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El reino del salmón

La Península de Kamchatka, en Rusia, tiene algunos de los ciclos de desove de salmón más ricos en el Pacífico, lo que da sustento a animales y comunidades.

La Península de Kamchatka, escabrosa y remota, es una vasta cuchilla de tierra que se clava en dirección suroeste en los helados mares de la parte continental del noreste de Rusia.
Su costa es dentada como el filo de una daga de obsidiana. Sus tierras altas se elevan en picos volcánicos, surcados por la nieve en el verano, y en crestas de rocas grises. Sus laderas están tapizadas de verdor boreal. Es un lugar salvaje en el que los osos pardos y los pigargos gigantes se nutren con una dieta rica en peces grasos.

Cerca de 350,000 personas habitan el krai de Kamchatka (su nombre oficial como región gubernamental), quienes también dependen en gran medida de los peces. De hecho, no se puede entender Kamchatka sin considerar un género extraordinario: el Oncorhynchus, que abarca las seis especies de salmón del Pacífico.

Aunque, por otra parte, también se puede decir que no es posible entender la situación y las perspectivas de los Oncorhynchus sobre la Tierra sin considerar a Kamchatka, ese espacio secreto en el que al menos 20?% de todos los salmones silvestres del Pacífico va a desovar. Más grande que California, la península tiene aproximadamente 300 kilómetros de carreteras.

Petropavlovsk-Kamchatsky, la capital, está en la costa sureste, donde se encuentra la mitad de la población. En una bahía protectora se construyó la base de submarinos nucleares Rybachiy, la mayor de Rusia, alrededor de la cual la ciudad creció durante la era soviética, cuando toda la península era una región militar restringida.

Viajar al resto de Kamchatka es difícil si no se tiene acceso a un helicóptero Mi-8. Sin embargo, existe una modesta red de caminos de grava, y uno de ellos serpentea corriente arriba a lo largo del río Bystraya, entre la Cordillera Central del sur, hacia el criadero de salmones de Malki, un complejo de edificios bajos rodeados de árboles.

Las operaciones del criadero se iniciaron en Kamchatka en 1914, en el ocaso de los zares, pero las instalaciones actuales se establecieron hace apenas tres décadas. En una sala cerca de la entrada alguien colocó un cartel con una leyenda en ruso que declaraba: «La naturaleza creó Kamchatka como si su único fin fuera la reproducción del salmón».

Eso suena como un mito fundador; sin embargo, el cartel enumeraba algunos factores nada míticos: prácticamente no hay permafrost, la lluvia es abundante y la canalización de las aguas de lluvia es buena y constante. Además, debido a que Kamchatka está aislada de los sistemas de ríos continentales, sus corrientes están relativamente libres de otras especies de peces de agua dulce, lo que permite que las de Oncorhynchus tengan poca competencia y pocos depredadores.

El cartel tenía razón, desde un punto de vista físico y ecológico: es el paraíso del salmón. Desafortunadamente, esos no son los únicos factores que intervienen. La tambaleante economía postsoviética de Kamchatka, las decisiones administrativas de las pesquerías (y las políticas que hay detrás de ellas) y la forma en que esas decisiones se ejerzan determinarán el destino de los desoves de salmón de Kamchatka, llevándolos a un futuro que se encuentra entre dos extremos.

En un tiempo relativamente corto, quizá 10 o 20 años, la frase «salmón de Kamchatka» podría ser sinónimo de una buena administración gubernamental de recursos y un paradigma ecológico que reflejaría el mayor éxito en la historia de la gestión de pesquerías; o bien, la frase podría conmemorar la oportunidad de conservación más triste e innecesariamente desperdiciada de principios del siglo XXI. Pensemos en el lagarto americano o en la paloma migratoria. La moneda está en el aire.

