PREPARADA PARA TENER UN NUEVO Y CRUCIAL PAPEL EN MEDIO ORIENTE, SIRIA LUCHA POR ESCAPAR DE SU PASADO OSCURO.
Hay un pasaje en El Padrino en el que el joven Michael Corleone, viviendo en el extranjero, se da cuenta de que al morir su hermano mayor ahora él será designado ?o más bien condenado? para asumir el control del imperio de la mafia que su viejo padre construyó desde cero. «Dile a mi padre que me lleve a casa ?le dice a su anfitrión, resignado a asumir el papel que le está destinado?. Dile a mi padre que deseo ser su hijo».
Si Bashar al Assad, el actual presidente de Siria, tuvo un momento así, fue después de las 7 a.m. del 21 de enero de 1994, cuando sonó el teléfono en el departamento que rentaba en Londres. Bashar, un oftalmólogo alto y erudito ?entonces de 28 años?, hacía una residencia en el Western Eye Hospital, parte del sistema de hospitales del St. Mary?s Hospital de Gran Bretaña. Al contestar el teléfono, se enteró de que esa mañana llena de niebla su hermano mayor, Basil, se había estrellado a toda velocidad y murió al instante. Ahora él, Bashar, era convocado a casa.
Adelantémonos hasta junio de 2000 y la muerte por insuficiencia cardiaca del padre, Hafez al Assad, a los 69 años. Poco después de su funeral, Bashar entró en la oficina de su padre por segunda vez en su vida. Tiene un vívido recuerdo de su primera visita, a los siete años, cuando entró corriendo emocionado para contarle a su padre sobre su primera clase de francés. Bashar recuerda haber visto una botella grande de colonia en un armario junto al escritorio de su padre. Le sorprendió ver que 27 años después aún estaba ahí, prácticamente intacta. Ese detalle, la rancia colonia, decía mucho acerca del cerrado y estancado gobierno sirio, una dictadura a la antigua que Bashar, entrenado para sanar el ojo humano, se sentía incapaz de dirigir.
«Mi padre nunca me habló de política ?me dijo Bashar?. Era un padre muy cariñoso y comprensivo, pero incluso después de que regresé a casa, en 1994, lo único que aprendí sobre su toma de decisiones fue al leer las notas que hacía durante sus reuniones, o hablando con sus colegas». Una de esas lecciones fue que, a diferencia de una cirugía ocular, para gobernar un país como Siria hace falta sentirse cómodo en cierto grado con la ambigüedad. Bashar, un ávido fotógrafo, lo compara con una foto en blanco y negro. «Nada es completamente blanco o negro, ni malo o bueno ?dijo?. Sólo hay tonos de gris».
Siria es un lugar antiguo, moldeado por miles de años de comercio y migración humana. Pero si cada nación es una fotografía, miles de tonos de gris, entonces Siria, por toda su antigüedad, es de hecho una película que se revela lentamente frente a nuestros ojos. Es la clase de lugar donde puedes sentarte en un café atiborrado de Damasco a escuchar a un narrador de 75 años evocar las Cruzadas y el Imperio Otomano como si fueran recuerdos de su infancia, usando un fez y blandiendo tanto su espada que la audiencia salta para esquivarla, y luego ir al lado, a la magnífica Mezquita Omeya, de alrededor del año 715, para unirse a los niños de la calle que juegan futbol en la entrada. También es un lugar donde puedes salir a cenar con tus amigos a un café de moda y después, mientras esperas el autobús nocturno, escuchar gritos que te hielan la sangre, provenientes de la ventana del segundo piso de la estación de policía de Bab Touma. En la calle, los sirios se lanzan miradas de complicidad, pero nadie dice una palabra. Alguien podría estar escuchando.
El régimen de Assad no se mantuvo casi 40 años en el poder por ser amable. Sobrevivió a sus difíciles vecinos ?Irak, Israel, Jordania, Líbano y Turquía? con astucia y congraciándose con países más poderosos, primero la Unión Soviética y ahora Irán. En guerra con Israel desde 1948, Siria provee ayuda material a los grupos islamistas de Hezbolá y Hamás; también está determinada a recuperar los Altos del Golán, meseta siria tomada por Israel en 1967.
