El solsticio va y viene, pero los pastores lapones de renos están muy ocupados para prestarle atención.
Trescientos cuarenta kilómetros al norte del círculo polar ártico, cerca de las puntas escarpadas que forman la «corona» de Noruega, el sol no se pone durante varias semanas en los meses de verano y a medianoche rebota sobre los campos cubiertos por la nieve. El solsticio va y viene, pero los pastores lapones de renos están muy ocupados para prestarle atención.
«En esta época siempre estamos marcando las crías», dice Ingrid Gaup, refiriéndose al ritual anual mediante el cual las familias de pastores graban sus sellos en las orejas de las nuevas crías. En la tierra de los lapones, que se extiende por el norte de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, el tiempo se encuentra vinculado a algo mucho más importante: el desplazamiento de los renos.
Los pastores lapones llaman a su labor boazovázzi, «el que camina con renos», y eso es exactamente lo que solían hacer estos arrieros: seguir, a pie o sobre esquís de madera, el paso veloz de los animales en su búsqueda por los mejores campos de pastura en un territorio de cientos de kilómetros cuadrados. Los tiempos han cambiado.
Ahora los pastores tienen asignadas parcelas dentro de los territorios de pastura tradicionales y requieren todoterrenos y motonieves costosos para mover rebaños grandes de acuerdo con las regulaciones del uso de la tierra, las cuales entran en conflicto con los instintos de los animales. Como explica el esposo de Ingrid, Nils Peder Gaup: «Los renos piensan con la nariz, no con los ojos. Van con el viento».
Como muchos lapones de su generación, Nils Peder asistió a un internado obligatorio donde el sami, su lengua nativa, estaba prohibido como parte de la política de «norueguización» del país. Desde entonces se le ha dado mayor autonomía a los lapones.
Los Gaup son de los pocos lapones -población que se estima en alrededor de 70 000- que siguen pastoreando renos. Cada junio, después de un viaje largo a la tundra montañosa del norte de Noruega, la familia Gaup aguarda el rebaño en estructuras parecidas a los tipis que se llaman lávut.
Pasarán noches sin dormir marcando las crías antes de trashumar los renos a sus terrenos de pastura para pasar el verano en los fiordos. A la primera señal de la llegada del rebaño, los perros se levantan de un salto. El rebaño se derrama por una cordillera lejana.
Otros pastores suben la pendiente en sus todoterreno, conduciendo cientos de renos hacia un cerco. Los niños pequeños se tambalean adentro del corral, sin inmutarse por la estampida de renos a su alrededor. «Les enseño el trabajo con los renos a todos mis hijos», dice Nils Peder, mientras guía al menor en la labor de marcar las crías.
Sus hijos mayores son tan hábiles con los filosos cuchillos que regresan las crías a sus madres con mínimos rastros de sangre en las orejas. «Los niños deben impulsar la cultura», dice Nils Peder, aunque está consciente de la presión que ejercen las influencias culturales externas.
Las familias de pastores ahora viven en casas modernas equipadas con internet y televisión. Sara, la menor de los cinco hijos de los Gaup, pasa gran parte del marcado de crías enviando mensajes de texto a sus amigos con su celular. Conforme los pastores enfrenten mayores retos, ¿qué camino elegirán las niñas como ella? Si el pastoreo de renos desaparece, las tradiciones laponas podrían desvanecerse también.
El lenguaje mismo refleja el poderoso vínculo: la palabra para «rebaño» es eallu; la palabra para «vida» es eallin.