De pólipos diminutos de coral creció una maravilla: la Gran Barrera de Coral de Australia. ¿Podría derrumbarse?
No muy lejos bajo la superficie del Mar del Coral, donde se encuentra la Gran Barrera de Coral, los dientes de los peces loro rechinan contra la roca, los cangrejos golpean sus tenazas y se pelean lugares para esconderse, y un mero hace latir su vejiga natatoria para anunciar su presencia.
Tiburones y jureles plateados pasan deprisa. Las anémonas se agitan, peces pequeños y camarones parecen danzar mientras montan guardia. Cualquier cosa que no se pueda fijar a algo rígido es arrastrada, lanzada por el oleaje. La enorme diversidad del arrecife es parte de su grandeza.
Aloja 5 000 tipos de moluscos, 1 800 especies de peces, 125 de tiburones e innumerables organismos miniatura. Pero la vista más fascinante de todas -y el motivo principal por el que se lo considera Patrimonio de la Humanidad- es la vasta extensión de coral, desde tallos de coral cuerno de ciervo y placas suavizadas por las olas hasta rocas en forma de guante cubiertas de ásperos corales marrones tan correosos como sillas de montar.
Los corales blandos descansan sobre los duros, algas y esponjas cubren las rocas, y cada grieta es el hogar de alguna criatura. El tiempo, las mareas y un planeta en constante cambio le dieron vida a la Gran Barrera de Coral hace millones de años, la desgastaron y la volvieron a desarrollar, una y otra vez.
Ahora todos los factores que le permiten crecer al arrecife cambian a una velocidad que la Tierra nunca antes había experimentado. Esta vez el arrecife podría degradarse por debajo de un límite crucial del que no podrá recuperarse.
Occidente encuentra el arrecife
Los europeos conocieron la Gran Barrera de Coral gracias a un explorador británico, el capitán James Cook, quien se lo encontró por accidente. En 1770, Cook escuchó el chillido de la madera contra la piedra; nunca se habría imaginado que su barco había chocado con la mayor estructura viviente de la Tierra: más de 26 000 kilómetros cuadrados de franjas e islas de coral que crecen o menguan a lo largo de unos 2 300 kilómetros.
El equipo de Cook había estado explorando las aguas frente a la costa de lo que ahora es Queensland cuando el H.M.S. Endeavour quedó atrapado en el laberinto. Los picos de las torres de coral rasgaron el casco de la nave y la sujetaron. Conforme las cuadernas se astillaron y el mar se coló, la tripulación arribó a cubierta «con semblantes que expresaban muy bien los horrores de la situación», escribiría después Cook en su diario.
El capitán y la tripulación lograron llegar hasta la boca de un río para remendar su navío. Miles de años antes de que los europeos chocaran contra las rocas, la región había sido habitada por aborígenes. Culturalmente, el arrecife ha sido la parte fértil del paisaje para aborígenes e isleños del estrecho de Torres, quienes lo han recorrido en canoa, pescado en él y compartido por generaciones los mitos sobre sus criaturas.
Unas cuantas décadas después del encuentro de Cook, el cartógrafo inglés Matthew Flinders -quien también tuvo uno que otro percance mientras atravesaba a duras penas los arrecifes- le dio nombre a la entidad, inspirado por su tamaño.
Expansión y erosión
Este arrecife gigantesco le debe su existencia a organismos que por lo general no son mayores que un grano de arroz. Los pólipos de coral, los bloques de construcción del arrecife, son pequeños animales coloniales que alojan algas simbióticas en sus células.
Con la fotosíntesis que realizan esas algas -usan la luz para crear energía- cada pólipo es alimentado para secretar una «casa» de carbonato de calcio o caliza. Conforme una casa se sobrepone a otra, la colonia se expande como una ciudad; el resto de vida marina se adhiere rápidamente y se propaga, ayudando a consolidar todas las piezas.
Frente a la costa oriental de Australia, las condiciones son ideales para esta construcción de muros de piedra. Los corales crecen mejor en aguas claras, someras y turbulentas, con mucha luz para ayudar a la fotosíntesis.
Millones de generaciones de pólipos después, el arrecife n se levanta como algo singular sino como un revoltijo cuyos diseños, tamaños y formas de vida están determinados por la parte del océano en la que se encuentran -por ejemplo, qué tan cerca de la costa- y las fuerzas que los afectan, como las olas pesadas.
Si uno se aleja lo suficiente de la costa, donde la luz es baja y las aguas son más profundas, no verá arrecifes. «En la Gran Barrera de Coral, los corales establecen los patrones de vida de punta a punta», dice Charlie Veron, quien por mucho tiempo fue jefe científico del Instituto Australiano de Ciencias Marinas.
