La última frontera está llena de naves inservibles y escombros. Son una amenaza que se mueve a hipervelocidades. ¿Cómo deshacernos de ella?
Otros científicos de la NASA se preocupan por poner astronautas en el espacio o enviar sondas interplanetarias a Plutón. Nicholas Johnson se preocupa por un escenario de pesadilla llamado síndrome de Kessler en honor de su colega Donald Kessler, quien lo describió por primera vez en los años setenta.
Comienza en una órbita superpoblada. Dos enormes pedazos de ferretería ?digamos satélites, o cohetes usados? chocan a más de 32,000 kilómetros por hora, rompiéndose en cientos de pedazos. Entonces una pieza choca con otra nave, creando cientos de piezas más, y así, lentamente se construye una reacción en cadena que culmina en un cinturón de metralla espacial demasiado denso para que algo lo atraviese sin peligro.
Hasta el año pasado, dice Johnson, jefe de la Oficina del Programa de Desechos Espaciales de la NASA, «el peligro era sólo académico». Pero el 10 de febrero de 2009, el mundo presenció el primer gran choque a hipervelocidad: un satélite Iridium de comunicaciones chocó contra un satélite ruso inservible 800 kilómetros sobre Siberia.
Este percance alarmante añadió unos 2,000 fragmentos a la nube de escombros que orbita la Tierra. En diciembre pasado, la NASA y el Departamento de Defensa de Estados Unidos fueron anfitriones de un congreso internacional sobre las maneras de limpiar este desorden.
Las agencias espaciales del mundo ya rastrean los pedazos más grandes de basura para que las naves espaciales, especialmente las tripuladas, los evadan. En 2007 la Organización de las Naciones Unidas recomendó una serie de medidas preventivas muy sensatas, como drenar el propulsor de los cohetes usados para que no exploten, y no usar satélites viejos para practicar tiro al blanco con misiles, lo que, casualmente, había hecho China ese mismo año.
Pero estas indicaciones no evitarán los choques accidentales; no todas las naves pueden esquivar ese fuego antiaéreo superveloz. «En los próximos 50 años estaremos viendo choques entre dos naves grandes más o menos cada cinco años», dice Johnson.
Quizá esto no será suficiente para provocar la pesadilla Kessler. Por otro lado, elaborar un plan de limpieza que funcione parece igual de remoto. «Es algo sumamente complicado de realizar», señala Johnson. En el congreso, los investigadores debatieron varias maneras de lidiar con la basura espacial.
Un cable largo, electrificado, se podría colgar de un satélite muerto u otros pedazos grandes de chatarra, atándolo al campo magnético de la Tierra y arrastrándolo hacia la atmósfera, donde se quemaría. O un satélite recolector (una especie de camión de basura espacial), podría recoger la basura, arrastrarla cerca de la atmósfera y soltarla hacia una espiral de la muerte.
Para los pedazos de basura que miden unos cuantos centímetros, que son difíciles de esquivar pero sí hacen daño, un poderoso láser orbital podría funcionar. O una estrategia más pasiva: una bola gigante de espuma, situada en el espacio cual telaraña, que barriera los escombros.
La espuma no atraparía realmente los escombros; como el cable, simplemente les quitaría la energía suficiente a las balas espaciales para que se dispararan hacia la atmósfera. «Desde luego, hacer despegar una bola de más de un kilóme-tro de ancho puede ser difícil», admite Johnson.