Los afganos se desvelan viendo los partidos, si la tensión política lo permite.
La diferencia horaria entre Brasil y Afganistán es de siete horas y media, pero Sayed Abdul Samad asegura que vio entero cada uno de los partidos disputados en el Mundial de futbol, a veces quedándose despierto toda la noche.
«Tengo un cuaderno en el que escribo todos los cruces, los horarios, los países, los resultados y la actuación de cada jugador», cuenta a la agencia el mecánico de coches, de 50 años, en Kabul.
El futbol es uno de los tres deportes más populares de Afganistán junto con la lucha y el Buzkashi, un juego tradicional en el que dos grupos de jinetes se disputan el cadáver de una cabra mutilada.
En un país castigado por la pobreza y una década de guerra y violencia insurgente, el futbol atrae sobre todo a los niños.
En las calles de Kabul y otras ciudades se les puede ver jugando con camisetas con los nombres de estrellas como Cristiano Ronaldo, Lionel Messi y Neymar.
«Siempre puedo ver el segundo partido, porque llego a casa muy tarde», cuenta Abdul Matin, un niño de 11 años que después de la escuela trabaja en una panadería.
En realidad, Abdul tiene que despertarse temprano para ir a la mezquita. «Pero en estos días a veces me quedo dormido porque me acosté tarde», explica. Su equipo en el Mundial es Brasil, en donde juega su estrella favorita: Neymar.
El deporte rey vivió otro impulso en Afganistán el año pasado cuando la selección nacional venció 2-0 a la India y conquistó el campeonato de la Federación de Futbol Surasiática (SAFF), un torneo entre países de la región.
El título permitió a Afganistán subir siete puestos en el ranking mundial de la FIFA, del 139 al 132. El país asiático figuró incluso en el puesto 130 este mes.
Llegada la Copa del Mundo, los afganos pueden ver los partidos por el canal privado Ariana, que tiene los derechos de emisión. Pero también otros canales ofrecen encuentros del Mundial.
«Lo hacen de forma ilegal, lo que tiene un impacto negativo en nuestros programas», se queja Ali Kazemi, productor de deportes de Ariana. El canal denunció ya la situación en la justicia. «Pero aún no hicieron nada», señala el productor.
El trabajo de Kazemi no es sencillo. La delicada situación en Afganistán hace que los programas políticos sean más vistos que los deportivos.
Incluso en plena fiebre mundialista, la celebración de unas elecciones presidenciales salpicadas por acusaciones de fraude acaparó toda la atención pública.
«Las elecciones influyeron todos los aspectos de la vida del país. La gente quiere saber quién gana las elecciones. Por eso su interés en la programación deportiva decayó», cuenta Kazemi.
Ramin Salek, otro productor de eventos deportivos, coincide en que las elecciones tuvieron un fuerte impacto en los ratings de televisión logrados por los partidos en Brasil.
«El primer partido termina a las 20:30 horas, la misma hora de las noticias y los programas sobre las elecciones. El segundo y el tercero a las 23:30 y a las 2:30 am, cuando la gente ya duerme», añade.
«A la gente le interesa más saber quién será su próximo presidente que cuántos goles marca Cristiano Ronaldo».
El futbol fue uno de los deportes que los talibanes no prohibieron cuando gobernaron el país de 1996 a 2001. Muchos de los propios combatientes del movimiento islamista disfrutan incluso jugándolo.
«Me gusta mucho jugar y ver futbol», explica el mullah Basir, talibán de la provincia norteña de Kunduz. El Mundial, sin embargo, no siempre llega a su televisor: los cortes de electricidad son frecuentes en la región.