El lugar recibe avalanchas de visitantes, y sus administradores detectan la urgencia de medidas de control.
Un mar de pétalos y flores cubre la histórica entrada empedrada del famoso templo de Angkor Wat en Camboya. Numerosos turistas se arremolinan ante su puerta, haciéndose fotos y selfies con sus teléfonos inteligentes a cada par de metros.
El click de las cámaras fotográficas no se detiene cuando las hordas de visitantes acceden finalmente al templo, mientras distintos guías explican en español, inglés o chino la fascinante historia de este templo, el más importante del complejo de edificios que una vez fue centro del imperio Jemer. Con sus paredes cuajadas de bajorrelieves con bailarinas y diosas hindúes, Angkor Wat se considera una de las maravillas del mundo actual.
«Ojalá hubiera menos gente», lamenta Isabel, una turista chilena que ha viajado por su cuenta a visitar los templos. «Pero es tan bonito que lo entiendo», expresa. El recinto, ubicado en la selva cercana a la localidad de Siem Riep y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se ha convertido en un imán para el turismo en los últimos 15 años, desde el fin de la guerra civil en Camboya.
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Por una parte, el turismo es una bendición para la economía del país, pero, por otra, supone una amenaza para el complejo templario: la avalancha de turistas es difícil de combatir, los cimientos de las edificaciones son inestables y en los paredes de los templos comienzan a aparecer graffitis de personas poco respetuosas. Y las cifras no paran de crecer: en 2013 viajaron al lugar más de 2 millones de personas.
Los grandes ganadores de este «boom» son los vendedores camboyanos, que como ciudadanos del país no necesitan pagar entrada para acceder a Angkor. Así, se trasladan al lugar a diario y ofrecen desde camisetas e imanes hasta miniaturas de los templos. Hay además numerosos niños que intentan vender postales a los turistas, y éstos se pueden fotografiar ante los templos montados a caballo y con sombrero de cowboy por un dólar.
Mientras ayuda a subirse a la silla de montar a un turista coreano, un vendedor cuenta que gana unos 30 dólares (22 euros) la hora. Una suma enorme teniendo en cuenta que un tercio de los habitantes del país vive por debajo del umbral de la pobreza.
En el cercano templo de Ta-Prohm, parcialmente engullido por la selva, se rodó parte de la película «Tomb Raider». No obstante, quienes quieran recorrer a solas su galerías cubiertas de raíces como hacía Angelina Jolie, lo tienen bien complicado. También aquí los turistas hacen cola para fotografiarse ante los lugares más llamativos. Según afirma Clement, de Singapur, es un círculo vicioso: la gente quiere ver los templos, pero al mismo tiempo los está destrozando.
«Tenemos que limitar las consecuencias negativas», subraya la portavoz de la administración apsara, Kerya Chau Sun. Según afirma, la región de Angkor y sus templos es en realidad lo bastante grande como para dar la bienvenida a todo el mundo, el problema es que todos los turistas llegan a la vez. Y es necesario lograr una mejor distribución, añade.
Para ello, las autoridades ya han establecido algunas normas: por ejemplo, sólo grupos de 100 turistas pueden subir a la vez las escaleras de la torre principal de Angkor Wat y hay vigilantes que controlan que no se hagan graffitis, declara la portavoz. Otra de las ideas barajadas es no permitir la entrada al recinto de los autobuses de turistas, y que éstos lo recorran a pie.
«Todo esto es muy importante, porque Angkor Wat es un lugar muy espiritual. Y tenemos que conseguir que los turistas sientan Angkor Wat», añade.
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