Vistos desde arriba, los grandes bosques que bordan los ríos y lagos de Tierra del Fuego, en América del Sur, muestran grandes huecos, como si hubiesen sido bombardeados.
De hecho, estas cicatrices reflejan el daño causado por castores importados, los cuales tienen a los funcionarios argentinos y chilenos ocupados tratando de controlar sus poblaciones. En 1946, Argentina introdujo 25 parejas de castores de Canadá para promover el comercio de pieles.
El negocio no funcionó, pero los castores prosperaron. Se abrieron paso hasta el lado chileno y al continente con sus dientes poderosos. Al tirar árboles para presas y alimento, los castores han cambiado los ecosistemas ribereños y alterado el flujo y calidad del agua. Sin depredadores naturales, ahora su población llega a los 100 000. Oficiales de ambos países quieren erradicar a los roedores y reforestar los bosques.
Pero los castores ya causaron daños irreparables en estos bosques de lento crecimiento, a menudo dejando tras ellos praderas con pastos. Según Leonel Sierralta, del Ministerio del Medio Ambiente de Chile: «Incluso si procedemos con una restauración activa y una cantidad infinita de recursos, el paisaje nunca será el mismo».