Años de turbulencia política llevaron al ejército a tomar el poder. ¿Cuáles son las raíces del conflicto?
Extracto de la edición de septiembre de la revista National Geographic en español.
Fotografías de James Nachtwey
La atracción por el dinero puede relajar la fuerza de la tradición, y eso fue lo que empezó a sacudir el antiguo orden social de Tailandia hace alrededor de 30 años.
Durante la bonanza económica que comenzó en los años ochenta la riqueza entró a un ritmo tan rápido que el ingreso per cápita se triplicó en una generación. Bangkok, la capital del país, se transformó en una metrópoli donde los rascacielos y los centros comerciales competían por el espacio con los templos budistas.
La gente del campo inundó la ciudad en busca de empleo, lo que cambió la estructura familiar tradicional y descubrió nuevas formas de ver el mundo.
Alrededor de 10% de los 67 millones de personas que conforman la población de Tailandia vive hoy en Bangkok. Con calles pavimentadas, electricidad, motocicletas y televisores, los aldeanos de Tailandia se han convertido en los pobres más ricos del mundo, lo que les ganó el título de «campesinos de clase media».
Este incremento en el bienestar también trajo insatisfacción por las evidentes brechas entre ricos y pobres. Como resultado, la sociedad tailandesa ha pasado por un reajuste histórico en el que las clases más pobres, alentadas por políticos ambiciosos, buscan la parte de prosperidad e influencia que siempre ha estado fuera de su alcance.
Una alianza entre las antiguas instituciones políticas de Tailandia -con la realeza, la burocracia, el poder judicial y la milicia en el centro- ha estado resistiendo, en defensa de los privilegios de un sistema jerárquico que gobierna tanto la vida pública como la privada.
Esta dinámica llegó a un clímax dramático el 22 de mayo cuando los militares tomaron el poder en un golpe de Estado al que siguieron meses de tensión creciente. Las autoridades impusieron un toque de queda nocturno y restringieron severamente la prensa y la libertad de expresión. Los líderes del gobierno derrocado fueron arrestados o se escondieron. A los periodistas, políticos y académicos que protestaron se les ordenó rendirse.
Entre los arrestados estaba Chautron Chaisang, el ministro de Educación destituido. «Si alguien piensa que el golpe de Estado va a detener el conflicto y la turbulencia o la violencia, se equivocan», dijo antes de que soldados armados se lo llevaran.
Niñas musulmanas estudian en una escuela para huérfanos y niños necesitados, financiada con dinero público, en la provincia de Pattani, en el extremo sur de Tailandia. Pattani, poblada principalmente por malayos étnicos y que alguna vez fue un sultanato, está entre las regiones menos desarrolladas del país.
La clase marginal emergente constituye el bloque político más grande. Sus candidatos han ganado todas las elecciones nacionales desde 2001, solo para ser debilitados por golpes de Estado o decisiones de la Corte muy politizadas. Un nuevo estado de ánimo, de resentimiento e intolerancia infecta una cultura en la que las confrontaciones se suelen evitar con indirectas, palabras suaves o esa sonrisa tailandesa de usos múltiples.
En los términos más simples posibles, los ciudadanos privados de derechos civiles de Tailandia, comúnmente conocidos como «camisas rojas», quieren elecciones porque saben que ganarán. El otro lado, que inicialmente se fusionó como los «camisas amarillas», ha buscado cambiar el sistema electoral porque sabe que no cuenta con los votos para mantenerse en el poder.
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