Estudios de ADN esclarecen la identidad de los progenitores del rey niño y proporcionan nuevas pistas acerca de su muerte prematura.
Estudios de ADN esclarecen la identidad de los progenitores del rey niño y proporcionan nuevas pistas acerca de su muerte prematura.
Las momias ejercen una fascinación poderosa. guardianas Celosas de secretos, una vez fueron personas vivas que amaron tal como hacemos hoy.
Por ello, siempre he creído que debemos honrar a los antiguos difuntos y permitirles descansar en paz.
No obstante, sólo el estudio de sus cuerpos nos permite desentrañar los secretos de los faraones y es gracias a eso que ahora, mediante tomografías computarizadas practicadas en 2005 a la momia del rey Tutankamón, hemos comprobado que el monarca no falleció, como muchos creen, a consecuencia de un golpe en la cabeza. Por el contrario, aunque la parte posterior del cráneo presenta ciertamente un orificio, nuestros estudios revelan que fue abierto durante el proceso de momificación y, más aún, confirman que Tutankamón murió cuando apenas tenía 19 años de edad, quizá a consecuencia de una fractura reciente de la pierna izquierda. Al profundizar nuestro escrutinio de la momia, hemos obtenido revelaciones extraordinarias sobre su nacimiento, vida, y muerte.
La historia de Tutankamón es, para mí, como una obra teatral. El primer acto del drama comienza hacia el año 1390 a.C., varias décadas antes de su nacimiento, cuando el gran faraón Amenhotep III asciende al trono de Egipto. Al frente de un imperio que se extendía por 1,900 kilómetros, con el Éufrates en su límite norte y la Cuarta Catarata del Nilo en el sur, este rey de la dinastía XVIII poseía riquezas inimaginables y, junto con su poderosa consorte, la reina Tiy, gobernó durante 37 años venerando a los dioses de sus antepasados, particularmente a Amón, en tanto que su pueblo prosperaba y las arcas reales se llenaban con el producto de las colonias egipcias.
Si bien el primer acto habla de tradiciones y estabilidad, el segundo trata de insurrecciones. Al morir Amenhotep III, el trono pasa a manos de su segundo hijo, Amenhotep IV, extravagante visionario que vuelve la espalda a Amón y las demás deidades que componían el panteón estatal, rindiendo culto a una divinidad única denominada Atón, representada por el disco solar. En el quinto año de su reinado, Amenhotep IV cambia su nombre por Akenatón, «el que sirve a Atón» y, así, se eleva a la condición de dios vivo y deja Tebas, la capital religiosa tradicional, para construir, 290 kilómetros al norte, una vasta urbe ceremonial conocida hoy como Amarna. Allí se establece con su gran esposa real, la hermosa Nefertiti, y juntos se erigen en sumos sacerdotes de Atón. El clero de Amón es despojado de todo su poder y riqueza, y Atón surge como dios supremo.
El fin del reinado de Akenatón está envuelto en la confusión. Uno o tal vez dos monarcas gobiernan brevemente, bien junto a Akenatón, después de su muerte o ambas cosas. Igual que muchos otros egiptólogos, creo que el primero de esos «reyes» fue, en realidad, Nefertiti; el segundo, un misterioso personaje llamado Semenejkara, de quien sabemos casi nada. Lo único cierto es que, al levantarse el telón del tercer acto, el trono se encuentra ocupado por un niño de nueve años: Tutanjatón («la imagen viva de Atón»). En los dos primeros años de su reinado, el pequeño y su esposa, Anjesenpaatón (hija de Akenatón y Nefertiti), abandonan Amarna para regresar a Tebas, donde reabren los templos restituyéndoles sus riquezas y gloria anterior, cambian sus nombres por Tutankamón y Anjesenamón, repudian la herejía de Akenatón y proclaman públicamente su devoción renovada al culto de Amón.
Transcurrida una década desde su ascenso al trono, Tutankamón muere sin dejar heredero. Es sepultado con premura en una pequeña tumba más propia de plebeyos que de un monarca y, a modo de represalia contra la apostasía de Akenatón, sus sucesores borran de los anales históricos casi todo rastro de los reyes de Amarna, incluido Tutankamón.
