Una mujer huesuda y colorida, el objetivo de artesanos en Capula, Michoacán.
La figura esquelética de la catrina es una de las imágenes más representativas de la identidad mexicana en el Día de Muertos desde que la creara el grabador José Guadalupe Posada y, posteriormente, fuera bautizada por el muralista Diego Rivera.
Su imagen huesuda, esbelta y decorada no puede faltar en la realización de ofrendas a los difuntos, cuyas almas, según la creencia popular, regresan a la Tierra para la fecha de difuntos, el 1 y 2 de noviembre.
Más de 3,000 catrinas de barro lucen estos días su sonrisa en la Feria de Capula, una localidad ubicada a 17 kilómetros de Morelia, la capital del estado de Michoacán, en la parte central de México. Allí, alrededor de 150 artesanos exponen sus obras minuciosamente talladas con diversos estilos y ornamentos.
Están desde los que diseñan la imagen clásica de la catrina con los sombreros amplios de encaje, la estola con forma de serpiente y los vestidos elegantes de inspiración francesa, hasta los que incorporan una variedad de elementos que se renuevan de manera constante, como las calabazas, chiles, panes, peinetas, pájaros o pequeñas calaveras.
Lo invariable: la eterna sonrisa de la catrina, su base esquelética y el colorido.
Juan Carlos Cortés, uno de los veteranos artesanos que participa en la feria, cuenta que es el creador de la primera catrina con forma de mariposa monarca, a la que llamó «Emperatriz Monarca», y que tiene una altura de 2.10 metros.
«Cada artesano busca la innovación en su obra», afirma. En su caso, su máxima aspiración consiste en lograr una pieza de tres metros de altura.
Su maestro fue el hijo de Álvaro de la Cruz, uno de los artesanos de la catrina con mayor prestigio hasta ahora en Capula, quien a su vez fue discípulo de Juan Torres, el reconocido impulsor de este tipo de figura de barro.
De hecho, Torres se encargó de promover la técnica del pastizaje para su elaboración, que consiste en mezclar tres tipos de barro: el negro, rojo y blanco. Cortés explica que se trata de un proceso «delicado y complejo», que puede llevar varios meses para completar la obra.
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Evelia Villeja tiene alrededor de 300 catrinas expuestas para la venta en la feria, que dura diez días y finaliza el 4 de noviembre. Las figuras oscilan entre los 30 y 500 pesos (2.3 a 38 dólares) en función de los tamaños.
Su esposo, Sergio Ruiz, se dedica a este tipo de artesanías desde hace cinco años. Ella se encarga del trabajo final de pintura y colocación de adornos en la obra.
Aunque confiesa que al principio le costó mucho superar «la aversión personal» que sentía por el significado mortuorio de la figura, con el tiempo se dio cuenta de algo aún más importante: «La catrina es la que nos da de comer y por eso siempre le digo a mi esposo que tenemos mucho que agradecerle».
Desde que la famosa calaca de barro se convirtió en el objeto más demandado de la actividad de alfarería, que es el principal sustento económico de Capula, los artesanos duplicaron sus ingresos.
El presidente de la Asociación de Artesanos, Alejandro Jacobo Pineda, señala que de los 450 talleres que hay en la localidad, 100 se dedican a la producción de catrinas: «Durante todo el año se preparan para esta feria porque está demostrado que resulta rentable y se puede vender más de la mitad de las piezas tan sólo en este evento».
El festival de las también conocidas como «huesudas» ha logrado situar a Capula entre los mayores productores del país, junto a estados como Guanajuato, Guadalajara o el Distrito Federal, según afirma Pineda.
El colectivo de alfareros trabaja con el objetivo de ampliar el volumen de exportaciones, que en la actualidad supone sólo el cinco por ciento de la producción total, principalmente a países como Holanda, España, Estados Unidos y Argentina. En este sentido, el mayor inconveniente consiste en el embalaje de las piezas.
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Más de 20,000 personas asistieron a la inauguración del evento, que este año cumple su cuarta edición. Varias mujeres dieron vida a la catrina con vestidos confeccionados con tela, flores y encajes de intensos coloridos, así como los rostros pintados en blanco y negro.
Para Violeta Reina, que es psicóloga y visitaba la feria por primera vez, la elegante y famélica dama manifiesta una manera de «canalizar el miedo a la muerte y a lo desconocido, que tal vez en México se experimenta de forma más intensa que en otras culturas, pero por la misma razón esto conlleva a convertirlo en lo contrario, que es la ironía».