Ha pasado casi una década desde que Bashar asumió el puesto y es justo preguntar qué ha cambiado, si es que algo ha cambiado. También es buen momento para hacer una evaluación, pues Siria ?respondiendo a los intentos de acercamiento por parte de la nueva administración estadounidense, deseosa de lograr el éxito en Medio Oriente? parece estar lista para retomar un papel crucial en los asuntos de la región. Henry Kissinger dijo que no se puede hacer la guerra sin Egipto ni la paz sin Siria; probablemente tiene razón. Nos guste o no, el camino hacia la paz en Medio Oriente pasa por Damasco. Sin embargo, incluso Bashar reconoce que será difícil para Siria avanzar sin ocuparse de su paralizante situación interna.
Afuera del antiguo mercado de Hamadiya, en Damasco, solía haber una fotografía de Hafez al Assad tan alta como un edificio de tres pisos. Basada en los cultos totalitarios del imperio soviético, esta iconografía estilo Big Brother siempre le dio a Siria la sensación de estar sellada en ámbar, atrapada en una era en la que los dictadores realmente eran dictadores; los días de Stalin y Mao. Esta es la Siria que Hafez heredó a su hijo.
Hoy, en su lugar, flanqueado por los muros de la época romana de la ciudad, hay un gran espectacular blanco con la fotografía del primer presidente posmoderno de Siria saludando con la mano. El rostro gatuno de Bashar muestra una sonrisa, con los ojos entornados encima de sus bigotes por el sol brillante. «Yo creo en Siria», dice el anuncio de modo tranquilizador. Pero hará falta más que una sonrisa y un eslogan para reinventar su país, y él lo sabe. «Lo que Siria necesita ahora ?me dijo Bashar? es un cambio de mentalidad».
El hogar ancestral de la familia Assad, Al Qardahah, se encuentra en la ladera de una montaña de cara al Oeste, protegido y distante como a menudo son los pueblos en la colina, aunque tan cerca del Mediterráneo que en un día despejado se pueden ver los botes pesqueros de Latakia, el mayor puerto de Siria, y las aves marinas volando en círculos como confeti en el cielo occidental. Una autopista moderna de cuatro carriles se eleva como rampa desde la costa y lleva a los suplicantes al remoto pueblo de la montaña, donde las calles están pavimentadas, las casas son mansiones y oficiales fuera de servicio ?hombres robustos en sus cincuenta y sesenta que se comportan como jefes de la mafia en vacaciones? se pasean por las calles en pijama.
Hace cientos de años, Al Qardahah era un enclave de chiitas indigentes seguidores de Alí, yerno y sucesor del profeta, tan fervientes que siglos atrás otros musulmanes los habían declarado herejes y conducido a las montañas del noroeste de Siria, donde se dieron a conocer como alauíes. En 1939, uno de ellos ?un chico de nueve años extremadamente inteligente de nombre Hafez? bajó de las montañas para recibir educación.
Hafez, calmado y alto para su edad, estaba determinado a alcanzar el éxito y, finalmente, a gobernar. Después de que Siria obtuvo su independencia de Francia en 1946, se unió al partido Baath, movimiento secular de nacionalismo árabe que tomaría el control de Siria en 1963. Hafez ascendió en las filas de la fuerza aérea y con el tiempo fue nombrado ministro de Defensa. Desde esa posición, en 1970 organizó un golpe de Estado sin derramamiento de sangre, con una camarilla de oficiales militares de confianza, muchos de cuales eran compañeros alauíes. Desde entonces, los seguidores de esta diminuta secta chiita se las han arreglado para resistir en el poder en esta nación compleja y étnicamente volátil de 20 millones de personas, 76?% de las cuales son suníes.