La ironía es que aquel intento de erradicar su recuerdo contribuyó a la preservación de Tutankamón para la posteridad. Menos de un siglo después de su muerte, la ubicación de la tumba quedó en el olvido y el mausoleo, protegido de los saqueadores gracias a las estructuras erigidas sobre él, permaneció virtualmente intacto hasta su descubrimiento, en 1922. Pero el registro arqueológico no ha esclarecido aún las relaciones familiares más íntimas del joven rey.
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Decidimos comparar el ADN de Tutankamón con el de otras 10 momias que, sospechábamos, fueron miembros de su familia inmediata. Hasta ese momento, me oponía al estudio genético de las momias reales porque las posibilidades de obtener muestras útiles y, al mismo tiempo, evitar la contaminación con ADN moderno me parecían tan insignificantes que no justificaban la violación de aquellos restos sagrados. Sin embargo, en 2008, varios genetistas me convencieron de que la tecnología había alcanzado la madurez suficiente para producir resultados eficaces. Por ello, montamos dos laboratorios con la última tecnología en secuenciación de ADN, uno en el sótano del Museo Egipcio de El Cairo y otro en la Facultad de Medicina de la Universidad de El Cairo. Las investigaciones estarían a cargo de los científicos egipcios Yehia Gad y Somaia Ismail, del Centro Nacional de Investigaciones de El Cairo. También decidimos practicar tomografías computarizadas a todas las momias bajo la supervisión de Ashraf Selim y Sahar Saleem, miembros de la Facultad de Medicina de la citada universidad.
Conocíamos ya las identidades de cuatro momias, incluidas la de Tutankamón, que seguía en su tumba del Valle de los Reyes, y otras tres exhibidas en el Museo Egipcio: Amenhotep III, así como Yuya y Tuyu, progenitores de la gran reina Tiy, esposa de Amenhotep. Entre los ejemplares no identificados se encontraba un varón hallado en la misteriosa tumba KV55 del Valle de los Reyes. No obstante, teníamos evidencias arqueológicas y textuales que apuntaban a que el cuerpo pudiera ser la momia de Akenatón o Semenejkara.
Nuestra búsqueda de la madre y la esposa de Tutankamón se enfocó en cuatro momias femeninas no identificadas. Dos de ellas, denominadas Dama Mayor y Dama Joven, fueron descubiertas en 1898 sin vendajes y depositadas de manera descuidada en el suelo de una cámara lateral de la tumba de Amenhotep II (KV35) adonde, evidentemente, fueron transportadas por los sacerdotes alrededor del año 1000 a.?C., al finalizar el periodo del Imperio Nuevo. Las otras dos mujeres anónimas procedían de una pequeña tumba del Valle de los Reyes (KV21).
Por último, trataríamos de obtener ADN de los fetos encontrados en la tumba de Tutankamón ?perspectiva poco prometedora debido al deterioro de las dos momias?. Sin embargo, de tener éxito, encontraríamos las piezas faltantes de un rompecabezas real que abarcaba cinco generaciones.
Para conseguir muestras útiles, los genetistas tomaron tejidos de distintas partes del cuerpo de cada momia y siempre del interior de los huesos, donde no había riesgo de que el espécimen se hubiera contaminado con el ADN de arqueólogos anteriores o de los sacerdotes egipcios que realizaron el proceso de momificación. También se tuvo mucho cuidado de evitar cualquier contaminación por parte de los investigadores. Luego de extraer las muestras, el ADN fue separado de las sustancias indeseables, como ungüentos y resinas que los sacerdotes aplicaron para preservar los cuerpos. Dado que el material de embalsamamiento utilizado era distinto en cada momia, las técnicas para purificar el ADN también debieron individualizarse, pero siempre con el riesgo de destruir el frágil material en cada etapa del proceso.
El propio Tutankamón era el objetivo principal de estos estudios. Si lográbamos extraer y aislar su ADN, tendríamos el material genético del joven rey en una solución líquida transparente. Con gran consternación, vimos que las primeras soluciones adquirían un aspecto oscuro y turbio, así que debimos dedicar seis meses de trabajo arduo a encontrar la manera de eliminar la sustancia contaminante hasta producir una muestra adecuada para su amplificación y secuenciación.
