabajaban en parejas acorralando el petróleo en la superficie con largas barreras a prueba de fuego y luego incendiándolo con napalm casero. En una «quema monstruosa», el equipo incineró 16 000 barriles de petróleo en poco más de tres horas.
«A los camaroneros se les da hacer esto, dijo Neré Mabile, consejero de ciencia y tecnología del equipo de quema en Houma. Saben cómo echar redes. Se aseguran de que cada barril que quemamos sea un barril que no llegará a la costa, que no afecte el medio ambiente, que no afecte a la gente. ¿Y cuál es el lugar más seguro para quemar esta cosa? En medio del Golfo de México».
En junio, el Discoverer Enterprise y la Q4000 comenzaron a recolectar petróleo directamente del preventor roto, y para mediados de julio habían alcanzado 25 000 barriles al día, aún mucho menos, incluso añadiendo los esfuerzos de los skimmers y el equipo de quema, de los casi 500 000 barriles diarios que BP había asegurado que podría remover. En ese punto la compañía finalmente logró poner un tapón ajustado al pozo, interrumpiendo el chorro luego de 12 semanas.
Para principios de agosto, BP parecía estar a punto de tapar el pozo Macondo de manera permanente con lodo bentonítico y cemento. El estimado del destacamento federal con respecto a la cantidad de petróleo derramado se mantuvo en los 4.9 millones de barriles. Los científicos del gobierno estimaron que BP había removido una cuarta parte del petróleo. Otra cuarta parte se había evaporado o disuelto en moléculas dispersas. Pero un tercer cuarto se había dispersado en el agua en forma de pequeñas gotas, que aún podrían ser tóxicas para algunos organismos. Y el último cuarto, unas cinco veces la cantidad derramada por el Exxon Valdez permaneció como manchas o brillos en el agua, o bolas de alquitrán en las playas. El derrame de la Deepwater Horizon se había convertido en el mayor derrame accidental en el océano de la historia, incluso mayor que la explosión del Ixtoc I en la bahía de Campeche en México, en 1979. Sólo ha sido superado por el derrame intencional de la Guerra del Golfo en 1991, en Kuwait.
El derrame del Ixtoc I devastó la pesca y las economías locales. Wes Tunnell lo recuerda bien. Alto y de 65 años, el experto en arrecifes coralinos de la Universidad A&M de Texas-Corpus Christi obtuvo su doctorado estudiando los arrecifes en los alrededores de Veracruz a principios de los setenta, y siguió estudiándolos hasta una década después de que el derrame los había cubierto de petróleo. Tunnell escribió un primer informe sobre las consecuencias ahí y en la Isla del Padre, en Texas. A principios de junio, después de que el nuevo desastre planteara la interrogante de cuánto tiempo podría durar el efecto de un derrame, regresó al arrecife Enmedio para ver si todavía había petróleo del Ixtoc I. Le tomó tres minutos de esnorqueleo para encontrar algo. «Bueno, eso fue fácil», dijo.
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Tunnell estaba de pie en el agua clara que le llegaba hasta la cintura, en la laguna del arrecife protegido, sosteniendo lo que parecía ser un trozo de poco más de siete centímetros y medio de grosor de arcilla arenosa gris. Cuando lo partió en dos, el interior era negro azabache con la textura y el olor de un brownie de asfalto. Del lado de la laguna, donde el arrecife se veía gris y muerto, la capa de alquitrán del Ixtoc I todavía estaba parcialmente enterrada en los sedimentos. Pero en el lado del océano del arrecife, donde los vientos, las olas y las corrientes son más fuertes, no había restos de petróleo. La lección para Luisiana y los otros estados del Golfo es clara, piensa Tunnell. Donde hay energía de las olas y oxígeno, la luz del sol y las abundantes bacterias devoradoras de petróleo del Golfo lo descomponen bastante rápido. Cuando el petróleo se precipita al fondo y es arrastrado a sedimentos con poco oxígeno como los de la laguna, o en una marisma, se puede quedar ahí por décadas, degradando el medio ambiente.