Las más de 400 especies en la región «le dan estructura a todo el medio ambiente; son el hábitat de todo lo demás que hay aquí». La temperatura perfecta, la claridad y las corrientes permiten que las placas de coral, por ejemplo, aumenten hasta 30 centímetros en diámetro al año.
El arrecife también se erosiona continuamente, desgastado por las olas, la química del océano y los organismos que se alimentan de la caliza. Este acto de desaparición es mucho más lento que la constante construcción; sin embargo, 90 % de la roca eventualmente se disipa en las aguas, formando arena.
@@x@@En tanto, las capas debajo son hasta cierto punto jóvenes, geológicamente hablando, de menos de 10 000 años. El verdadero comienzo del arrecife data de mucho tiempo antes. Hace unos 25 millones de años, dice Veron, conforme Queensland avanzó a aguas tropicales con el movimiento de la placa tectónica indoaustraliana, larvas de coral se dejaron llevar por las corrientes del Indo – Pacífico que iban hacia el sur, afianzándose donde podían. Lentamente, crecieron colonias rocosas y se dispersaron al ras del fondo marino con una diversidad de vida oceánica.
Un recorrido escabroso
Desde que el arrecife se asentó por primera vez, los periodos glaciares fueron y vinieron, las placas tectónicas avanzaron lentamente y el océano y las condiciones atmosféricas han fluctuado mucho. El arrecife ha visto muchas repeticiones, expandiéndose y erosionándose, desfigurándose y volviéndose a poblar a capricho de la naturaleza.
«La historia de la Gran Barrera de Coral -dice Veron- es un catálogo de desastres» provocado por el caos del planeta. Pero son desastres de los que el arrecife siempre se ha recuperado. Hoy, nuevos desastres ponen en peligro el arrecife y las posibilidades de recuperación son inciertas.
El cambio relativamente rápido del clima en el mundo, dicen los científicos, parece devastador para los arrecifes. En los corales, el aumento de la temperatura y la exposición a los rayos ultravioleta del sol desencadena una respuesta al estrés conocida como blanqueamiento -las algas coloridas en las células de coral se vuelven tóxicas y son expulsadas, lo que torna a los animales huéspedes de color blanco hueso-.
Las macroalgas carnosas podrían entonces asfixiar lo que queda. Un blanqueamiento considerable en la Gran Barrera de Coral y en otras partes durante 1997 y 1998 se vinculó a un año duro de El Niño y a las altas temperaturas de la superficie del mar que alcanzaron una cifra récord: en algunos puntos más de 1.5 °C por encima de lo normal.
Otra ronda comenzó en 2001 y de nuevo en 2005. Para 2030, dicen algunos expertos en arrecifes, estos episodios destructivos ocurrirán cada año. El calor también tiene que ver con una disminución de 60 años en el fitoplancton oceánico, los organismos microscópicos que no solo se tragan los gases de invernadero sino que además alimentan, directa o indirectamente, a casi todas las otras cosas vivas del mar.
Los cambios en el nivel del mar, ya sean incrementos o descensos, también tienen un efecto grave, pues exponen a los corales que se hallan cerca de la superficie a un exceso de sol o los ahogan en aguas más profundas, donde quedan ocultos de la luz. Los ecosistemas de arrecife fueron azotados en cada una de las cinco extinciones masivas de la Tierra, la primera hace unos 440 millones de años.
Los gases de invernadero aumentaron de manera natural al paso de los milenios y el biólogo australiano Veron dice que una enorme precipitación de bióxido de carbono durante los periodos de actividad volcánica alta probablemente tuvo un papel fundamental en la aniquilación del coral, principalmente durante la extinción masiva más reciente, hace unos 65 millones de años.
En ese tiempo, los océanos absorbieron más y más de esos gases de invernadero, provocando que aumentara la acidez del mar. Un pH más bajo -señal de altos niveles de acidez- finalmente coartó la capacidad de las criaturas marinas para construir sus conchas y esqueletos de caliza.
En algunos océanos se está dando de nuevo esta acidificación. Los más vulnerables a la mordida corrosiva del ácido son los corales ramificados de rápido crecimiento y las algas que excretan el calcio vital que ayuda a amalgamar el arrecife.
Entre más frágiles sean los soportes del arrecife es más probable que la acción de las olas, las tormentas, las enfermedades, los contaminantes y otras presiones puedan romperlos.
«En la antiguedad, muchos corales se adaptaron a la acidez inestable del océano -dice Veron, quien pinta una imagen del futuro particularmente sombría de la Gran Barrera de Coral-. La diferencia es que había largos intervalos en medio; los corales tuvieron millones de años para resolverlo».
