Para los egipcios, explica la historiadora del arte Nuri Contreras, «el Nilo era un espejo del Más Allá«. Por ello, a lo largo del cauce se calcó cómo sería el camino para alcanzar la vida eterna. Así como en el norte del Imperio había un campo de lirios fluviales, explica la especialista en una entrevista exclusiva para National Geographic en Español, después de la muerte les esperaría el Aaru: la vida de perfecta plenitud después de la muerte.
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El Aaru, explica Contreras, se parece a la idea de ‘Paraíso’ que cultiva la tradición judeocristiana. De hecho, el ‘Cielo’ occidental bien podría ser una calca del Aaru egipcio, apunta la especialista. A diferencia de la concepción cristiana, sin embargo, este lugar de descanso perpetuo no se encontraba en ‘las alturas’, sino que era una sección especial del inframundo, dedicada exclusivamente a los corazones livianos.
Según la mitología egipcia, este espacio vendría después de transitar el Duat: el lugar donde reinaba Osiris, el dios de los muertos, junto con sus hermanos, consortes y otras deidades importantes. Todos lo que se conoce actualmente sobre este espacio quedó registrado en los Libros de los Muertos: un compendio de acertijos, hechizos y conjuros que el alma de las personas necesitaría para alcanzar el Juicio de Osiris.
Al llegar a este encuentro, el corazón de la persona se pesaría contra la diosa de la Justicia, Maat. En forma de pluma, la diosa se pondría del otro lado de la balanza sagrada. Si ella era más liviana, el corazón sería devorado por Ammit, el dios cocodrilo encargado de deshacerse de las almas impuras. Entonces, la consciencia de la persona se desintegraría —y no experimentaría jamás la paz perpetua del Aaru.
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Existe la idea errona, explica World History Encyclopedia, de que el Libro de los Muertos era una especie de Biblia egipcia. Cada edición era completamente diferente a la otra, porque se escribía específicamente para la persona que falleció. Para nadie más.
Por esa razón, explica Contreras, no podía estar estandarizada, ni ser un compendio de creencias como tal: si acaso, fungía como un manual para llegar al Aaru de la mejor manear posible, que se enterraba junto con sus restos en el sarcófago. Sólo así podrían tener acceso al ‘Campo de los Juncos’, como se alude también a este espacio de plenitud absoluta.
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A diferencia de la idea judeocristiana, el Aaru era una continuación de la vida en la Tierra. En realidad, los egipcios veían la muerte como un paso más para llegar a su siguiente existencia, no como un punto final en el camino.
Originalmente, según los antiguos Textos de las Pirámides, sólo los dirigentes egipcios podrían tener acceso a este espacio después de la muerte. Sin embargo, la concepción cambió hacia el 1,600 a.C.: todos los seres humanos podrían tener acceso al Aaru —si su corazón era lo suficientemente liviano.
Una vez que las almas conseguían pasar del otro lado del Lago de los Lirios —el pasaje para finalmente cruzar al Aaru—, se reencontrarían con sus seres queridos que ya habían fallecido, así como con mascotas amadas que trascendieron. No sólo eso: retomarían su vida cotidiana, tal y como la habían dejado en la Tierra.
Por ello, la vida después de la muerte también tendría sus obstáculos, enemigos y situaciones por evitar. Sin embargo, de haber conducido una vida virtuosa, «las almas sí podrían acceder a un estado de plenitud absoluta eventualmente», detalla la especialista. Y así continuarían, por toda la eternidad.
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