La vida es lo bastante difícil para el salmón, aun sin la política y la economía.
Consideremos los 1.2 millones de peces jóvenes liberados cada primavera en el criadero de Malki. De entre 10 y 15 centímetros de longitud tras sus primeros meses de crecimiento, se enfrentan a un camino arduo de la infancia a la edad adulta: a una alta probabilidad de una muerte temprana. Para empezar, el criadero se encuentra a unos 140 kilómetros del mar (según el recorrido que hacen los peces).

Cada uno de los pequeños salmones debe descender por el río Bystraya hasta la confluencia con uno más grande, el Bolshaya. Tras eludir todo tipo de peligros en las aguas dulces, tiene que transformarse gradualmente en un tipo de pez diferente, un esguín, capaz de sobrevivir la transición hacia la vida en aguas saladas.

Desde la boca del Bolshaya, en la costa oeste de Kamchatka, el salmón debe entrar al mundo más grande del Mar de Ojotsk, un frígido pero nutritivo cuerpo de agua entre la península y la parte continental de Rusia. Después, por un periodo de dos a cinco años (dependiendo de la especie), los peces deben circular por el mar de Ojotsk alrededor de la punta de la península o en dirección sureste, hacia el Pacífico.

Quizá los peces naden miles de kilómetros y encuentren su comida favorita (principalmente calamares pequeños y crustáceos) en abundancia, pero se enfrentan a depredación, competencia y otros retos del ambiente marino. Por ejemplo, pueden quedar atrapados en el mar abierto por las redes de pesca de arrastre, que retienen todo lo que se les atraviesa en su camino.

Si sobreviven a estos años de nado robusto y se alimentan, crecerán grandes, gordos y fuertes. Esa es la ventaja de la anadromía (la migración entre el agua dulce y salada): los años en el océano permiten un crecimiento rápido. Al acercarse a la madurez sexual, los peces se dirigirán a su hogar para desovar, utilizando una combinación de percepción magnética y luz polarizada para encontrar su camino de regreso al río Bolshaya.

Desde el estuario ascenderán corriente arriba, guiándose por el olfato, hasta encontrar el Bystraya, y finalmente ascenderán por los mismos rápidos de poca profundidad del mismo tributario por el que sus padres subieron antes. Por cada dos adultos que regresen habrá miles de huevos.

A diferencia del salmón del Atlántico, o de la mayoría de otras especies de vertebrados, el salmón del Pacífico se reproduce sólo una vez y después muere. Los científicos llaman a este fenómeno semelparidad. Para el resto de nosotros es un tipo de reproducción de «todo o nada».

Cuando el adulto llega a su lugar de desove, le seguirá la muerte de manera tan inexorable como la digestión sigue al consumo de alimento. Se trata de una estrategia vital, moldeada por la evolución a lo largo de millones de años, que equilibra el costo de cada viaje de desove con el del esfuerzo reproductivo; el objetivo: maximizar el éxito en la reproducción.

En palabras más sencillas: puesto que la probabilidad de que un pez sobreviva el viaje completo, no sólo una sino dos veces, es tan poca, el salmón del Pacífico se agota de manera fatal (se reproducen para morir) en la primera oportunidad que tiene. ¿Para qué reservarse si ya no habrá otra oportunidad de reproducirse?

Así pues, sus vidas representan una historia romántica pero despiadada. Su probabilidad de éxito es baja, incluso en circunstancias óptimas. El milagro del salmón consiste en que cualquiera de ellos logre siquiera completar un ciclo tan arduo. Y las condiciones actuales en el río Bolshaya y sus tributarios, a pesar de lo que diga el cartel en Malki, están muy lejos de ser óptimas.

Ludmila Sakharovskaya, directora del criadero de Malki, es una mujer de carácter dulce, cabello rubio y lentes plateados que ha trabajado ahí desde principios de los años ochenta.
Se formó como bióloga en Irkutsk, una ciudad cálida en la parte sur-central de Siberia, antes de mudarse al Este, buscando una vida mejor en este inhóspito lugar. Durante casi tres décadas ha observado -ha vivido, como una nana amorosa- los ciclos de crianza, liberación y regreso de los salmones.