Hafez al Assad sobrevivió porque se volvió un experto en manipular los eventos geopolíticos y utilizó con tanto ingenio la mala mano que le tocó en el juego, que Bill Clinton lo llamó el líder de Medio Oriente más listo que jamás hubiera conocido. Dentro de Siria, Hafez fue un maestro en minimizar las identidades religiosas potencialmente explosivas del país para construir un régimen secular muy firme. Incluso se esforzó especialmente en proteger a otras minorías religiosas ?cristianos, ismailíes, drusos? porque las necesitaba como contrapeso de los suníes.
Hafez era despiadado con sus enemigos, en especial con la Hermandad Musulmana siria, movimiento islamista suní deseoso de quitar a los apóstatas alauíes del poder y hacer de Siria un Estado islámico. Construyó un elaborado aparato de seguridad interna, a semejanza al de los Estados policiales comunistas de Europa del Este. Cuando a finales de los setenta la Hermandad lanzó una serie de ataques, Hafez envió su fuerza aérea a bombardear barrios densamente poblados del bastión del grupo en Hama. Su ejército demolió las devastadas ruinas. Murieron entre 10?000 y 40?000 personas, y miles más fueron apresadas, torturadas y abandonadas en la cárcel. A pesar de las críticas de las organizaciones de derechos humanos, el régimen pronto desató a su policía interna en contra de todos sus oponentes políticos.
Cuando Hafez al Assad murió en 2000, su cuerpo fue devuelto a Al Qardahah y colocado cerca del de su primogénito, Basil, cuyas intensas hazañas a caballo, en uniforme y detrás del volante lo diferenciaban de su estudioso hermano menor, un aficionado a la salud, de voz suave y con gustos musicales como Yanni y Electric Light Orchestra. Pero cualquier indicio de que Bashar sea un pusilánime es una mera ilusión, dice Ryan Crocker, quien fungió como embajador de Estados Unidos en Damasco durante la transición de padre a hijo. «Bashar es tan agradable que es fácil subestimarlo ?dice Crocker?. Pero tengan la seguridad de que es hijo de su padre».
Un hombre joven con chamarra de cuero negro de imitación se encuentra en un café frente a las rocosas colinas del norte de Siria, viendo las sombras de las nubes jugar en un paisaje de tierra roja y olivos plata y verde. «Libertad ?decía el hombre?. Eso es lo que necesitamos».
«No hablo de libertad política ?dijo, mirando sobre su hombro para asegurarse de que no hubiera mukhabarats, o miembros de la policía secreta, cerca?. Me refiero a la libertad para hacer cosas, sin que los burócratas te asfixien. En Siria, los tipos como yo no tienen incentivos para intentar nada nuevo, para crear algo. De ninguna manera. Nunca lograrías aprobación por parte del gobierno, ni siquiera los permisos para pensar en ello. Aquí todo se reduce a quién conoces, de qué clan o pueblo eres, cuánta vitamina Wow tienes en el bolsillo».
«¿Vitamina Wow?», pregunté, recordando que existe una letra en árabe que se pronuncia «wow».
«¡Wasta!», respondió, riéndose. ¡Dinero! ¡Sobornos!
Poco después de que regresara de Londres, el diagnóstico de Bashar era que Siria sufría sobredosis de vitamina Wow. Después de asumir su puesto en 2000, lanzó una campaña dura contra la corrupción, despidiendo a varios ministros y burócratas y prometiendo reemplazar la vieja costumbre de los sobornos con la «nueva mentalidad» que buscaba inculcar. Arrastrado por el espíritu de reforma, continuó con la liberación de cientos de prisioneros políticos y disminuyó las restricciones con respecto a las diferencias de opinión en política ?una llamada Primavera de Damasco, que pronto se extendió de las salas de estar a una creciente subcultura de cafés internet?. Fue el mismo Bashar quien hizo posible esta tendencia, trabajando con tecnócratas que pensaban como él para computarizar Siria, aun antes de volverse presidente. Pese a las objeciones del poderoso complejo de inteligencia militar, Bashar había persuadido a su padre de que conectara Siria a la World Wide Web en 1998.