Los pescadores del poblado cercano de Antón Lizardo tampoco se habían olvidado. «El derrame casi destruyó todos los arrecifes», dice Gustavo Mateos Montiel, un hombre poderoso, ahora en sus sesenta, que llevaba el sombrero típico de paja de los pescadores veracruzanos. «Se acabaron los pulpos. Se acabaron los erizos. Se acabaron las ostras. Se acabaron los caracoles. Se acabaron casi todos los peces. Nuestras familias estaban hambrientas. El petróleo en la playa nos llegaba a las rodillas». Aunque algunas especies, como los camarones de la bahía de Campeche, se recuperaron en pocos años, Mateos, junto con otros pescadores reunidos en la playa, dijeron que tomó de 15 a 20 años para que sus pescas se normalizaran. Para entonces, dos tercios de los pescadores del pueblo habían encontrado otros trabajos.
Aun en las aguas turbulentas y muy oxigenadas de la costa bretona en Francia, pasaron al menos siete años después del derrame del Amoco Cadiz en 1978 antes de que las especies marinas y las granjas de ostras de Bretaña se recuperaran por completo, de acuerdo con el biólogo francés Philippe Bodin. Bodin, experto en copépodos marinos, estudió los efectos del derrame a largo plazo. Cree que el efecto será mucho peor en las aguas más tranquilas y con menos oxígeno del Golfo, en particular debido al uso excesivo del dispersante Corexit 9500. BP ha dicho que el químico no es más tóxico que el detergente para trastes, pero se utilizó de manera consistente en el derrame del Amoco Cadiz y Bodin lo halló más tóxico para la vida marina que el petróleo mismo. «El uso masivo de Corexit 9500 en el Golfo es catastrófico para el fitoplancton, el zooplancton y las larvas, dice. Más aún, las corrientes llevarán el dispersante y las columnas de petróleo a todas partes del Golfo».
En mayo, los científicos en el Golfo comenzaron a rastrear columnas de metano y gotitas de petróleo viajando a la deriva hasta 48 kilómetros del pozo roto, a profundidades entre 900 y 1 200 metros. Uno de esos científicos era una bioquímica de la Universidad de Georgia, Mandy Joye, que ha pasado años estudiando las chimeneas de hidrocarburos y las emanaciones de salmuera en el Golfo profundo. Encontró una columna del tamaño de Manhattan, cuyos niveles de metano eran los más altos que haya medido en el Golfo. Mientras las bacterias se dan un festín con el petróleo y el metano derramados, agotan el oxígeno del agua; en un punto, Joye encontró niveles de oxígeno peligrosamente bajos para la vida en una capa de agua de 180 metros de grosor, a las profundidades donde usualmente viven los peces. Debido a que las aguas en el Golfo profundo se mezclan muy lentamente, dijo, esas zonas agotadas podrían persistir por décadas.
BP estaba usando viejos aviones DC-3 acondicionados como fumigadores gigantes para esparcir el Corexit 9500 sobre la marea negra de la superficie. Por tratarse del primer derrame profundo grave del mundo, la compañía también obtuvo permiso de la Agencia de Protección Ambiental y la Guardia Costera de Estados Unidos para bombear cientos de miles de galones de dispersante directamente sobre el gas y el petróleo que salían a borbotones del pozo, una milla por debajo de la superficie. Eso contribuyó a crear las columnas en aguas profundas.
Al oceanógrafo Ian MacDonald, de la Universidad Estatal de Florida, no sólo le preocupan las columnas sino también el total del volumen de petróleo derramado. Cree que podría tener un efecto considerable en la productividad general del Golfo, no sólo para los pelícanos y los camarones de los pantanos de Luisiana, sino para todas las criaturas en la región entera, desde el zooplancton hasta los cachalotes. Le preocupan particularmente los atunes de aleta azul, que sólo desovan en el Golfo y en el Mediterráneo; la población de atún ya estaba disminuyendo drásticamente a causa de la sobrepesca. «Hay una cantidad enorme de materiales altamente tóxicos en la columna de agua, tanto en la superficie como abajo, que se mueven alrededor de una de las cuencas oceánicas más productivas del mundo», dijo MacDonald.
Durante su recorrido en junio, el equipo de Joye tomó muestras de agua a una milla del Discoverer Enterprise, lo suficientemente cerca para escuchar el rugido apocalíptico de su enorme llamarada de metano. Los investigadores y miembros de la tripulación se pararon en la cubierta trasera del Walton Smith y tomaron fotos en silencio. Los vapores cáusticos del petróleo, el diésel y el asfalto les quemaban los pulmones. Tan lejos como alcanzaba la vista, las aguas azul cobalto del Golfo profundo estaban manchadas de un rojo parduzco. Cuando Joye volvió adentro estaba pensativa.