«Recuerdo que hace 20 años llegaban muchos peces a este río,» me dijo con la ayuda de un traductor, en un brillante día de verano, cerca de las trampas para peces en un tributario pequeño. Estas trampas son el punto final para los adultos cuyos óvulos y espermatozoides estimularán las operaciones de incubación y crianza del plantel.

«Una variedad de especies -dijo Sakharovskaya- que ya no veo». El descenso en el ciclo de desove del salmón chinuc, Oncorhynchus tshawytscha, ha sido especialmente severo, explicó. Estos peces tienen el vientre abultado, color plateado y marcas dorsales de color púrpura; son los mayores entre todas las especies de salmón, de ahí que a veces se les conozca como salmón rey o salmón real.

Hubo un tiempo en que llegaban en cantidades abundantes y majestuosas. Hoy día, el criadero de Malki libera 850,000 jóvenes chinuc (y un número menor de salmón rojo) anualmente, pero pocos regresan. ¿Qué los detiene?

Dos tipos de recolección ilegal: la sobrepesca (perelov es la palabra en ruso) por parte de compañías autorizadas que tienen cuotas de pesca -pero las exceden con impunidad-, y la cacería furtiva por parte de individuos o grupos pequeños, principalmente para obtener caviar, en lugares ocultos a lo largo del río.

El problema de la pesca furtiva en Kamchatka alcanza proporciones catastróficas: un total de por lo menos 60 millones de kilos de salmón anualmente, de los cuales gran parte está controlada por organizaciones criminales. El director de un criadero no puede resolver ese problema, señaló Sakharovskaya, y es evidente que las autoridades reguladoras no tienen los recursos o la determinación para hacerlo.

Así que sólo los más afortunados o los más elusivos de los chinuc llegan a su destino aquí, a lo largo del Bystraya. «Casi podemos contarlos con los dedos», dijo Sakharovskaya.

Sin embargo, el Bolshaya es sólo uno de los muchos sistemas de ríos en la península, y sus peces de criadero no son representativos del salmón silvestre de Kamchatka.
Las circunstancias en otras partes son diferentes; las amenazas, las oportunidades, los reglamentos e incluso las estructuras burocráticas cambian año con año. La situación es tan complicada como un juego de muñecas matrioskas: Putin que encierra a Gorbachov, que encierra a Brezhnev, que encierra a Stalin.

En el río Kol, por ejemplo, que también desemboca en la costa oeste, no hay criadero ni caminos aledaños al río, ni (al menos por el momento) ninguna tragedia de ciclos de desove agotados. El Kol representa un hábitat espléndido, casi intacto y con abundantes ciclos de desove de salmón silvestre, que incluyen las seis especies: chinuc, rojo, keta, coho, rosado y masu.

El año pasado, más de siete millones de peces regresaron para desovar, llenando el Kol de tal manera que en algunas partes los salmones estaban tan juntos que parecían paredes de ladrillos. El Kol también se distingue porque, por un decreto del gobierno de Kamchatka en 2006, ese río (junto con otra corriente cercana) se convirtió en parte de la Reserva Experimental para Salmones Kol-Kekhta, el primer refugio en el mundo constituido por una cuenca completa y establecido para la conservación del salmón del Pacífico.

En la ribera norte se asienta la bioestación del río Kol, conjunto de edificios sencillos de madera que sirve como base para un esfuerzo de investigación binacional cuyo trabajo de campo está encabezado por Kirill Kuzishchin, de la Universidad Estatal de Moscú, y su colega estadounidense Jack Stanford, de la Universidad de Montana.

Kuzishchin, Stanford y sus equipos estudian la dinámica del ecosistema del Kol y esperan formular varias preguntas como ¿qué tan importantes son los salmones para la salud de todo el ecosistema del río? Kirill Kuzishchin es un hombre fornido con cuello de apoyador, sonrisa maliciosa y un agudo cerebro científico.