Una vez que obtuvimos el ADN de las otras tres momias masculinas de nuestra población (Yuya, Amenhotep III y el misterioso hombre de KV55), emprendimos la tarea de esclarecer la identidad del progenitor de Tutankamón. En varias inscripciones que datan de su reinado, Tutankamón cita como su padre a Amenhotep III, pero la aseveración no es concluyente debido a que el vocablo utilizado también puede interpretarse como «abuelo» o «antepasado». Además, según la cronología generalmente aceptada, Amenhotep III falleció casi una década antes del nacimiento de Tutankamón.
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Muchos estudiosos opinan que el misterioso padre fue Akenatón y, para confirmar esta hipótesis, tenemos un bloque de piedra caliza fracturado, descubierto en las cercanías de Amarna, el cual muestra inscripciones que nombran a Tutanjatón y Anjesenpaatón como bienamados hijos del rey. Y ya que sabemos que Anjesenpaatón fue hija de Akenatón, cabe concluir que Tutanjatón (después llamado Tutankamón) también era hijo del faraón hereje.
Una vez aislado el ADN de las momias, el trabajo se redujo a comparar los cromosomas «Y» de Amenhotep III, KV55 y Tutankamón para determinar su parentesco (los varones de una misma familia presentan un patrón idéntico de ADN en ese cromosoma, ya que es la parte del genoma que se hereda directamente del padre). Pero, para establecer una relación precisa, era necesario practicar estudios genéticos mucho más sofisticados. Los cromosomas tienen regiones específicas bien identificadas donde las «letras» [o bases nitrogenadas] que integran el código genético (A, T, G y C) se repiten en patrones que varían mucho en cada persona. Esas variaciones representan la cantidad de veces que se repite una secuencia con las mismas letras. Por ejemplo, supongamos que una secuencia de letras se repite 10 veces en una región de alta variabilidad de un individuo, 15 veces en la misma región de un sujeto no emparentado, 20 veces en la de una tercera persona y así sucesivamente.
Con base en la cantidad de repeticiones, el FBI puede confirmar la culpabilidad de un sospechoso si 10 regiones de alta variabilidad de su ADN concuerdan con 10 regiones de alta variedad del ADN hallado en la escena de un crimen.
Ahora bien, para reunir a los miembros de una familia desintegrada hace 3 300 años no hace falta aplicar estándares tan estrictos como los utilizados en el esclarecimiento de un crimen y así, comparando sólo ocho regiones de alta variabilidad, nuestro equipo pudo establecer, con una probabilidad de 99.99%, que Amenhotep III fue el padre del hombre sepultado en KV55 y que este, a su vez, fue el progenitor de Tutankamón.
Ya teníamos el cuerpo del padre de Tutankamón, pero aún no conocíamos su identidad y nuestros principales sospechosos eran Akenatón y Semenejkara. La conclusión derivada de la mayor parte de los análisis forenses era que el hombre de KV55 no tenía más de 25 años al morir y, por tanto, era demasiado joven para ser Akenatón, quien, al parecer, engendró dos hijas antes de comenzar su reinado de 17 años. En consecuencia, la mayoría de eruditos tenía la certeza de que la momia en cuestión era el misterioso faraón Semenejkara.
Para resolver el misterio de una vez por todas, llamamos a otro testigo. La Dama Mayor (KV35EL) es una mujer hermosa, aun momificada, con una cabellera rojiza larga cayéndole sobre los hombros. Uno de sus cabellos había sido correlacionado morfológicamente con un mechón oculto dentro de un nido de féretros en miniatura hallado en la tumba de Tutankamón e inscrito con el nombre de la reina Tiy, esposa de Amenhotep III y madre de Akenatón. La comparación del ADN de la Dama Mayor con el de las momias de los progenitores de Tiy (Yuya y Tuyu, identificados tiempo atrás) confirmó que dicha dama era, de hecho, la célebre Tiy, quien ahora nos ayudaría a confirmar si el hombre de KV55 había sido su hijo.
