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Jane cincuenta años en Gombe

En la actualidad, el nombre de Jane Goodall es sinónimo de protección de una querida especie.

La mayoría no emprendemos nuestro destino en un momento perfectamente discernible. Jane Goodall lo hizo.

La mañana del 14 de julio de 1960, Jane arribó a un remoto tramo de la orilla oriental del Lago Tanganica. Llegaba por vez primera a lo que más tarde se llamaría la Reserva de Caza del Arroyo Gombe, una pequeña área protegida. Llevaba consigo una tienda de campaña, unos platos de estaño, una taza sin asa, unos binoculares de muy mala calidad, un cocinero africano llamado Dominic y, como acompañante, por insistencia de quienes temían por su seguridad, a su madre. Había ido para estudiar a los chimpancés. O, por lo menos, para intentarlo. Observadores ocasionales esperaban que fracasara. El paleontólogo Louis Leakey, la persona que la había contratado para esa tarea en Nairobi, creía que podría lograrlo.

Algunos hombres del lugar saludaron al grupo de Goodall y lo ayudaron a cargar el equipo. Jane y su madre pasaron esa tarde ordenando el campamento. Luego, alguien le avisó que había visto un chimpancé. «Así que fuimos, escribió Jane más tarde esa noche en su diario y ahí estaba». Lo único que captó fue una imagen distante y fugaz. «Se alejó cuando nos acercamos adonde estaba el grupo de pescadores que lo miraba fijamente y, aunque subimos a la ladera contigua, no lo volvimos a ver». Pero Jane había observado, y tomó nota en su diario, que había ramas dobladas y aplanadas juntas en un árbol cercano: un nido de chimpancés. Ese dato, ese primer nido, fue el punto de arranque de lo que se ha convertido en una de las sagas en curso más importantes de la biología de campo moderna: el estudio ininterrumpido y minucioso, realizado durante 50 años por Jane Goodall y otros, de la conducta de los chimpancés en Gombe.

La historia de la ciencia, con el encanto de una leyenda de cuento de hadas, registra algunos de los momentos culminantes y detalles icónicos de esa saga. La joven señorita Goodall no tenía una formación científica cuando empezó, ni siquiera un título universitario. Era una joven lista y motivada, egresada de una escuela secretarial de Inglaterra, quien soñaba con estudiar a los animales en África. Provenía de una familia de mujeres fuertes, con pocos recursos y hombres ausentes. Durante las primeras semanas en Gombe pasó apuros, tratando de hallar una metodología; perdió tiempo por una fiebre que probablemente era malaria; alcanzó a ver pocos chimpancés, hasta que un macho viejo de barba canosa tuvo un inesperado y vacilante gesto de confianza. Ella llamó a ese viejo chimpancé David Barbagris. Gracias a él, en parte, Jane hizo tres observaciones que tambalearon los conocimientos admitidos por la antropología física: los chimpancés comen carne (se suponía que eran vegetarianos), usan herramientas (tallos vegetales que insertan en los nidos de termitas) y también las fabrican (deshojan los tallos), supuestamente un rasgo exclusivo de la premeditación humana. Cada uno de esos descubrimientos acortó aún más la distancia de la inteligencia y la cultura percibidas entre el Homo sapiens y el Pan troglodytes.

De las tres observaciones, la más trascendental fue la de la elaboración de herramientas porque provocó escándalo entre los círculos antropológicos, ya que la teoría del «hombre hacedor de herramientas» predominaba como definición casi canónica de nuestra especie. Louis Leakey, emocionado por las noticias
de Jane, le escribió: «Ahora debemos redefinir, herramienta y hombre, o aceptar a los chimpancés como humanos». Fue una frase memorable que marcó una nueva etapa muy importante en el pensamiento sobre la esencia humana. Otro punto interesante para recordar es que esos tres hallazgos tan celebrados fueron hechos por Jane (todo mundo la llama así, no hay razón para no hacerlo) durante sus primeros cuatro meses de trabajo de campo. Arrancó con rapidez. Pero la verdadera magnitud de su labor en Gombe no puede medirse con una regla tan corta.