Él teme que con las emisiones sin precedente de CO2, azufre y nitrógeno derivadas de la industria humana -que se añaden a la creciente fuga de metano como resultado del derretimiento del hielo en la Tierra- gran parte del arrecife quede casi desprovisto de vida dentro de 50 años.
¿Qué quedará?
«Esqueletos de coral bañados en cieno de alga», dice. Por supuesto, para los dos millones de turistas que visitan el arrecife cada año aún se cumple la promesa de un paraíso subacuático lleno de vida. Pero las imperfecciones están ahí si sabes dónde buscarlas. El arrecife tiene una cicatriz de tres kilómetros de largo a causa de una colisión con un carguero de carbón chino el año pasado.
Otros encallamientos de barcos y derrames de petróleo ocasionales han estropeado el hábitat. Las columnas de sedimento de las inundaciones y los nutrientes para la agricultura y el desarrollo también provocan daños al ecosistema. Pero los australianos no parecen estar dispuestos a dejar que el arrecife se desbarate sin llevar a cabo una protesta nacional.
El capitán del bote que me llevó a bucear lo puso así: «Sin el arrecife, no hay nada allá afuera más que un montón de agua salada». Y también es crucial económicamente: los visitantes que lleva a las orillas del arrecife representan más de 1 000 millones de dólares anuales para las finanzas de Australia. El reto para los científicos consiste en mantener sano el arrecife pese a la velocidad de los cambios.
«Para reparar el motor de un auto, necesitas saber cómo funciona -dice el biólogo marino Terry Hughes, de la Universidad James Cook-. Lo mismo sucede con los arrecifes». Él y otros han estado investigando cómo funcionan estos ecosistemas para que los esfuerzos por prevenir los daños puedan ser doblemente efectivos.
@@x@@A la cabeza de la lista de pendientes: determinar el impacto de la sobrepesca. Tradicionalmente, los pescadores podían trabajar a lo largo del arrecife, incluso después de que 344 400 kilómetros cuadrados fueran designados parque marino en 1975. Debido a la creciente preocupación, en 2004 el gobierno australiano prohibió toda clase de pesca -incluida la deportiva- en un tercio de esa área, en zonas ubicadas estratégicamente.
La recuperación biológica ha sido mayor y más rápida de lo esperado; a dos años de la prohibición, por ejemplo, las cifras de mero celestial se duplicaron en un arrecife donde antes se pescaba mucho. Los científicos también quieren saber qué hace a ciertos corales aún más resistentes durante los tiempos de cambio.
«Sabemos que algunos arrecifes experimentan condiciones mucho más estresantes que otros -dice el ecologista de arrecifes Peter Mumby, de la Universidad de Queensland-. Tras analizar décadas de datos de temperatura marina, podemos mapear dónde están más aclimatados los corales al calor y dirigir las acciones de conservación a esos sitios».
Afirma que entender cómo se recuperan los corales del blanqueamiento -y descubrir en dónde es probable que crezcan nuevos pólipos- puede ayudar a diseñar reservas. Incluso Veron, tan franco como es, reconoce que la supervivencia del coral es posible a largo plazo si se detienen los ataques a los arrecifes.
Pronto
La naturaleza tiene sus propias medidas preventivas. Muchos constructores de arrecifes evolucionan mediante la hibridación. En el arrecife, cerca de un tercio de los corales se reproduce por desoves masivos anuales. Durante estos eventos, en una sola parcela de arrecife liberan sus huevos hasta 35 especies y el esperma se agrupa de manera simultánea, lo que significa que millones de gametos de padres diferentes genéticamente se mezclan en una mancha sobre la superficie del océano.
«Esto es una oportunidad excepcional para producir híbridos», explica la bióloga marina Bette Willis, de la Universidad James Cook. La hibridación puede ser una ruta rápida para la adaptación y la resistencia contra las enfermedades, dice. De hecho, una de las lecciones aprendidas es que, pese a las serias amenazas, la Gran Barrera no se derrumbará fácilmente. Después de todo, los catastróficos cambios previos la han fortalecido.
Y alrededor hay toda clase de vida marina para ayudar a mantener al arrecife entero. En estudios realizados en 2007, los científicos encontraron que donde prosperan los peces herbívoros también abundan los corales, en especial en aguas contaminadas con exceso de nutrientes.
Un humano que visite el arrecife podrá ver a los peces haciendo su labor vital. A la luz veteada de la tarde, hacia la punta norte del arrecife, los suntuosos muros de coral se elevan sobre una rara especie de peces murciélago, con aletas largas y máscaras negras, que mordisquean los filamentos de los sargazos.
Y un banco de peces loro -con los dientes fusionados como pinzas- arranca ruidosamente pedazos de las rocas, donde las alfombras verdes y rojas de las algas se han arraigado en silencio.
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