Para nuestra satisfacción, la comparación de ADN confirmó el parentesco. Asimismo, tomografías adicionales de la momia masculina de KV55 revelaron una degeneración de la columna, consecuencia de la edad, amén de la presencia de osteoartritis en las rodillas y piernas. A todas luces, el hombre no había muerto a los 25 años como se creía originalmente, sino alrededor de los 40. Resuelta la discrepancia de edades,pudimos concluir con gran certidumbre que el hombre de KV55 era Akenatón, hijo de Amenhotep III y Tiy, y padre de Tutankamón (aunque, como sabemos muy poco sobre Semenejkara, no podemos descartarlo por completo).
Nuevas tomografías de las momias acabaron también con la idea de que la familia adolecía de alguna enfermedad congénita (como el síndrome de Marfán) a la que pudieran atribuirse los rostros alargados y el aspecto feminizado de las obras de arte del periodo de Amarna. Por consiguiente, es muy posible que las representaciones andróginas de Akenatón hayan sido producto de una reflexión estilística sobre su identificación con el dios Atón, quien era a la vez una deidad masculina y femenina y, consecuentemente, la fuente de la vida.
¿Qué decir de la madre de Tutankamón? Con gran sorpresa, el ADN de la llamada Dama Joven (KV35YL), hallada junto a Tiy en la alcoba de KV35, se correspondía con el ADN del rey niño. Y aún más sorprendente: su material genético demostraba que, igual que Akenatón, era hija de Amenhotep III y Tiy. En otras palabras, Akenatón engendró un hijo con su propia hermana y ese niño llegaría ser conocido como Tutankamón.
Con base en estos hallazgos, ahora sabemos que es muy improbable que alguna de las esposas conocidas de Akenatón (Nefertiti y su segunda esposa, Kiya) haya sido la progenitora de Tutankamón, ya que el registro histórico no indica que fueran hermanas del rey. Y aunque conocemos los nombres de las cinco hijas de Amenhotep III y Tiy, tal vez nunca sepamos cuál de esas jóvenes concibió un hijo de su hermano, Akenatón. El incesto era muy frecuente en las antiguas casas reales de Egipto, pero en este caso me atrevo a aventurar que dicha costumbre fue la causa de la muerte prematura del faraón adolescente.
Los resultados de nuestros análisis de ADN, publicados en la edición de febrero de Journal of the American Medical Association, me convencieron de que la genética es una nueva y poderosa herramienta para expandir nuestros conocimientos de la historia egipcia, sobre todo en combinación con los estudios radiológicos practicados a las momias y la información asentada en el registro arqueológico.
Esto se hizo aún más evidente al buscar las causas de la muerte de Tutankamón. Cuando comenzamos el nuevo estudio, Ashraf Selim y sus colegas descubrieron en las tomografías algo que habíamos pasado por alto: la extremidad izquierda del rey niño presentaba una deformidad llamada pie equinovaro o zambo; también faltaba un hueso en uno de los dedos del pie y otros huesos de la extremidad fueron destruidos por necrosis, literalmente, «muerte de tejidos». Como confirmación de esta hipótesis, diversos estudiosos apuntan al hallazgo de bastones completos o fragmentados en la tumba de Tutankamón, algunos de ellos desgastados por el uso.
Aunque hay quienes argumentan que dichos instrumentos eran símbolos comúnmente asociados con el poder y que el daño en el pie de Tutankamón pudo ocurrir durante el proceso de momificación, nuestro análisis reveló que la necrosis había precipitado la formación de nuevos tejidos óseos, confirmando que la afección estuvo presente a lo largo de la vida del monarca. Además, de todos los faraones, Tutankamón es el único que fue retratado sentado mientras realizaba actividades como disparar con el arco o lanzar un bumerán. De modo que no fue un monarca que sostuviera el báculo como mero símbolo de poder, sino un joven que necesitaba un bastón para caminar.
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El padecimiento óseo de Tutankamón era ciertamente discapacitante, pero no mortal y por ello, para analizar posibles causas ulteriores de su fallecimiento, realizamos pruebas para detectar rastros genéticos de diversas enfermedades infecciosas. Con base en la presencia de ADN de diversas cepas de un parásito llamado Plasmodium falciparum llegaron a la conclusión de que Tutankamón sufrió de malaria y que, de hecho, en varias ocasiones desarrolló la forma más grave de ese mal.