Lo importante de Gombe no es que Jane Goodall «redefiniera» el género humano, sino que estableció una nueva norma, una muy alta, para el estudio conductual de los simios en estado natural, centrándose tanto en las características individuales como en los patrones colectivos. Creó un programa de investigación, un conjunto de protocolos y aspectos éticos, un impulso intelectual, de hecho, Jane estableció una relación entre el mundo científico y una comunidad de chimpancés, que se convirtió en un proyecto mucho más grande de lo que una  mujer pudiera hacer. El proyecto Gombe se ha ampliado en  muchos aspectos, ha soportado varias crisis, ha llegado a abarcar métodos y abordar temas que trascienden el campo de la conducta animal (mapeo satelital, endocrinología, genética  molecular). Por ejemplo, las técnicas de análisis molecular revelan nuevos conocimientos sobre las relaciones genéticas entre los chimpancés y la presencia de microbios que causan enfermedades en algunos de ellos. De todos modos, una ironía triste que yace cerca del corazón de este triunfo científico, en su aniversario de oro, es que entre más sabemos sobre los chimpancés de Gombe tenemos más motivos para preocuparnos por su supervivencia.Dos descubrimientos en especial han suscitado inquietud. Uno implica la geografía; el otro, una enfermedad. La población de chimpancés más querida y estudiada del mundo está aislada en un hábitat cercado que es demasiado pequeño para su viabilidad a largo plazo. Y al parecer ahora algunos de ellos mueren de su propia versión del sida.

El tema de cómo estudiar a los chimpancés y qué puede inferirse de las observaciones conductuales se le ha planteado a Jane Goodall desde el principio de su carrera. Ello empezó a perfilarse después de su primera temporada en el terreno, cuando Louis Leakey le informó sobre otra idea brillante que determinaría la vida de Jane: la inscribiría en un programa de doctorado en etología en la Universidad de Cambridge.

Ese doctorado parecía improbable por dos motivos. Primero, ella no poseía un título universitario de ningún tipo. Segundo, siempre había aspirado a ser naturalista, o tal vez periodista, pero la palabra «científica» nunca había figurado en sus planes. «Ni
siquiera sabía lo que era la etología, me comentó hace poco. Tuve que esperar un buen rato antes de darme cuenta de que simplemente significaba estudiar la conducta». Una vez inscrita en Cambridge, entró en conflicto con los veteranos del Departamento de Etología y con las certezas predominantes en la antropología. «Fue un poco vergonzoso que me dijeran que todo lo que había hecho estaba mal. Todo». Para entonces, Jane había recopilado datos durante 15 meses en el terreno en Gombe, la mayor parte mediante la observación paciente de ejemplares a los que había dado nombres como David Barbagris, Mike, Olly y Fifi. Esa personificación no era bien vista en Cambridge: atribuir individualidad y emoción a animales no humanos era antropomorfismo, no etología. «Por suerte, me acordé de mi primer maestro, cuando era niña, que me enseñó que eso no era cierto, se refería a su perro Rusty. No puedes compartir tu vida en forma significativa con algún tipo de animal con un cerebro razonablemente bien desarrollado y no darte cuenta de que los animales tienen personalidades». Discrepó abiertamente de la opinión predominante ?algo sobre la dulce Jane, siempre disiente? y el 9 de febrero de 1966 se convirtió en la doctora Jane Goodall.

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En 1968, la pequeña reserva de caza también obtuvo un título: se convirtió en el Parque Nacional Gombe, de Tanzania. Para entonces, Jane recibía financiamiento para la investigación de National Geographic Society. Se había casado, era madre y famosa en todo el mundo, debido en parte a sus artículos para esta revista y a su atractiva y enérgica presencia en una película televisada, Miss Goodall and the Wild Chimpanzees. Institucionalizó su trabajo en el terreno para financiarlo y perpetuarlo, como con el Centro de Investigación del Arroyo Gombe (GSRC, por sus siglas en inglés). En 1971 publicó En la senda del hombre, su relato sobre las primeras aventuras y estudios en Gombe, que se convirtió en un éxito de ventas. Más o menos al mismo tiempo, empezó a recibir estudiantes e investigadores doctorados para que ayudaran a recopilar datos sobre los chimpancés y en otras investigaciones en el lugar. Su influencia sobre la primatología moderna, que Leakey presume ruidosamente, es sugerida de manera más discreta por la larga lista de alumnos que han hecho trabajo científico importante en Gombe.