También tomó medidas para reactivar la estancada economía siria. «Cuarenta años de socialismo: a eso nos enfrentamos», dijo Abdallah Dardari, de 46 años, economista educado en Londres que funge como subsecretario de Economía. Bashar ha reclutado a los mejores y más brillantes expatriados sirios para que regresen a casa. El nuevo equipo privatizó el sistema bancario, creó parques industriales libres de impuestos y abrió una bolsa de valores en Damasco para impulsar más las inversiones privadas y extranjeras que han agitado el pulso de la capital y creado docenas de clubes nocturnos y restaurantes exclusivos.
«Mi trabajo es cumplirle al pueblo de Siria», dijo Bashar, a quien esporádicamente se le ve llegar a un restaurante y dejar afuera a sus guardaespaldas mientras comparte la comida con otros comensales. En su esfuerzo por modernizar, la aliada más poderosa de Bashar es su esposa, antes Asma al-Akhras, elegante ejecutiva educada en Occidente que ha emprendido varios programas auspiciados por el gobierno para la alfabetización y fortalecimiento económico. Asma, hija de un cardiólogo sirio prominente, nació y creció en Londres. Ella y Bashar tienen tres hijos, a quienes les encanta llevar de picnic y a andar en bicicleta en las colinas que rodean la capital, en marcado contraste con Hafez al Assad, a quien rara vez se le veía en público. «Sólo sabes lo que la gente necesita si entras en contacto con ellos ?dijo Bashar?. Nos rehusamos a vivir dentro de una burbuja. Creo que por eso la gente confía en nosotros».
Por más de 4?000 años, la ciudad de Alepo, en el norte de Siria, ha sido una encrucijada para el comercio que se mueve a lo largo del Creciente Fértil, desde Mesopotamia hasta el Mediterráneo. Vigiladas por una ciudadela en la alta cima de una colina, las 365 hectáreas de la Ciudad Vieja de Alepo han permanecido esencialmente intactas desde la Edad Media. Hoy, entrar a su zoco cubierto, el mayor del mundo árabe, es como cruzar un umbral de adoquín hacia el siglo xv: una variada mezcla de tenderos, vendedores de comida, carretas de burros, comerciantes de oro, artesanos, baratijas, pordioseros y estafadores. Si los burócratas de Alepo se hubieran salido con la suya, gran parte de esto habría desaparecido.
Durante los años cincuenta, los planeadores urbanos de Alepo comenzaron a implementar un moderno plan de desarrollo que diseccionaba la Ciudad Vieja con amplias calles al estilo occidental. En 1977, los residentes locales, liderados por un arquitecto de la Ciudad Vieja de nombre Adli Qudsi, se opusieron y eventualmente hicieron que el gobierno cambiara su plan. Hoy día, la Ciudad Vieja ha sido preservada y se renovó su infraestructura con fondos tanto del gobierno como de fuentes filantrópicas. Antes considerado una reliquia en pedazos, el viejo Alepo ahora es usado por Bashar como ejemplo de la nueva mentalidad que busca, un modelo de cómo el pasado de Siria, su mayor recurso, puede actualizarse y convertirse en su futuro.
«Siria ha sido una nación comerciante por milenios, así que lo que tratamos de hacer es regresar el país a sus raíces empresariales ?dijo Dardari?. Pero no va a ser fácil: 25?% de la fuerza de trabajo siria aún cobra un sueldo del gobierno. Hemos heredado una economía que corre a cuenta del patrocinio y el dinero del gobierno, y no podemos continuarla».
Para ver a lo que Dardari y los modernizadores se enfrentan visité una planta procesadora de algodón del gobierno en Alepo, que me recordó las fábricas de la Unión Soviética, enormes monumentos en ruinas a la maquinaria oxidada. El gerente de la planta, como buen apparatchik, divagó sobre las viejas cifras de producción de la fábrica y el impecable récord de seguridad, sin saber que un grupo de trabajadores acababa de contarme acerca de los dedos perdidos, los pies aplastados y los daños pulmonares que habían sufrido. Cuando pregunté si la fábrica obtenía ganancias, me miró como si le estuviera hablando en otro idioma.