Sus abuelos lo criaron en una granja cercana a Moscú. A los cuatro años atrapó su primer pez y desde entonces quedó fascinado con todo lo que se refiere a ellos; incluso ahora, como profesor asociado en el Departamento de Ictiología de la Universidad Estatal de Moscú, le encanta lanzar el anzuelo cuando se requiere recolectar algún espécimen.

Entre las principales lecciones de sus estudios sobre la ecología de las aguas dulces está que un río es más que su cauce principal. «Toda la planicie de aluvión actúa como si fuera un solo organismo», me explicó Kuzishchin durante una charla vespertina en la estación de Kol.

El agua fluye no sólo corriente abajo, sino de cauce a cauce, tanto en la superficie como en los acuíferos subterráneos; las hojas de árboles y arbustos ribereños caen en el río y proporcionan alimento y nutrientes minerales a los insectos y microbios acuáticos; árboles completos caen al agua, lo que les proporciona cobijo a los peces.

«Todo está conectado -me dijo-, entre más rápido crezcan los árboles, más de ellos caerán en el agua y tendremos más hábitats». Sin embargo, los nutrientes de los tramos superiores se pierden todo el tiempo debido a la fuerza gravitacional que atrae al agua, al cieno y otros materiales corriente abajo. ¿Por qué, entonces, estos ríos no pierden su productividad gradualmente?

La razón es la migración corriente arriba de millones de salmones, según explicó Kuzishchin. Los mismos peces traen nutrientes como nitrógeno y fósforo, acumulados durante años en el mar, y le dan ese preciado cargamento al ecosistema cuando sus cuerpos entran en descomposición.

Un aspecto del trabajo de campo tanto de su equipo como del de Stanford es calcular la cantidad de nutrientes en la cabecera del Kol que los salmones aportan una y otra vez. Los científicos miden la presencia de cierto isótopo del nitrógeno (N-15), relativamente raro comparado con otras formas de nitrógeno, pero mucho más abundante en los océanos que en los ríos.

La presencia de altas concentraciones de N-15 en las aguas del Kol durante la temporada posterior al desove y la descomposición, y en las hojas de los sauces y álamos que se alinean en las riberas, refleja que los salmones traen los nutrientes corriente arriba. «Es un efecto circular», dijo Kuzishchin.

Eliminemos el salmón (por ejemplo por sobrepesca o por cacería furtiva) y las hojas de los árboles quedarán sin nitrógeno. Lo mismo los microbios y los insectos que comen esas hojas. El ecosistema completo perderá nutrientes, posiblemente hasta el punto en que no pueda sostener las grandes cantidades de salmones en desove, incluso si volviera a introducirse.

Kuzishchin repitió su máxima ecológica: «Todo está conectado». Jack Stanford me demostró lo mismo de una manera más rotunda: «Si te llevas todos los peces, no podrás tener un sistema productivo». Durante una excursión de trabajo de campo, corriente arriba desde la estación, fui testigo de la fecundidad del Kol.

Subimos por el cauce principal en lanchas motorizadas y de ahí seguimos a pie, abriéndonos paso a través de la selvática planicie de aluvión entre densos matorrales de plantas verdes de tres metros de altura, pero tan frágiles como un apio, hacia un cauce lateral donde el equipo colectaría sus datos.

Kuzishchin guiaba al tiempo que abría un corredor entre la vegetación. La mayor parte eran plantas que crecen ahí anualmente: cardos, ortigas, pastinaca de vaca, una flor blanca conocida como filipéndula de Kamchatka, hierbas y helechos, que en conjunto forman un ensamblaje de plantas de aluvión que en Kamchatka se conoce como shelomainik.