Esa trayectoria de 50 años sufrió una interrupción traumática. La noche del 19 de mayo de 1975, tres jóvenes estadounidenses y una holandesa fueron secuestrados por soldados rebeldes que habían cruzado el Lago Tanganica, provenientes de Zaire. A la larga, los cuatro rehenes fueron liberados pero, al parecer, dejó de ser prudente para el Centro de Investigación del Arroyo Gombe acoger ayudantes e investigadores expatriados, como me explicó Anthony Collins.

En ese entonces, Collins era un joven biólogo británico en Gombe. Recuerda el 19 de mayo de 1975 como el «día en que el mundo cambió, en lo que se refiere a Gombe». Esa noche, Collins estaba ausente pero regresó de inmediato para ayudar a hacer frente a lo sucedido. «No fue del todo malo», me comenta. La parte negativa fue que los investigadores extranjeros ya no podían trabajar más ahí; la misma Jane no pudo hacerlo, no sin una escolta militar, durante algunos años. «Lo positivo fue que la responsabilidad de la recopilación de datos recayó de inmediato, al día siguiente, en el personal tanzano de campo». Sólo se perdió aquel día en cuanto al registro de información.

Los conflictos humanos de los países vecinos no eran la única fuente de preocupación que afectaba a Gombe. La política de los chimpancés también podía ser violenta. A partir de 1974, la comunidad de chimpancés de Kasekela (el objetivo principal de la investigación) hizo una serie de incursiones sangrientas contra un subgrupo más pequeño llamado Kahama. Ese periodo de agresión, conocido en las crónicas de Gombe como la Guerra de los Cuatro Años, llevó a la muerte de algunos individuos, la aniquilación del subgrupo Kahama y la anexión de su territorio por parte de la comunidad de Kasekela. Incluso en esta comunidad, las luchas entre los machos por la posición alfa son muy físicas y políticas, mientras que entre las hembras ha habido el caso de una madre que mata al cachorro de una madre rival. «Cuando empecé en Gombe, escribió Jane, pensé que los chimpancés eran más amables que nosotros. Pero el tiempo ha revelado que no es así. Pueden ser igual de detestables».

Gombe nunca fue un paraíso. Las enfermedades también se han infiltrado. En 1966 hubo un brote de algo virulento (quizá poliomielitis, contraída de humanos cercanos) y seis chimpancés murieron o desaparecieron. Otros seis quedaron parcialmente paralizados. Dos años después, David Barbagris y otros cuatro se esfumaron cuando un virus respiratorio se propagó (¿influenza?, ¿neumonía bacteriana?). A principios de 1987 murieron otros nueve chimpancés de neumonía. Esos episodios, que reflejan su vulnerabilidad a los patógenos que portan los seres humanos, ayudan a explicar por qué a los científicos les preocupa tanto el tema de las enfermedades contagiosas.

Tal preocupación ha aumentado porque el paisaje cambió fuera de los límites del parque. Durante decenios, la gente de los pueblos vecinos ha luchado por llevar una vida común y corriente: cortar leña y sembrar cultivos en las laderas empinadas, quemar las zonas cubiertas de hierba y maleza en cada temporada de sequía para usar las cenizas como fertilizante. A principios de los noventa, la deforestación y la erosión habían convertido el Parque Nacional Gombe en una isla ecológica. En esa isla vivían alrededor de 100 chimpancés. Según todas las normas de la biología de la conservación, esto no era suficiente para formar una población viable en el largo plazo, no lo era para asegurarse contra los efectos negativos de la endogamia y tampoco para que esa población permaneciera constante durante una epidemia causada por el siguiente virus nefasto. Jane se dio cuenta de que debía hacerse algo, además del estudio ininterrumpido de una población de simios, cuidada cariñosamente, que podría estar condenada. Además, algo tenía que hacerse por la gente así como por los chimpancés.

En una población vecina conoció a un ingeniero agrónomo alemán, George Strunden, y con su ayuda creó TACARE (originalmente, el Proyecto de Educación y Reforestación de la Cuenca del Lago Tanganica), con cuyo primer esfuerzo, en 1995, se crearon viveros de árboles en 24 pueblos. Las metas eran revertir el desgaste por erosión de las laderas para proteger las cuencas de los pueblos y, a la larga, tal vez, volver a conectar Gombe con zonas boscosas distantes (algunas de las cuales también albergan chimpancés), ayudando a sus habitantes a sembrar árboles. Si esas zonas pudieran conectarse con Gombe mediante corredores reforestados, los chimpancés se beneficiarían de un mayor flujo de genes y del tamaño de la población. Sin embargo, podrían perjudicarse al compartir enfermedades.