Al permitir la inversión privada en las industrias operadas por el Estado, comenzando por el procesamiento de cemento y petróleo, Bashar y sus reformistas esperan modernizar sus operaciones para manejarlas de manera más eficiente. En el proceso se han perdido muchos empleos, y los precios, antes subsidiados, se han elevado por los cielos. Pero son tantos los sirios que dependen de los ingresos gubernamentales provenientes de la industria algodonera ?fuente principal de ingresos por exportación?, que esta sigue siendo dirigida por el Estado en su mayoría.
En muchos sentidos, la Siria que Bashar heredó tiene todos los indicios de una antigua empresa, lista para ser reconstruida desde cero. El sistema de empresas estatales y empleos gubernamentales, construido por el partido sirio Baath en los sesenta, aumentó los estándares de vida y llevó educación y asistencia en salud a los poblados rurales, pero sus cimientos son como los del corrupto y moribundo socialismo del bloque del Este, que cayó por su propio peso a principios de los noventa. La burocracia siria es aún más vieja, pues se erigió a partir de lo que quedó del gobierno otomano y la colonia francesa.
La reforma educativa también está en la agenda de Bashar, y justo a tiempo. Los escolares sirios aprenden memorizando viejos libros de texto y son evaluados, incluso en la universidad, a partir de la cantidad de datos que conocen. En Damasco, alguna vez respetada por ser una de las capitales intelectuales del mundo oriental, es difícil encontrar una librería que no esté llena de tratados de la era comunista, escritos por ideólogos del partido Baath.
«Mi hija de 11 años está muy confundida ?dice Dardari?. En casa me escucha hablar del libre mercado y de la manera como funciona el mundo, y luego va a la escuela y aprende de libros de texto escritos en los setenta, que predican el marxismo y el triunfo del proletariado. Regresa a casa con esta mirada en la cara y me dice: ?Papá, ¡me siento como una pelota de ping-pong!?».
Cuando un hijo entra al negocio familiar, la vieja manera de hacer las cosas puede ser difícil de cambiar. Y aunque el hijo mayor, Basil, parecía más como su padre, Bashar terminó siguiendo sus pasos. A un año de asumir la presidencia, dos aviones se estrellaron contra el World Trade Center de Nueva York y de pronto la amenaza a los regímenes seculares «no musulmanes», como Siria, por parte de al Qaeda y sus primos de la Hermandad Musulmana, fue más fuerte que nunca. La invasión de Estados Unidos a Irak ?y la subsecuente amenaza militar sobre Damasco? enfureció aún más a los islamistas sirios, al tiempo que inundaba el país con cerca de 1.4 millones de refugiados iraquíes, la mayoría de los cuales nunca regresó a casa. Algunos creen que Bashar, en una acción que recuerda a su padre, desvió de su vulnerable gobierno la furia extensamente extendida en Siria hacia los estadounidenses del otro lado de la frontera con Irak, permitiendo que los muyahidín usaran Siria como zona de reagrupamiento y punto de tránsito.
Incluso antes del ataque del 11 de septiembre, Bashar había revertido la reforma política y la libertad de expresión. Su impulso anticorrupción se había detenido, minado por los manejos turbios de los negocios de sus propios familiares. Las investigaciones sobre el asesinato del ex primer ministro libanés Rafiq Hariri, en 2005, en Beirut, apuntan hacia Siria; poco después, Bashar volvió a arrestar a muchos de los presos políticos que había liberado apenas unos años antes. Y el año pasado, en un irónico e inesperado giro para alguien que se confiesa fanático de las computadoras y que llevó internet a Siria, el gobierno de Bashar prohibió una larga lista de sitios web, desde noticias árabes hasta YouTube y Facebook. En todo esto, algunos ven a Bashar como víctima de los elementos reaccionarios dentro del régimen ?el joven idealista agobiado por fuerzas a las que no se puede oponer?. Otros ven a un joven padrino aprendiendo a usar su poder.