Finalmente llegamos al cauce alimentado por un manantial y, mientras Kuzishchin y los otros se preparaban para hacer mediciones de profundidad y fluidez, recolectar insectos, algas, pequeños peces, hojas de sauce para realizarles pruebas de nitrógeno, le pregunté a Stanford qué permite que toda esta vegetación crezca aquí cada año en temporadas de crecimiento tan cortas. «En una palabra -me dijo-: el salmón».

El salmón también sostiene un ecosistema humano. Cerca de la desembocadura del Bolshaya, en el pueblo llamado Ust-Bolsheretsk, un funcionario local, Sergei Pasmurov, me recibió en una oficina con pocos muebles tras una puerta tapizada en piel. Bajo una foto de Vladimir Putin, Pasmurov me ofreció un recuento honesto de la historia local, que ha sido difícil en tiempos recientes.

Durante la era soviética, Ust-Bolsheretsk era un centro agrícola de dimensiones considerables, base de varias granjas estatales grandes donde se criaba ganado para lácteos y se cultivaban nabos, tomates y otros vegetales en invernaderos. La pesca también era importante; dos plantas de procesamiento operaban ahí.

La población se mantenía en unos 15,000 en el distrito e incluía ucranianos, bielorrusos, siberianos de Irkutsk -gente de toda la URSS-, así como nativos de Kamchatka del grupo étnico itelmen. Entonces, de repente desapareció la Unión Soviética, sin la cual estas cooperativas agrícolas apoyadas por el gobierno fracasaron.

De pronto había un fenómeno desconocido, el desempleo, y la población decreció notablemente. La producción de lácteos se desplomó, los vegetales escaseaban. Pasmurov describió la avalancha de cambios en forma concisa y con una palabra cargada de significado: razvalilsya, que mi intérprete tradujo como «la ruina».

La pesca se convirtió, a falta de alternativas, en la principal actividad económica del distrito. La pesca es una actividad estacional y cíclica, con altas y bajas cada año. Incluso en un buen año el río no puede sostener a todos. Sin embargo, Pasmurov me dijo que cerca de 20 compañías tienen permiso legal para pescar en el lugar.

El número de operarios y las cuotas que se les permiten están regulados, aunque no de manera muy estricta, por la Agencia Federal de Pesquerías. «El resultado es que el número de peces se disminuye», me dijo. Año con año, los desoves son menos. La pesca furtiva también desempeña un papel.

El Bolshaya es un río grande, fácilmente accesible desde el camino y, por tanto, difícil de proteger. El acceso se volverá más fácil, añadió, ahora que se está construyendo un gasoducto para llevar gas natural desde la costa oeste hasta Petropavlovsk, que cruza el Bystraya y otra docena de ríos (incluyendo el Kol, a pesar de su estatus de área protegida).

El gasoducto podrá ser limpio y a prueba de fugas, dice Pasmurov, pero el camino que se construye a un lado atraerá mayor pesca furtiva, en especial por el caviar. Y es el caviar (valioso, fácil de conservar y transportar) lo que buscan los pescadores furtivos. «Es más conveniente y fácil de esconder -me dijo-. Lo salas, lo pones en tanques y lo escondes en el bosque».

Después, un camión o incluso un helicóptero viene por el botín. Una partida de pescadores furtivos puede hacer un gran daño en muy poco tiempo: se atrapan los salmones con redes cuando se acercan a desovar, los cortan, retiran la hueva y desechan los cadáveres como desperdicio.

Los compradores al mayoreo pueden incluir algunas plantas de procesamiento de pescado que venden el caviar «legalmente» en el mercado abierto. Mucho antes de que los residentes rusos de Kamchatka (inmigrantes o descendientes de inmigrantes) llegaran a depender de la pesca del salmón como pilar de la economía, los itelmen y otros nativos de Kamchatka habían desarrollado prácticas culturales, religiosas y de subsistencia centradas en el salmón.

Los itelmen, en particular, construyeron sus asentamientos en las riberas, sobre todo en dos terceras partes del sur de la península, donde recogían el salmón utilizando trampas y presas. Secaban la carne rosada y la ahumaban, y fermentaban las cabezas de pescado en barriles.