«El incidente de la Deepwater Horizon es consecuencia directa de nuestra adicción global al petróleo, dijo. Incidentes como este son inevitables si perforamos en aguas cada vez más profundas. Estamos jugando con fuego. Si este no es un motivo para usar energía verde, no sé cuál lo sería».
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Desolación en el Bayou
Los humedales de Luisiana son resistentes y se han recuperado en otras ocasiones. Pero nadie sabe cuánto tardarán en hacerlo.
Ahí donde se juntan la tierra y el mar en el delta del río Misisipi, justo abajo de la bota de Luisiana el término «línea costera» realmente no aplica. No hay línea. Sólo existen los trazos entrecortados de las islas de barrera, algo así como una docena de cabezas de playa y, más allá, un sistema poroso de bahías abiertas, canales, marismas salobres y pantanos de agua dulce que se adentran en la tierra entre 40 y 160 kilómetros.
Son los humedales de Luisiana: 32 000 kilómetros cuadrados de uno de los ecosistemas más productivos en América del Norte.
Un tercio del cultivo de ostras y camarones de Estados Unidos proviene de las aguas a lo largo de la costa de Luisiana, y 98% de los peces, camarones, cangrejos y ostras que se cosechan en esa costa dependen del hábitat dentro y alrededor de los pantanos del estuario de Barataria-Terrebonne, zona que abarca unos 1.6 millones de hectáreas al sur y al oeste de Nueva Orleans. Sin estas marismas, rodeadas por el río Atchafalaya al oeste y el Misisipi al este, no hay pesca de camarón ni cosecha de ostras; tampoco hay carrizos ni pastos para las aves que están en migración o anidando.
«Estos son humedales de trabajo, me dijo Gay Gomez, escritora y naturalista que creció en la parte alta de la costa de Luisiana. En este lugar, la tierra, la vida silvestre y la gente son inseparables».
A un mes de la explosión, el petróleo llegó a los pantanos.
No fue en una simple marea almibarada. Llegó en estelas interrumpidas que se colaron entre las islas de barrera y flotaron hacia el norte en corrientes arrastradas por la brisa cálida del sur. Conforme fue avanzando, el petróleo cambió de forma. En una bahía manchó el agua con pedazos cafés y espumarajos babosos. En otra se fusionó en masas flotantes de color púrpura del tamaño de piscinas pequeñas.
Ahí donde golpeó, se quedó pegado. El petróleo se adhirió a los tallos del espartillo y las hojas de los manglares. Ennegreció las bases de los tallos de las cañas Roseau. En la isla Queen Bess, de la bahía Barataria, los charcos espesos de marea de petróleo abrazaron la orilla y alquitranaron las plumas de los pelícanos pardos que se sumergían en el agua en busca de comida. Día tras día, el viento empujó el petróleo más hacia el interior de las marismas. Los kilómetros de barreras absorbentes y de contención, a menudo colocadas al azar y desatendidas, no podían detenerlo.
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Mitch jurisich y su hermano menor, Frank, dedicados al cultivo de ostras en el pueblo costero de Empire, arriendan unas 5 700 hectáreas de criaderos de ostras al estado de Luisiana.
El 4 de junio los viveros de los Jurisich eran de los últimos que quedaban abiertos en la bahía de Barataria. El petróleo estaba apenas a 10 kilómetros. «Si el viento sigue soplando de esta manera, seguirá acercando el petróleo tierra adentro», predijo Mitch. Mientras el pozo de BP continúe descargando decenas de miles de barriles al día, no hay manera de saber si el cierre durará días, semanas o años.
Cuando llegamos a los criaderos de ostras, Jurisich soltó dos rastras que parecían bolsas de malla metálica enterradas con dientes de metal. «Es como pasar un rastrillo de jardín», dijo.
«¡Ahí vienen!», gritó Jurisich en el momento en que las ruidosas cadenas arrastraron las rastras de acero y su contenido repiqueteó en una mesa de metal para su selección.
