Cuando los Jeremes Rojos construyeron una primaria en cárcel.
No hacen falta letreros que prohíban a los visitantes reírse. El patio del lugar causa conmoción por un letrero que explica la distribución de la antigua cárcel de torturas «S21», en la que los Jemeres Rojos habían convertido la escuela primaria Tuol-Sleng, en el centro de Phnom Penh, la capital de Camboya.
Bajo el punto número 6 se puede leer: «Está prohibido llorar durante flagelaciones o choques eléctricos».
La cárcel fue el centro de tortura más grande y más cruel del régimen comunista que, bajo la dirección de Pol Pot, exterminó en solo cuatro años a casi una cuarta parte de la población, antes de que Vietnam derrocara la dictadura de los Jemeres Rojos en 1979.
De los casi 17,000 presos de «S21» que fueron torturados e interrogados durante meses en esta prisión, solo siete sobrevivieron. Uno de ellos es Bou Meng. Este camboyano, de 73 años, escapó a la muerte por ser artista, encargado de pintar retratos de Pol Pot para los Jemeres Rojos. Sin embargo, nunca volvió a ver a sus hijos. Su mujer fue torturada y ejecutada en los «killing fields», los campos de la muerte, a las afueras de Phnom Penh, relata Meng durante la visita guiada al museo.
Meng lleva a turistas extranjeros, pero también a sus compatriotas, por las antiguas aulas donde él y miles de camboyanos más fueron torturados y asesinados. «Lo hago para que la gente conozca de primera mano lo que nosotros tuvimos que sufrir y para que eso no vuelva a ocurrir nunca más», explica.
El guía no les ahorra a los visitantes los detalles horrorosos. De cualquier manera no tendría sentido. Las fotos de los presos marcados por las torturas, las calaveras en las vitrinas, las cadenas de hierro, los instrumentos de tortura y las diminutas celdas, en las que los presos prácticamente solo podían estar quietos, permiten al visitante hacerse una imagen del sufrimiento de la gente encerrada en este lugar.
Hasta el día de hoy, Meng no sabe exactamente por qué acabó en este lugar. De todas maneras, no era necesario que hubiese motivos especiales: bastaba con que uno llevara gafas para ser considerado como un intelectual odiado por los Jemeres Rojos. Ser señalado por un vecino por «comportamiento sospechoso» podía significar la muerte, asegura.
Los Jemeres despoblaron ciudades enteras y deportaron a la gente a zonas rurales para crear un Estado campesino maoísta. Ellos cerraron las escuelas y prohibieron el dinero y la propiedad privada, al igual que la religión, la educación y la cultura. Miles de pagodas e iglesias fueron destruidas.
La gente era obligada a trabajar hasta 15 horas diarias en los arrozales. Muchos murieron por desnutrición y debilitamiento. A quienes protestaban se les ejecutaba. La mayoría de ellos eran golpeados hasta la muerte con hachas y palas en los «killing fields» y los cadáveres eran tirados a fosas comunes porque los Jemeres querían ahorrar municiones. Cintas multicolores colgadas en árboles recuerdan que en estos lugares también se asesinaba brutalmente a niños.
Sin duda hay lugares más bonitos que visitar en Camboya y en Phnom Penh, admite Meng. Menciona, como ejemplos, el palacio real, la Pagoda de Plata, los animados mercados y, por supuesto, el magnífico templo Angkor Wat en la selva camboyana, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. «Sin embargo, aquí, en la cárcel Tuol Sleng y en los «killing fields», el visitante probablemente aprenda más del país y su gente que en ningún otro lugar. El genocidio sigue marcando hasta el día de hoy el carácter de nuestro pueblo», dice Bou Meng esbozando una leve sonrisa.