Bashar culpa a la invasión estadounidense de Irak de acorralar a la región, y a Siria, en un rincón oscuro, y defiende sus duras medidas de seguridad interna por considerarlas armas esenciales en la lucha por sobrevivir. No está claro si se refiere a la supervivencia de Siria o a la del régimen. «Estamos en estado de guerra con Israel ?dijo?. Hemos tenido conflictos con la Hermandad Musulmana desde los cincuenta. Pero ahora corremos un riesgo mucho peor con al Qaeda. Al Qaeda es un estado mental. Es un disco compacto, un folleto. Y es muy difícil de detectar. Por eso necesitamos una fuerte seguridad interna».
Los miembros de la oposición, casi todos ellos clandestinos o en prisión, no creen ese argumento, pues lo han escuchado por 30 años con el propósito de sofocar cualquier chispa de desacuerdo. Aunque reconocen que la represión actual se aplica con más suavidad, los activistas con los que hablé consideran que las diferencias entre el régimen de Bashar y el de su padre son cosméticas. «Bashar parece un tipo muy agradable, pero el gobierno es más que una persona», dijo un joven activista de derechos humanos con quien me reuní en secreto en un pequeño apartamento lleno de libros a las afueras de la capital. Ha sido interrogado unas seis veces por varias agencias de seguridad estatales. «Vivir aquí es como una fobia ?continuó, fumando un cigarro y con profundas ojeras?. Siempre te sientes como si alguien te observara. Ves alrededor y no hay nadie. Entonces piensas que no deberías tener esa sensación. Pero la tengo. Debo estar loco. Eso es lo que quieren».
Cualquiera que sea su objetivo, la sombra de miedo en Siria, la nube que tapa su sol, es omnipresente. Con el fin de proteger a mis fuentes para este artículo, dejé a varias personas sin nombre, temiendo que fueran arrestadas una vez que se publicara. Un académico que conocí en Alepo, por ejemplo, fue duramente interrogado después de asistir a una conferencia donde había científicos israelíes. Luego de intentar intimidarlo para que delatara a otros, los interrogadores lo dejaron ir con la advertencia de no decir una palabra o reabrirían su expediente. En Idlib, semillero de fundamentalistas islámicos al sur de Alepo, un comerciante comparó vivir en Siria, con su aparato interno de seguridad, con «caminar de lado con una escalera, pensando siempre por adelantado y cuidando cada uno de tus movimientos».
Una mañana en Damasco estaba en un parque hablando con un grupo de jornaleros, unos tipos desaliñados al final de su adolescencia y principios de sus veinte, en busca de trabajo. La mayoría eran del sur de Siria, cerca de Dara, y debatíamos la clase de ciudad que es Dara. La criticaban diciendo que era un infierno seco y sucio; yo la defendía, pues había pasado por ahí varias veces de camino a Jordania. Mientras bromeábamos, un hombre de mediana edad muy seguro de sí mismo, con una camisa polo verde y gafas, se paseó por ahí y nos escuchó. Cuando los trabajadores lo notaron, nuestra discusión se volvió un murmullo hasta que se acalló por completo.
«Dara es en verdad una gran ciudad», dijo finalmente el recién llegado, con férrea decisión. Los demás se dispersaron, repentinamente temerosos de este hombre. Sólo para ver qué hacía, le dije que tenía previsto ver al presidente y le pregunté si quería enviarle un mensaje. Se me quedó viendo por un largo rato y luego fue a sentarse en una banca y anotó algo en una libreta. Me imaginé que estaba escribiendo un reporte acerca de mí o quizá emitiendo una especie de multa. Unos minutos más tarde regresó.
«Por favor, entréguele esto al presidente», dijo, y me pasó un pedazo de papel doblado tantas veces que cabría por una pajilla. Entonces se volteó y marchó. Había garabateado su nombre, su teléfono y un mensaje en mal árabe: «Saludos, respetado Dr. Presidente Bashar. Esta nota es de un joven sirio nacional de Al Hasakah que necesita mucho un trabajo en la administración pública, y gracias».
Este reportaje corresponde a la edición de Noviembre de 2009 de National Geographic.
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