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Narcosalas, donde se respetan las adicciones

Los asistentes tienen acceso a la mayoría de los utensilios que necesitan para consumir drogas.

Stefano se sienta en la salita y pide un café, que es gratis, igual que las manzanas y las bananas. Le toca esperar la media hora reglamentaria que tiene su mejor amigo dentro de la habitación donde se inyecta heroína casi todos los días en una de las llamadas «narcosalas» que hay en Berlín.

Las narcosalas son lugares acondicionados para que los adictos puedan drogarse en condiciones higiénicas. La Birkenstube, como se llama la mayor de las dos que hay en la capital alemana, comienza a recibir gente a las 11:30 de la mañana. La mayoría son hombres de entre 25 y 40 años y no acuden porque estén juzgados o perseguidos, sino para buscar una suerte de refugio.

«Al menos aquí está tranquilo por un rato», explica Stefano. Con un promedio de 50 consumos registrados cada día -que representa la visita de unas 60 personas-, la Birkenstube tiene dos cuartos, uno con siete puestos para inyectarse y otro con cuatro sillas para inhalar o fumar.

Las personas solo deben dar su nombre, que se mantiene en secreto para cualquier autoridad. Como otras narcosalas, no provee las drogas -legales o ilegales- que se consumen entre sus paredes, pero sí los utensilios para hacerlo de forma higiénica y reducir las posibilidades de contagio de enfermedades como hepatitis y sida.

La mayoría de los utensilios se entregan gratis, como el parche antiséptico con alcohol para limpiar el brazo antes del pinchazo o un contenedor para guardar jeringas. Las jeringas cuestan 0.14 dólares, pero si los consumidores llevan una usada se la cambian gratis por una nueva. Los precios de otros accesorios también son simbólicos. Las sartencillas donde se hierve la heroína o un kit para inhalar cocaína valen 0.28 dólares.

Gel antibacterial o condones se entregan gratis, y en las salas de consumo hay suficiente papel de aluminio y gomas elásticas para los brazos. También vitamina C para quemar junto a la heroína. «Lo que hacemos es proveer un espacio donde pueden sobrevivir a su peligroso hábito sin enfermarse más», explica Christian Hennis, coordinador del lugar. «También estamos preparados para actuar en caso de alguna emergencia. Aquí no hemos tenido ninguna fatalidad por sobredosis». Cuidar esos detalles no hace de las narcosalas un santuario para el consumo, que simplemente se respeta pero no se promueve.

Ayudar, el objetivo

La persona que quiera superar su adicción recibe asistencia y es derivada a otras instituciones en las que recibirá apoyo psicológico. Pero el tema aún genera controversia y no hay consenso sobre las narcosalas como forma para abordar la drogadicción.

Su existencia es legal, según las leyes alemanas, pero hasta la Junta de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas estimó hace años que «cualquier autoridad que apruebe la creación y funcionamiento de este tipo de salas de inyección también facilita el comercio ilícito de drogas». Otra opinión tiene Hennis, para el que se trata de lugares que ayudan a preservar la dignidad humana.

«En diez años que llevamos abiertos, el consumo se ha mantenido más o menos al mismo nivel. Cuando le dices a la gente, de mil formas, que no haga algo y la gente lo sigue haciendo es que debe haber otra forma de tratar el problema». «Este lugar funciona para ellos como un descanso, un lugar para estar solos o compartir sus historias», prosigue.

Los despachadores en Berlín ofrecen jeringas esterilizadas.

«Tratamos de ayudarles con su vida, porque para un adicto la vida no puede ponerse peor».En ello coincide Nora El-Ayachi, trabajadora social de OLGA Frauentreff, una sala que atiende a prostitutas con problemas de drogadicción también en Berlín. Allí no las dejan drogarse, pero les dan jeringas limpias, condones, comida y ropa si la necesitan, además de una consulta médica una vez a la semana.

El-Ayachi advierte que tampoco estos lugares disminuyen el consumo. «Los drogadictos tienen muchas razones para consumir, uno no sabe las vidas de la gente. La prostitución también se ejerce más por necesidad que por deseo y por eso atendemos sin juzgar. Cuando logramos acercarnos tenemos más posibilidades de motivar y ayudar a cambiar».

Tanto en la Birkenstube como en OLGA los adictos tienen acceso a un baño limpio con ducha caliente y pueden lavar y secar su ropa.Thorsten Hofmann quiso compartir su historia en la Birkenstube. Le tiemblan las manos y mueve su cabeza. Dice que está en un programa de metadona y acaba de inyectarse. «Empecé a los 14 años.

Simplemente me gustaba, llenaba huecos en mí. Las drogas llenan huecos, eso es lo que pueden hacer y es lo único que hacen». Con 25 años entre la heroína y la cocaína, los estragos en su piel son visibles, pero es alto y todavía guapo. Vive en un refugio de una iglesia. «Yo no trabajo, no tengo fuerza. Vengo para calmarme, me siento utilizado solo por vivir, vivir me cansa. Por eso consumo, la heroína es una manta que te cubre y te calienta». Su rutina es simple: levantarse, vagar un poco y acudir regularmente a la narcosala a inyectarse y almorzar. Todo el que quiera puede tener una comida caliente pagando un euro. «Cocinan bien», asegura. Las primeras narcosalas en Alemania se establecieron hace ya 20 años y hoy suman 24 en 16 lugares del país, según el organismo oficial de ayuda contra el sida en Alemania (Deutsche AIDS-Hilfe). En otros lugares de Europa son más antiguas. La primera fue abierta en Berna, Suiza, en 1986 y con los años se han sumado Luxemburgo, Holanda, Noruega, España, Dinamarca y este mismo año, Grecia.

Australia y Canadá tienen una narcosala cada uno. Aunque no hay datos uniformes y actualizados en todos los países, un documento del año 2012 del Consorcio Internacional de Políticas sobre las Drogas asegura que el contagio de hepatitis y sida se ha reducido, así como las muertes por sobredosis. Destaca el informe el caso de Holanda, donde se eliminó el contagio de sida por intercambio de jeringas. Y el de España, donde se apunta que entre los clientes de las narcosalas se redujo el contagio de sida del 19.9 por ciento al 8.2 por ciento desde 2004. América Latina y Estados Unidos todavía parecen lejos de permitir estos lugares.

National Geographic

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