¿Acaso la malaria puso fin a su vida? Es posible. La infección precipita una respuesta inmunológica mortal que ocasiona el colapso del sistema circulatorio, hemorragias, convulsiones, coma y, finalmente, la muerte. Sin embargo, como han señalado otros científicos, es posible que la malaria fuera un mal común de la región en aquellos días y, por ello, Tutankamón debió haber desarrollado inmunidad parcial al padecimiento.
En mi opinión, la salud de Tutankamón estuvo en riesgo desde la concepción, pues padre y madre eran hermanos carnales. Además del Egipto faraónico, la historia registra otras sociedades que institucionalizaron el incesto real debido a que ofrecía ventajas políticas (ver el apartado «Riesgos y ventajas del incesto en la realeza», página 28), no obstante sus peligrosas consecuencias. El matrimonio entre hermanos incrementa las probabilidades de transmitir copias idénticas de genes perniciosos que vuelven a los hijos más susceptibles de desarrollar una gran variedad de defectos genéticos ejemplificados, quizá, por la malformación del pie de Tutankamón; y no sólo eso, pues nuestra investigación ha levantado la sospecha de que el rey niño nació con un segundo defecto congénito: un leve caso de paladar hendido. Si además de estos problemas tuvo que contender con otros trastornos genéticos, cabe imaginar que un grave ataque de malaria o la fractura de su pierna terminaran por doblegar un cuerpo que no resistía más.
Otro testimonio conmovedor del legado del incesto acompañó a Tutankamón hasta la tumba. Aunque no se ha confirmado, nuestras investigaciones indican que uno de los fetos momificados que yacían en el sencillo mausoleo del rey es el cuerpo de su hija; de hecho, es factible que el otro feto también haya sido un producto malogrado de su descendencia. Por lo pronto, sólo disponemos de información parcial sobre dos momias femeninas halladas en KV21, pero una de ellas (KV21A) pudo ser la madre de ambas criaturas y, de esta manera, la esposa de Tutankamón: Anjesenamón quien, según los registros históricos, fue hija de Akenatón y Nefertiti y, por tanto, media hermana del farón adolescente. De lo anterior podemos concluir que otra posible consecuencia de la endogamia es que los defectos congénitos adquiridos en el momento de la concepción impiden que los embarazos lleguen a feliz término.
Y así concluye el drama, al menos por ahora, con el joven monarca y su reina esforzándose, inútilmente, en concebir un heredero vivo para el trono de Egipto. Entre los numerosos y espléndidos artefactos enterrados con Tutankamón se cuenta una cajita de paneles de marfil, tallada con una escena en la que Tutankamón aparece apoyado en su bastón mientras su esposa le tiende un ramo de flores: una de numerosas imágenes que plasman el idílico amor de la pareja real. Sabemos que, al morir Tutankamón, una reina egipcia (posiblemente Anjesenamón) pidió al mayor enemigo de Egipto, el rey de los hititas, que mandara un príncipe para desposarla porque «mi esposo ha fallecido y no tengo sucesor alguno». El monarca envió a uno de sus hijos, pero este murió antes de llegar a Egipto, tal vez asesinado por Horemheb, comandante en jefe de los ejércitos de Tutankamón quien, a la larga, se apoderó del trono. No obstante, Horemheb también pereció sin descendencia y dejó el trono en manos de otro comandante del ejército.
El nombre de ese nuevo faraón fue Ramsés I y con él nació otra dinastía que, bajo el reinado de su nieto, Ramsés el Grande, condujo a Egipto a la cúspide del poder imperial. Más que cualquier otro, este último faraón se empeñó en borrar de la historia todo rastro de Akenatón, Tutankamón y los demás «herejes» del periodo de Amarna. Pero ahora, con nuestras investigaciones, rendimos homenaje a aquellos antiguos faraones y nos esforzamos en mantener vivo su recuerdo.
Este reportaje corresponde a la edición de Septiembre 2010 de National Geographic.
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