«Esas cabezas de pescado tenían muchas vitaminas -me dijo un anciano itelmen-. Te limpian el estómago y todas las cosas malas en tu cuerpo». Los itelmen incluso veneraban a un dios conocido como Khantai, cuya representación icónica era mitad pez y mitad humano.

En el verano la gente colocaba un ídolo de madera de Khantai que miraba al río, le ofrecía oblaciones, celebraba un festival para agradecer por el pescado recibido y suplicaba para recibir más. Una nueva versión del antiguo festival se celebra cada año en Kovran, en la costa oeste, actualmente capital de los itelmen.

Los aldeanos de Kovran todavía pescan con métodos tradicionales, pero desde la época soviética empezaron cambios que amenazaban las tradiciones itelmen y ofrecían un poco de alivio a sus difíciles vidas. Irina Kvasova, una activista itelmen que conocí en una pequeña oficina en un callejón de Petropavlovsk, me dijo que las políticas soviéticas habían requerido que la gente del campo, incluyendo a su madre, abandonara sus alejados caseríos y se congregara en centros como Kovran.

Ahí se volvían trabajadores de granjas colectivas o cooperativas pesqueras, una existencia muy diferente para personas acostumbradas a la independencia y a vivir de la tierra. Los itelmen recibieron exenciones de impuestos y el gobierno les compraba helechos, bayas y caza a precios justos.

Sin embargo, durante las décadas más álgidas del estalinismo, las autoridades soviéticas sentían la necesidad de encontrar «enemigos del Estado». La gente denunciaba anónimamente a sus vecinos, en ocasiones sólo para arreglar una rencilla. El bisabuelo de Kvasova fue una de las víctimas.

Él era un orgulloso itelmen, cazador y pescador, líder del concejo colectivo; fue el blanco de una carta de denuncia, por lo que lo arrestaron y enviaron a los campos más allá de Magadán, es decir, la región del río Kolyma, la más desoladora de todas las islas en el Archipiélago Gulag, donde murió. Después de eso, su familia dejó de comunicarse incluso entre ellos, para evitar atraer sospechas.

En los años setenta, mientras el régimen soviético se volvía relativamente menos siniestro aunque mucho más burocrático, quienes llegaban de fuera, en especial del sur, recibieron puestos y disfrutaron de beneficios en tanto que los itelmen eran marginados en sus propias comunidades.

La Perestroika de Gorbachov, seguida por el colapso del Estado y luego por una privatización orgiástica, completaron el proceso de despojo de las tierras, las aguas y los recursos vitales que los nativos habían administrado tan bien durante milenios.

Un indicio de ese despojo progresivo es que los itelmen deben competir con las compañías pesqueras comerciales rusas por cuotas limitadas de pesca de salmón. Los itelmen suman apenas unas 3,500 personas, 1% del total de Kamchatka. El poder reside en Petropavlovsk, no en Kovran, y este influye en el otorgamiento de cuotas y sitios de pesca de río a río.

Los burócratas que otorgan estas cuotas y los sitios en el río Kovran han sido generosos con las compañías comerciales de propiedad externa, según me dijo un líder itelmen llamado Oleg Zaporotsky, en tanto que a los llugareños se les restringe a cuotas poco rentables, incluso para la subsistencia.

Las compañías emplean a unos cuantos itelmen, pero no en los empleos mejor pagados. Y más allá de la cuestión de la pesca de subsistencia, me explicó Zaporotsky, algunos itelmen quieren establecer sus propias cooperativas de pesca y procesamiento, lo que traería ingresos a la comunidad, apoyaría a escuelas y otras instituciones y proporcionaría buenos empleos que evitarían que la gente se fuera.

El mismo Zaporotsky se asoció con otros para comprar un generador de diésel para congelar el pescado, el primer paso para poder reclamar una parte del mercado. «Si no creamos algunas empresas pequeñas -me dijo-, estos asentamientos no sobrevivirán».