Como la mayoría de los lugareños, Jurisich odia el petróleo pero no a la industria que lo derramó. «Los cultivadores de ostras y las compañías de gas y petróleo han trabajado en este mismo lugar por más de 50 años. Tenemos buenas relaciones. ¿No más petróleo ni gas a causa de este derrame? ?preguntó e hizo una pausa?. No. No quiero eso. Los mariscos por sí solos no podrían sostener al estado». Miró el agua. «Este será un bache temporal en el camino». Tenía la voz entrecortada, una nota de optimismo forzado.
Esa noche, una nueva ráfaga de petróleo golpeó la bahía de Barataria. Un día después los viveros de ostras fueron clausurados por el Departamento de Salud del estado. Jurisich Oysters LLC quedó fuera del negocio.
La historia de los derrames en las marismas es una letanía de duras lecciones aprendidas.
Lección: remover el sedimento lleno de petróleo de una marisma de agua salada puede destruirla por completo (derrame del Amoco Cadiz en el pantano Île Grande, Francia, 1978). Lección: quemar el petróleo de una marisma no necesariamente acelera su recuperación (derrame de un oleoducto en la marisma de la bahía de Copano, Texas, 1992). Lección: cortar, y aplastar en el proceso, la vegetación muy impregnada de petróleo podría matar la marisma mucho más rápido que el petróleo mismo (derrame del Esso Bayway cerca de Port Neches, Texas, 1979).
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Una lección más: la frase «después del Katrina» podría tener muchos significados en la costa de Luisiana, pero durante el derrame petrolero se volvió sinónimo de la conciencia de que el gobierno federal no correría al rescate. Si los habitantes de Luisiana querían proteger los pantanos, tendrían que hacerlo ellos mismos.
Mark Kulp es uno de ellos. Kulp es un profesor de geología asociado en la Universidad de Nueva Orleans que se especializa en tierras costeras. Cuando ocurrió el derrame de la Deepwater Horizon fue reclutado como jefe de equipo por la División Shoreline Cleanup Assessment Technique (SCAT) de BP. Cada día a las 6 a.m., seis equipos de SCAT se dispersaban en la costa de Luisiana en hidrodeslizadores para investigar los informes sobre petróleo en la línea costera y recomendar protocolos de limpieza.
«Quiero inspeccionar un punto en la bahía Timbalier que se llenó de mucho petróleo hace dos semanas, dijo Kulp la mañana del 12 de junio, cuando me mostró fotos de petróleo café rojizo ensuciando la orilla en Devils Point. Quedó muy afectado».
«Les pedimos que pusieran barreras para absorber el petróleo del agua a lo largo de la línea costera. Espero que la acción de la marea saque lentamente el petróleo de la vegetación hacia la barrera». El material de la barrera es hidrofóbico (repelente al agua) y oleofílico (absorbente de petróleo).
Tres horas más tarde, un hidrodeslizador nos dejó en Devils Point. Avanzamos por el agua hasta la orilla en la marea alta. Casi toda la península se encontraba bajo 15 centímetros de agua. «Lo que quiero saber es si el petróleo se está moviendo hacia el interior o si se mantiene al margen», dice Kulp.
En su mayoría eran buenas noticias. La acción de la marea y las olas habían actuado como una lavadora, levantando el petróleo de las plantas y moviéndolo hacia la barrera blanca, que ahora estaba negra por el hidrocarburo.
Limpiar el petróleo de las marismas es una cosa. Limpiar la vida silvestre que vive en ellas es otra completamente distinta. BP había contratado a docenas de profesionales de la vida silvestre para juntar a las aves y las tortugas impregnadas de petróleo, pero muchas veces la carga de trabajo los sobrepasaba. Eso llevaba a la frustración y a veces a la improvisación.
Cada mañana de principios de junio, el director de la parroquia de Plaquemines en la costa, P.J. Hahn, se reunía con un guía de pesca llamado Dave Marino a las 4:45 en el poblado refinero de Port Sulphur y los dos salían en busca de petróleo. Hahn necesitaba saber en qué partes el petróleo estaba acercándose a la orilla. Marino, con el negocio arruinado por el petróleo, estaba contento de tener trabajo.
La mañana del 5 de junio, Hahn le dijo a Marino: «Más vale echar un vistazo a Queen Bess».
