El acervo plástico del Museo Nacional de Antropología.
Extracto de la edición de septiembre de la revista National Geographic en Español.
Fotografías de Alfredo Martínez
El 18 de septiembre de 1964, México estaba en los titulares internacionales. El día anterior se había inaugurado el entonces nuevo Museo Nacional de Antropología. Este recinto vanguardista reafirmaba los afanes modernizadores del país. Parecía que la instrucción «Quiero que, al salir, el mexicano se sienta orgulloso de ser mexicano», que diera el presidente Adolfo López Mateos al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, líder de este proyecto, se había concretado en cada una de las salas originales. Fue tal el impacto que, en la inauguración, si Philip Hendy, entonces director de la National Gallery de Londres, comentó: «En museografía, México aventaja ahora a Estados Unidos quizá una generación y al Reino Unido , quizá un siglo».
Si bien a lo ancho y alto del museo hay guiños y paráfrasis de las culturas mesoamericanas insertas en la arquitectura -como el área central, que retoma el concepto del patio maya, una relectura del Cuadrángulo de las Monjas en Uxmal, el promontorio del vestíbulo que representa la pirámide de Cuicuilco o el estanque que, al centro del patio central y como antesala de la Sala Mexica, evoca la zona lacustre de la Gran Tenochtitlan-, los menos obvios, quizá, son las obras realizadas por artistas de la época, consolidados y en formación, que se integran silenciosamente a la museografía y, por supuesto, a la arquitectura.
Los convocados a este proyecto interdisciplinario tenían como misión interpretar desde su propio estilo y técnica ciertos aspectos de la historia de las culturas precolombianas, con el fin de que también estuviera presente «la mirada de los artistas del siglo XX, su percepción de esos mundos, sus costumbres, habitaciones, sitios sagrados, lo que resultaría en un valor esencial, tanto al diseño del propio museo como a la cultura representada a través de las pinturas, murales, celosías y esculturas», como apuntan los especialistas Myriam Kaiser y Dabi Xavier.
En la sala etnográfica de Oaxaca sobresale un mural de Rafael Coronel, El mundo ritual de los mayas, pero, quizá, la pieza más singular en esta misma sección es El mundo mágico de los mayas, de Leonora Carrington, inspirada en el Popol Vuh, cuyos hermosos bocetos junto con los ensayos de Andrés Medina y Laurette Sejourné integraron un libro homónimo publicado también en 1964.
Y no todo es pintura: sobresalen los grabados de Adolfo Mexiac, miembro del Taller de Gráfica Popular, para la sala etnográfica de los pueblos indios; los tapices para la Sala Gran Nayar, también en la segunda planta, de Matías Goeritz, emulan los procesos creativos de los wixáricas o huicholes y fueron creados como complementos arquitectónicos más que decorativos.