Hasta ahora, los burócratas se han negado a otorgar cuotas comerciales al grupo de pescadores locales de Zaporotsky, o a cualquier otro. En el lado opuesto del Pacífico, los ciclos de desove del salmón silvestre en Norteamérica (al sur de Alaska), que alguna vez fueron grandiosos, han sido devastados -y en algunos casos aniquilados- por la construcción de presas, el desvío de aguas para irrigación, la sobrepesca, la contaminación agrícola y otras formas de degradación del hábitat; el tamaño de los peces ha disminuido genéticamente, debido a la dependencia de los criaderos.

La gente de Kamchatka tiene la oportunidad de ser sabia y previsora donde estadounidenses y canadienses han sido tontos y descuidados. Para que Kamchatka se convierta en el refugio de salmones silvestres más importante del mundo no se necesita que los ciclos de desove se restauren, sino que se protejan de la pesca furtiva, la sobrepesca, los derrames de petróleo o fugas de gas, la minería perjudicial y contaminante, y otros errores derivados de la estrechez de miras.

La región también podría convertirse en una de las más ricas productoras de salmón fresco, salmón congelado y caviar de exportación. Estas dos perspectivas no son incompatibles; están entrelazadas. Esa es la razón por la que Wild Fishes and Biodiversity Foundation de Kamchatka (WFBF) y sus socios estadounidenses de Wild Salmon Center (WSC) proporcionaron ayuda y apoyo moral cuando el gobierno de Kamchatka creó la Reserva Experimental para Salmones Kol-Kekhta, y por la cual respaldan los esfuerzos actuales para designar otra área protegida para el salmón en el río Utkholok, en el Norte.

WFBF y WSC también apoyan la ambiciosa visión de agregar cinco áreas protegidas más; cada una incluiría no sólo el río en sí, sino toda la cuenca de su desembocadura, y comprendería las cabeceras donde desovan los salmones y todo el hábitat terrestre.

Estas cinco áreas, junto con el Kol y el Utkholok, harían de Kamchatka el experimento más grande y audaz en cuanto al cultivo de salmón, en su propio beneficio y para un uso mesurado por la humanidad. Esto podría ser una realidad si se permite que las perspectivas de administración a largo plazo, apoyadas por investigación científica, junto con un gobierno honesto respaldado por una aplicación estricta de las leyes, triunfen sobre la sed de ganancias a corto plazo por parte de los involucrados.

La historia y la necesidad humana tienen un peso importante en la conciencia de Kamchatka. Una enorme estatua de bronce de Lenin, implacable y de gruesas extremidades, todavía se yergue en la plaza, a las afueras de las oficinas de gobierno.

Moscú sigue dictando las políticas. La gente sin empleo necesita comer y los peces están disponibles. Es un viaje muy largo desde los planes idealistas hasta las protecciones que se hagan cumplir, así como lo es desde las profundidades del Pacífico hasta las aguas bajas del río Bystraya.

No puedo olvidar lo que dijo Ludmila Sakharovskaya mientras estábamos en la ribera del criadero de Malki. Veinticinco años de incubar y criar peces, liberarlos y ver que tan sólo unos pocos regresan la han hecho cínica. También está cansada, deseosa de obtener su pensión e irse a Irkutsk. Sí, ahora tenemos reformas, me dijo, o por lo menos se habla de reformas.

Pero son sólo habladurías, meras formalidades. La pesca furtiva es fácil de ejercer y difícil de prevenir. Ella sabe que hay asentamientos completos, en las montañas, llenos de gente que podría obtener un trabajo legal pero no lo hace: sobreviven el invierno sin hacer nada, en espera del verano para poder obtener salmón ilegalmente. ¿La situación era mejor en la época soviética?

Lo piensa durante uno o dos segundos y responde: «Mejor para los peces».

National Geographic

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