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La isla Queen Bess es un pedazo de hierba y un montículo de conchas de 39 hectáreas y una de las frágiles obras maestras de la bahía de Barataria. Cuando Luisiana reintrodujo al erradicado pelícano pardo a finales de los sesenta, la isla Queen Bess se convirtió en uno de los terrenos de anidación principales. En 1990 los defensores de la restauración de la costa rodearon la isla con una barrera de roca para evitar que se hundiera en la bahía. Cientos de pelícanos pardos, charranes de Forster y gaviotas reidoras acuden en bandada cada año para anidar.
Hahn repasó la orilla con los binoculares conforme nos acercábamos a la isla. «Se está poniendo peor aquí», dijo.
Docenas de pelícanos pardos estaban en la costa, limpiándose el petróleo de las plumas. Algunos tenían las alas llenas de petróleo extendidas, intentando secarlas en la brisa. Otros las agitaban en el agua, tratando de lavarse las plumas.
Marino vio que había algo atrapado cerca de la orilla. Era un pelícano pardo en un charco de petróleo de 15 centímetros de profundidad. El ave estaba tan pringada que apenas podía moverse. El brillo de su ojo era la única señal de que estaba viva.
«Lo voy a reportar», dijo Marino.
Pasó una hora y media. Luego dos. La mañana se calentó. La ayuda nunca llegó.
Las aves impregnadas de petróleo no suelen morir por envenenamiento. El petróleo destruye las propiedades aislantes de sus plumas y mueren de hipotermia cuando baja la temperatura durante la noche o de hipertermia cuando el sol del día sobrecalienta sus cuerpos. Este pájaro se estaba cocinando lentamente.
Hahn comenzó a enfurecerse.
«Me voy a llevar ese pájaro yo mismo», dijo.
«Nos vas a meter en problemas, P.J.», dijo Marino. La regla en el agua era: no toquen a las aves.
«No la puedo dejar aquí. Va a morir».
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Hahn levantó el ave del ala, no es la mejor manera de hacerlo, pero tenía que arriesgarse, le detuvo el pico y envolvió su cuerpo en una bolsa de plástico para calmarla. La llevamos al bote de Marino. Veinte minutos después iba en camino hacia el centro de rehabilitación de aves al sur de Empire.
Así transcurrió todo ese día, y el siguiente. En la bahía Ronquille, los cangrejos ermitaños se hundían en el petróleo y morían.
En la bahía Long, el petróleo se juntó en masas flotantes tan gruesas que dos pequeños arenques saltaron fuera del agua, se atascaron en el crudo espeso y murieron. Hahn llamó a su oficina. «Estoy en la bahía Long y está pesado aquí. Acabamos de pasar unos botes skimmer en la isla Cat. Necesitamos moverlos para acá».
«Excelente. Necesitamos mover esos skimmers. Hay un montón a punto de golpear las marismas aquí».
En los pequeños poblados a lo largo de las carreteras 23 y 1, las dos arterias principales de la tierra de las marismas, los restaurantes remplazaron los letreros de «sopa de camarón» por «sopa de cangrejo» (los cangrejos de agua dulce viven en las marismas de agua dulce, que en su mayoría están libres de petróleo). En Shrimp Lot, en Westwego, donde los lugareños compran cubetas de mariscos frescos de dos docenas de vendedores, el estacionamiento normalmente abarrotado estaba vacío. «No tenemos camarones, ni nadie que los compre aunque tuviéramos, me dijo un vendedor. Todos tienen miedo de comerlos». De hecho, no se sabe cómo afectará la mezcla tóxica de petróleo y dispersantes a la vida de las marismas.
A lo largo de los muelles y las marinas existía el temor de que el petróleo matara todo lo que había tocado. Sin duda contaminaría las marismas de aquí a varios años. Circulaba el rumor de que la playa de Prince William Sound, en Alaska, aún tiene petróleo crudo debajo de la superficie, más de 20 años después del derrame del Exxon Valdez en 1989. No ayudó que el rumor sobre Alaska resultara ser verdad.
Con todo, durante los últimos 30 años hemos aprendido mucho acerca de los efectos del petróleo derramado en diversos ambientes. Las investigaciones apuntan a que en la batalla contra el petróleo que se derramó de la Deepwater Horizon, las marismas de Luisiana tienen más posibilidades de las que se cree.
