En el México prehispánico, era sagrado; hoy representa un dilema entre los ganaderos que lo persiguen y los conservacionistas que quieren salvarlo.
Al final del día, con el crepúsculo, los antiguos mayas creían que el dios sol se convertía en jaguar para viajar por el inframundo en la noche y vencer a Xilbalban para que despuntara un nuevo día.
Hoy, apenas quedan resabios de ese simbolismo, en que el jaguar era poder o jerarquía y se emparentaba con lo sagrado.
En contraste, para algunas comunidades representa más bien una maldición porque el depredador más grande de la América tropical (y el tercero entre los grandes felinos) ha puesto sus garras también sobre el ganado doméstico.
Durante el simposio «El jaguar mexicano en el siglo XXI», de octubre de 2005, los expertos nacionales reconocieron que la pérdida de hábitat y la cacería furtiva, practicada principalmente por ganaderos, son las grandes amenazas que se ciernen sobre el jaguar (Panthera onca), especie ya catalogada en peligro de extinción en México.
Según las memorias del simposio, este felino ha disminuido en 60% su población y hay menos de 5,000 en todo México.
Estas cifras se contrastarán con los datos que arroje el Censo Nacional de Jaguar, coordinado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales y otras instituciones, que está empezando en varias partes del país.
Rodrigo Núñez, investigador del jaguar en la reserva Chamela-Cuixmala, en Jalisco y Nayarit, explica que esta especie «enfrenta diferentes amenazas, ligadas a la actividad o presencia humana».
El incremento de poblados alrededor de las zonas donde habita, la fragmentación de su hábitat al abrirse o ampliarse las carreteras, la disminución de su alimento y el mal manejo del ganado han alterado su vida natural, poniéndolo en riesgo.
Esto también afecta a los ganaderos instalados en esas regiones. «Las comunidades quedan muy lastimadas -explica Eugenia Pallares, de Jaguar Conservancy- cuando el jaguar depreda a su ganado, su forma de ahorro e inversión».
En el noroeste de Sonora, por ejemplo, invariablemente se persigue al jaguar cuando aparece muerto algún animal del ganado y huellas de un felino cerca (sin diferenciar entre jaguar y puma).
Pero la mayoría de las veces, dice Óscar Moctezuma, de la organización Naturalia, los animales que preda el jaguar mueren por otras razones: se rompen las patas o se envenenan con alguna hierba.
«Los jaguares los encuentran y se los comen; también son carroñeros y mucha gente no lo sabe». La escena se repite desde Sonora hasta la Península de Yucatán, de Tamaulipas a Chiapas y en el Estado de México y Querétaro.
Para combatir la caza del jaguar por venganza, los investigadores han recurrido a la concientización de los pobladores y a incentivos que organizaciones como Naturalia ofrecen a los ganaderos: instalan dispositivos de fototrampeo en los ranchos y pagan a los dueños por cada imagen captada con estos.
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La piel del jaguar representa un trofeo para los cazadores furtivos: además de su valor económico en cuanto a peletería y exhibición, dice Iván Lira, funcionario de la Dirección General de Zoológicos y Vida Silvestre de la Ciudad de México, quien estudia a este animal en la Selva Zoque de Oaxaca, «tener una piel de jaguar da estatus, pues no se le caza para obtener carne o abrigo, sino por una cuestión de poder, fuerza y liderazgo».
En enero de 2009, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), encargada de la inspección de la vida silvestre en el país, reportó la captura de un hombre que pretendía vender una piel de jaguar en las calles del centro de Mazatlán, Sinaloa.
En México, el Código Penal Federal prohíbe el comercio y cacería de animales en peligro de extinción. Pero «la vigilancia e inspección son difíciles.
La Profepa dispone de sólo 755 inspectores federales para realizar todas las labores que competen a la dependencia», dice Javier Sosa, director general de Inspección y Vigilancia de Vida Silvestre, Recursos Marinos y Ecosistemas Costeros.
La labor de protección en los 13 estados donde habita el jaguar incluye un Programa Nacional de Conservación a través de comités de vigilancia en los que participan los lugareños.
En cuanto al tráfico de vida silvestre, que incluye al jaguar, se trabaja en conjunto con los gobiernos de Estados Unidos y Canadá, y, localmente, con la Unidad de Delitos Cibernéticos de la Policía Federal, encargada de la vigilancia e investigación en internet.
En la selva maya, y en otras partes del país, la explotación inmobiliaria y el desarrollo turístico han propiciado la reducción del hábitat del jaguar, aislándolo y acabando con puntos de conectividad, en detrimento de la viabilidad genética.
En Campeche se amplió la carretera Escárcega-Chetumal, que cruza Calakmul (donde se mantiene la mayor población de jaguar en México), y Balaan Kaah, en Quintana Roo.
En octubre de 2006, los investigadores del Instituto de Ecología de la UNAM y editores de las memorias referidas, Gerardo Ceballos, coordinador del Censo Nacional del Jaguar, y Cuauhtémoc Chávez, reconocieron que algunas políticas públicas afectan la conservación del jaguar e incluso reservas ecológicas completas, como «el programa obsoleto» de la Secretaría de Agricultura.
Ceballos detalla: «las políticas públicas son un problema: otorgan bosques y selvas para el desarrollo de ganadería y agricultura mediante programas para deforestar.
Sin una línea gubernamental clara, los que hacemos el censo queremos establecer políticas para que, por ejemplo, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes no haga una carretera en reservas hasta que no presente un estudio bien hecho».
Otro beneficio de proteger al jaguar es que es una especie «sombrilla»: debido a sus requerimientos de espacio y a su papel como depredador, protegerla implica conservar otras especies y zonas.
Con todo, el trabajo en conjunto entre grupos conservacionistas y gobierno ha dado frutos. Pallares ejemplifica con las labores para convencer a la Comisión Federal de Electricidad de cambiar significativamente un proyecto.
«En la carretera de Chetumal a Escárcega la ampliación incluía un tendido eléctrico que en 15 años incrementaría la deforestación. La CFE aceptó montar su ruta a pie de carretera, y no a un kilómetro de distancia, para evitar un efecto doble.
No se trata de no construir, sino de considerar el futuro de la conservación». Pese a ello, los expertos coinciden en que se necesitan acciones inmediatas. Una gran limitante -dice José Bernal Stoopen, director general de Zoológicos y Vida Silvestre de la Ciudad de México-, no sólo con el jaguar, sino con diferentes especies, es que se documenta su proceso de extinción, pero no se definen, y menos implementan, acciones de protección.
«No se recuperan especies sólo con información científica. El jaguar va a estar bien estudiado, pero no va haber manera de salvarlo si no solucionamos las necesidades de la gente que vive en esas zonas».
Entonces, contrario a las creencias sagradas de los mayas, el jaguar será vencido en su viaje por el inframundo.