Manifestaciones artísticas y culturales quedaron borradas del mapa después de 1948.
Cada 15 de mayo desde 1948 Israel celebra la fundación de su Estado, mientras los palestinos recuerdan el Día de la Nakba (catástrofe) que supuso el comienzo del éxodo y expulsión de sus tierras y de sus hogares, pero también de una desposesión aún más profunda: la de sus raíces y referentes culturales que generaron un enorme vacío en las generaciones posteriores.
Esa certeza cayó como un jarro de agua fría sobre el cineasta holandés-israelí Benny Brunner (Rumanía, 1954), que tras varios trabajos sobre el conflicto israelo-palestino documentó el drama de los refugiados palestinos en «Al Nakba: The Palestinian Catastrophe 1948» (1996) antes de toparse, por casualidad, con un artículo del joven investigador Gish Amit en el que hablaba de libros palestinos que había encontrado en la Biblioteca Nacional israelí en Jerusalén.
«Me conmocionó, me abrió los ojos sobre ese aspecto de la Nakba sobre el que nadie habla y que en muchos más aspectos es incluso más importante que el expolio material, por sus efectos a largo plazo y porque supuso la erradicación del núcleo cultural palestino de la época, de centros de creación culturales como Jerusalén, Haifa o Jaffa», cuenta Brunner. «De la noche a la mañana los palestinos perdieron la capacidad de producir conocimiento y se vieron devueltos décadas atrás, provocando un fuerte trauma».
De esa necesidad de tratar este tema si no olvidado, sí pasado por alto, nació otro trabajo, «The Great Book Robbery» (El gran robo de libros, 2011), que se proyectó por primera vez en España en la Casa Árabe de Madrid con motivo del 66 aniversario de la Nakba, y que narra el expolio de libros de las casas abandonadas por los desplazados, que terminaron destruidos, reciclados para fabricar papel de periódico, vendidos o «custodiados» por la Biblioteca Nacional de Israel, donde sigue existiendo una importante partida y la única referencia documentada del expolio que descubrió el investigador Amit.
«Es muy difícil cifrar la pérdida», señala Brunner. «Se habla de entre 70,000 y 80,000 obras, pero quizá sean muchas más». Y es que la Palestina bajo Mandato Británico previa a 1948 era una región floreciente, con muchas familias acomodadas de clase media que atesoraban importantes bibliotecas. Jerusalén, Haifa y Jaffa eran centros culturales donde florecía la literatura, la prensa y el teatro -las famosas compañías egipcias pasaban por allí de camino a Beirut-, manifestaciones artísticas y culturales que quedaron borradas del mapa después de 1948.
«Por eso los libros que descubrió Amit -que están marcados con las siglas AP (Propiedad Abandonada, por sus siglas en inglés) y siguen en manos del Custodio de Propiedad Abandonada de Jerusalén? se han convertido en un símbolo, en un dedo que señala» a los responsables del expolio cultural palestino, que no se limitó a la literatura, sino a otros campos artísticos e intelectuales. «También se incautaron numerosas fotografías e imágenes, como ha documentado la investigadora Rona Sela», señala Brunner.
El cineasta cree sin embargo que la intención inicial del país que nacía en 1948 fue buena. «Habría un gran interés en la preservación cultural y la Biblioteca Nacional quería guardar los libros para su conservación. Además, parece que su intención era devolverlos, pues incluso existe una lista parcial de los antiguos dueños». Sin embargo, después todo cambió y nunca lo hizo.
Menos inocencia en las intenciones iniciales ve el analista y activista palestino Majed Dibsi Bulbul, que atribuye ese expolio cultural a una «intención consciente de no dejar pruebas documentales del legado palestino con el objetivo de borrar la identidad y destruir la resistencia de todo un pueblo: 531 aldeas y ciudades fueron desplazadas, pero además se cambiaron los nombres de todas las cosas, arrancando de raíz incluso el folclore del pueblo palestino», cuenta en entrevista en Madrid.
«Se usurparon hasta los vestidos folclóricos o la gastronomía», asegura. «Israel quería arrebatar la memoria del pueblo palestino para reconstruirla a su antojo y su mayor efecto fue la falsificación de la Historia», considera el politólogo que combina su militancia en el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FLPL), del que es responsable en Europa, con su trabajo de periodista en Madrid.
Sin embargo Dibsi Bulbul considera que esa «Nakba cultural» tuvo en realidad un efecto contrario. «El trauma de la diáspora supuso una motivación para agudizar el intelecto». Ya fuera desde Israel, donde los palestinos que se quedaron sufrieron la discriminación, desde el exilio o desde los campamentos de refugiados, surgieron «los hijos de la Nakba y los poetas de la resistencia, a algunos de los cuales incluso asesinó Israel en los años 70, como Ghassan Knafani o Kamal Nasser, en castigo por querer expresar el trauma de su pueblo». En esa labor estacan otros nombres como Mahmud Darwish, Tawfiq Ziad, Emil Habibi o Samih al Qasim.
«El palestino tiene la necesidad universal de comunicar su tragedia y humanizar su lucha, porque si no, muere», señala Dibsi Bubul. «Actualmente, el arte palestino, con la literatura como punto fuerte, es el reflejo mediato de la situación y expresa confusión, repulsa y desconfianza hacia el mundo, pero también algo de esperanza».
Esperanza tiene también Brunner en que sus películas contribuyan a incorporar la historia y la narrativa palestina -de dolor, desposesión y pérdida- en la israelí y a hacer un poco de justicia. ¿Cómo?
«Lo primero reconociendo que parte del desastre también es cultural. Habría que devolver los libros robados a sus dueños o en todo caso a universidades palestinas». Algo que Israel no hace, asegura, porque «tiene miedo de abrir la caja de Pandora. Se empieza por los libros y no se sabe por dónde se termina», apunta Brunner.
Otras propuestas: bautizar calles con el nombre de poetas, escritores o filósofos, poner indicadores en los edificios para saber dónde vivieron personajes destacados o construir un museo de la Nakba. «No se trata de compensar con dinero, sino de reconocer quién estuvo allí primero», señala el cineasta. «Israel debe incorporar la narrativa palestina porque sólo así será posible la convivencia», concluye. «Nunca es demasiado tarde, sólo hay que quererlo».