De hecho, la bahía de Barataria tiene algunas ventajas. El crudo dulce de Luisiana que se acumula en sus riberas ha sido muy erosionado, lo que significa que algunos de sus componentes tóxicos, el benceno, el tolueno y el naftaleno, que pueden matar a la mayoría de los organismos, se han degradado en su viaje desde su origen en alta mar. Debido a que el petróleo degradado es altamente viscoso, resulta menos probable que penetre de manera profunda en los sedimentos de las marismas. Eso es algo bueno, porque el calor de la superficie, el sol y el agua ayudan a degradar los componentes del petróleo, como hacen las bacterias que se alimentan de este.
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Esos microbios naturales abundan en parte debido a que los derrames pequeños son comunes aquí. Aunque uno como el de la Deepwater Horizon, alrededor de 750 millones de litros hasta que el flujo se detuvo a mediados de julio, la mayoría de los cuales no se habían colado a las marismas, no tiene precedentes en las aguas estadounidenses, durante los últimos 40 años un promedio anual de cerca de 1.5 millones de litros de petróleo se han derramado en el Golfo de México de los oleoductos, las plataformas y los pozos. Unos 155 millones de litros adicionales se descargan cada año de orificios naturales en el fondo del Golfo.
Antes de ser contratado como director del Programa Nacional de Estuarios de Barataria-Terrebonne, Kerry St. Pé pasó 25 años de su vida dirigiendo limpiezas de derrames petroleros para el Departamento de Calidad Ambiental de Luisiana.
Después de un día de inspección de la bahía de Barataria, St. Pé parecía más aliviado que alarmado. «He visto derrames mucho peores en términos ecológicos que este», dijo.
«El petróleo crudo no es un herbicida sistémico», explicó St. Pé. Podría matar la parte superior de plantas como la Spartina o el carrizo asfixiando sus tallos. «Pero el sistema de raíces no morirá, añadió, y en semanas los rizomas en el sedimento enviarán más brotes».
Los mangles negros están en mayor riesgo, porque el petróleo podría bloquear sus neumatóforos, los tubos largos en forma de dedos por los que respiran y que proveen de oxígeno a las raíces de los árboles bajo el agua. «Incluso un ligero brillo puede obstruir esos tubos», dijo St. Pé.
Mientras navegábamos a lo largo de la ribera de la isla Cat, manchas de petróleo flotaban alrededor, deshilachándose por los bordes a causa de los 36 grados de calor. «Se está degradando muy rápido», comentó St. Pé. El sol intenso de Luisiana puede inducir mucho la fotooxidación y la evaporación. «Una bacteria que consume petróleo se multiplicará rápidamente ahora, porque hay mucha comida».
Para las marismas del estuario de Barataria-Terrebonne, el daño causado por el petróleo no se compara con el que han hecho décadas de cortes al canal y la privación de los sedimentos, dijo St. Pé. «Los efectos ecológicos de esto disminuirán gradualmente, pero el impacto socioeconómico será devastador. Nada de ostras, al menos en el futuro cercano. Nada de cangrejos. Nada de pesca. Nada de mariscos para los restaurantes. Nadie que compre hielo o carnada o suministros marinos. Sueldos perdidos por la moratoria en las perforaciones en alta mar. Eso afectará por mucho tiempo».
Una tarde a principios de junio conduje hasta la costa de la isla Grand y vi manchas de petróleo del tamaño de una moneda llegar con las olas. La playa de la isla Grand se ha vuelto famosa por las visitas del presidente Barack Obama y los equipos de limpieza que sacan petróleo de la arena. Pero esta noche estaba desierta. El único sonido era un ligero silbido de las olas. Luego vi dos pájaros volando bajo desde el este por la línea de la marea. Me tomó un momento identificarlos. ¿Ostreros? No. Sus movimientos los delataron. Eran rayadores americanos, que atrapan pequeños peces hundiendo sus picos inferiores ocho centímetros en el agua cuando pasan al vuelo. Los vi rozando el agua contaminada con petróleo. Quería hacer que se fueran, emitir una alarma de advertencia, asustarlos. Pero era demasiado tarde. Continuaron por la costa, rozando y rozando y rozando el agua.
Este reportaje corresponde a la edición de Octubre 2010 de National Geographic.
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