Se mire por donde se mire, es un cambio que linda con lo imposible. Jane y su gente han logrado algunos beneficios alentadores en forma de cooperación comunitaria, menor quema y regeneración forestal natural.

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En la segunda mañana de mi visita a Gombe, por un sendero no muy arriba de la casa donde Jane ha vivido de manera intermitente desde principios de los setenta, me topé con un grupo de chimpancés. Se movían sin prisa cruzando la ladera, buscaban su desayuno en forma relajada. El grupo incluía algunos individuos cuyos nombres, o al menos sus historias familiares, eran conocidos. Ahí iban Gremlin (hija de Melissa, una hembra joven cuando llegó Jane); Gaia, la hija de Gremlin (con un crío colgando); Golden, la hermana menor de Gaia; Pax (hijo de Passion, de mala fama por su canibalismo), y Fudge (hijo de Fanni, nieto de Fifi, bisnieto de Flo, la querida matriarca de nariz fea, famosa por los primeros libros de Jane). Ahí también iba Titán, un macho muy grande de 15 años que aún no llega a la flor de la vida. Las reglas del Parque Nacional Gombe indican que uno no debe acercarse demasiado a un chimpancé; la cuestión es evitar que se te acerquen mucho. Cuando Titán llegó al sendero subiendo a grandes zancadas, corpulento y seguro de sí mismo, todos nos apiñamos en la orilla y lo dejamos pasar pavoneándose a unos centímetros de nosotros. Toda una vida familiarizado con investigadores humanos inofensivos, sus cuadernos y sus hojas de control lo han vuelto displicente.

Otro ejemplo de desenfado: Gremlin defecó en el sendero no lejos de donde estábamos y luego Golden hizo lo mismo. Una vez que se alejaron sin prisa, un investigador se puso unos guantes amarillos de látex y se adelantó. Se agachó sobre el estiércol de Gremlin, fibrosa y de color verde oliva, y colocó un poco en un tubo de muestras, que etiquetó con la hora, la fecha, el lugar y el nombre de Gremlin. El tubo contenía un líquido estabilizador llamado RNAlater, que protege el ARN (contra un retrovirus, por ejemplo) para el análisis genético posterior. Ese tubo y otros similares, con una muestra fecal mensual de tantos chimpancés como sea posible, se destinaban al laboratorio de Beatrice Hahn en la Universidad de Alabama, en Birmingham, quien ha investigado durante 10 años el virus de inmunodeficiencia símica en Gombe.

El virus de inmunodeficiencia símica en los chimpancés, conocido técnicamente como SIVcpz, es el precursor y origen del VIH-1, el virus de casi todos los casos de sida en el mundo (también hay un VIH-2). A pesar del nombre, nunca se había encontrado que el SIVcpz afectara el sistema inmunitario de los chimpancés salvajes. De hecho, se pensaba que el SIVcpz era inocuo en los chimpancés. ¿Unas cuantas mutaciones fatídicas habían cambiado un inofensivo virus de chimpancé en un asesino de humanos? Esa línea de pensamiento tuvo que modificarse después de la publicación de un ensayo en 2009, en la revista Nature, con Brandon F. Keele (entonces en el laboratorio de Hahn) como autor y Beatrice Hahn y Jane Goodall entre los coautores. El ensayo de Keele informaba que los chimpancés con SIV positivo en Gombe tenían entre 10 y 16 veces más riesgo de morir a determinada edad que los chimpancés con SIV negativo. Se encontró además que en tres cadáveres de chimpancés con SIV positivo sus tejidos mostraban muestras de daño parecido al del sida (con base en el trabajo de laboratorio a nivel molecular). Las implicaciones son desoladoras. Una enfermedad como el sida parece estar matando a algunos de los chimpancés de Gombe.

De todos los lazos, rasgos comunes y similitudes que relacionan su especie con la nuestra, esta revelación quizá es la más perturbadora. «Causa mucho miedo saber que, al parecer, los chimpancés están muriendo más jóvenes, me comentó Jane. Quiero decir, ¿cuánto tiempo ha estado el SIV ahí? ¿De dónde viene? ¿Cómo está afectando a otras poblaciones?». Por el bien de la supervivencia de los chimpancés en toda África es necesario estudiar esos temas de manera urgente.

Pero este sombrío descubrimiento también tiene una significación enorme para la investigación del sida en los seres humanos. Anthony Collins señaló que aunque el SIV se ha hallado en otras comunidades de chimpancés, «ninguna de ellas es una población en estudio habituada a observadores humanos y es casi
seguro que ninguna tiene información genealógica que se remonte directamente en el tiempo, y ninguna es tan dócil como para poder tomar muestras fecales de todos los individuos cada mes». Tras una pausa, agrega: «Es muy triste que el virus esté aquí, pero pueden obtenerse muchos conocimientos de él. Y comprensión».

Los métodos modernos de genética molecular también aportan la capacidad apasionante y alentadora para abordar ciertos misterios añejos sobre la evolución y dinámica social de los chimpancés. Por ejemplo, ¿quiénes son los padres en Gombe? La maternidad es obvia, y las relaciones íntimas entre madres y cachorros han sido bien estudiadas por la misma Jane, Anne Pusey y otros. Sin embargo, como las hembras tienden a aparearse en forma promiscua con muchos machos, ha sido más difícil determinar la paternidad. Y ¿cómo se correlaciona la competencia de los machos por tener un lugar en la jerarquía, todo ese esfuerzo de bravuconear dedicado a alcanzar y conservar el rango de macho alfa? con el éxito reproductivo? Una joven científica llamada Emily Wroblewski, al analizar el ADN de las muestras fecales recopiladas por el equipo en el terreno, ha encontrado una respuesta. Descubrió que los machos con una categoría más alta sí logran engendrar muchos chimpancés, pero que a algunos de menor categoría también les va bastante bien. La estrategia implica invertir esfuerzo en una relación monógama ?un periodo exclusivo para pasar tiempo como pareja, viajar juntos y aparearse?, a menudo con hembras más jóvenes y menos deseables.

La misma Jane había pronosticado este hallazgo, a partir de datos de sus observaciones, dos décadas antes. «El macho que comienza y mantiene exitosamente una relación monógama con una hembra fértil, escribió, probablemente tiene una mejor posibilidad de engendrar con ella de la que tendría en la situación de grupo, incluso si fuera un alfa».

Obligada por exigencias más amplias, Jane terminó su carrera como bióloga de campo en 1986, justo después de que se publicara su extraordinario libro científico Los chimpancés de Gombe. Desde entonces ha sido una defensora de esta especie. Su primera causa, que surgió durante sus años en Gombe, fue mejorar el espantoso trato infligido a los chimpancés en muchos laboratorios de investigación médica. Al combinar su dureza e indignación moral con su encanto personal y buena disposición para interactuar gentilmente alcanzó algunos éxitos negociados. También estableció reservas para chimpancés que pudieran liberarse del cautiverio, incluidos muchos huérfanos por el tráfico de carne de caza ilegal. Creó un programa llamado Las Raíces y Retoños de Jane Goodall, que alienta a jóvenes de todo el mundo a participar de manera activa en proyectos que promuevan un mayor interés por los animales, el medio ambiente y la comunidad humana. Durante ese periodo, Jane se convirtió en exploradora interna en National Geographic Society. Ahora pasa 300 días del año viajando, da incontables entrevistas y pláticas en aulas, conferencias en lugares importantes, se reúne con funcionarios gubernamentales, recauda fondos para mantener en marcha el Instituto Jane Goodall. En ocasiones se escabulle en un bosque o una pradera, a veces con unos cuantos amigos, para observar a los chimpancés, los hurones de patas negras o las grullas canadienses, y restaurar su energía y salud mental.

Hace 50 años Louis Leakey la envió a estudiar los chimpancés porque él pensaba que su conducta podría arrojar luz sobre los ancestros de los seres humanos, su campo de estudio. Jane ignoró esa parte del mandato y estudió a los chimpancés por el bien, el interés y el valor propio de esos animales. Mientras lo hacía, creó instituciones y oportunidades que han sido sumamente fructíferas para el trabajo de otros científicos, así como un luminoso ejemplo personal que ha llevado a muchos hombres y mujeres jóvenes a la ciencia y la conservación. Es importante recordar que la trascendencia de Gombe, después de medio siglo, es más grande que la vida y la obra de Jane Goodall. Pero no nos engañemos: su vida y su obra han sido muy, muy grandes.

Este reportaje corresponde a la edición de Octubre 2010 de National Geographic.

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