Antes del nazismo, un instituto alemán se consolidó como el epicentro de la liberación de la comunidad LGBTQ. Durante 40 años, los activistas han buscado su legendaria colección.
Este artículo escrito por Nina Strochlic fue originalmente publicado en
The great hunt for the world’s first LGBTQ archive
A inicios de la década de 1990, el estudiante canadiense Adam Smith abrió un basurero en el sótano de su edificio de departamentos en Vancouver, Canadá, y descubrió una pila de viejos portafolios. En uno de ellos había una máscara mortuoria de yeso realizada a partir del rostro de un hombre con poblados bigotes. En otros portafolios se encontraban diarios, papeles y fotografías. Smith dedujo que el hallazgo había pertenecido a un residente chino de avanzada edad que había fallecido recientemente en el edificio. Incapaz de permitir que éste se perdiera, lo trasladó a su departamento y publicó una nota con los nombres que encontró en un foro del entonces joven internet. Así inició la búsqueda por el primer archivo LGBTQ del mundo.
“SE BUSCA: alguien que conozca al Dr. Magnus Hirschfeld o Li Shiu Tong”. Se preguntaba, escribió, “si son de importancia o interés”.
Una década después, conocería la respuesta.
En los 30, el mundo conoció a Hirschfeld como el “Einstein del sexo”. El afamado médico y sexólogo judío alemán dirigió el Intsitut für Sexualwissenschaft (Instituto para la Ciencia Sexual), una biblioteca, centro de investigación y clínica en Berlìn. Allí supervisó las primeras cirugías de confirmación de género de la época moderna, llevó a cabo amplios estudios sobre la homosexualidad y presionó al gobierno para el reconocimiento de los derechos LGBTQ. Su biblioteca contenía miles de libros sobre relaciones del mismo sexo, erotismo y género. Cuando los nazis llegaron al poder, el instituto fue saqueado, su biblioteca fue quemada y Hirschfeld, que se encontraba en una gira mundial de conferencias, fue exiliado en Francia.
Cuando Hirschfeld murió, apenas dos años después, dejó sus pertenencias a Li, un joven estudiante de medicina chino, que había sido su asistente y pareja sentimental.
Para Smith, Li no era más que un vecino discreto a quien veía sólo de paso en los elevadores del edificio que compartían. Fue una noche, una década después del fallecimiento de Li, que un investigador alemán llamado Ralf Dose exploraba tableros en línea cuando se topó con la vieja publicación de Smith. Desde la década de 1980, Dose, quien es secretario general y cofundador de la Sociedad Magnus Hirschfeld, ha rastreado lo poco que sobrevivió del Instituto para la Ciencia Sexual. Localizar a Smith requirió de más trabajo. Aunque se había mudado a Toronto, no se había deshecho de la maleta que contenía las pertenencias de Li. En 2003, Dose voló desde Alemania para recolectarlo.
Armando un archivo global
Durante los últimos 40 años, Dose y otros investigadores voluntarios han seguido la pista del archivo de Hirschfeld en todo el mundo, rastreando nombres de sus colaboradores y sus descendientes, revisando bibliotecas, archivos y tiendas de antigüedades. Hasta ahora han encontrado 35 de los 10,000 volúmenes con que originalmente contaba el instituto, más 25 pertenecientes a otras colecciones de Hirschfeld. Ocasionalmente estas piezas vienen directo a la Sociedad: mensajes de voz dejados en la contestadora por descendientes de los hermanos de Hirschfeld, correos electrónicos de herederos de libros con el sello distintivo del Instituto, visitantes inesperados con donaciones desconocidas. Es, sin embargo, en gran parte resultado del esfuerzo de investigadores incansables que, como Dose, siguen las huellas de pistas microscópicas.
No escasean los momentos memorables en esta línea de trabajo detectivesco, afirma Dose, un afable hombre de 72 años con un manchón de cabello blanco que ha dedicado su vida a desenterrar las raíces del movimiento de liberación gay: Está el encuentro con una refinada señora mayor, quien era hija de un médico que trabajó con Hirschfeld, que, tras el café y el pastel, le entregó a Dose una caja de antiguos juguetes sexuales japoneses.
“Magnus Hirschfeld se los dio a mi padre”, recuerda que le dijo. “Me gustan mucho pero no puedo ponerlos sobre el piano porque la gente diría cosas”.
Está la fortuita reunión con la intendente del Instituto, quien describió su estancia como el periodo más feliz de su vida y les contó la historia de cómo pasaron un enorme falo indonesio de piedra por las aduanas alemanas.
En 1897, Hirschfeld ayudó a fundar el Comité Científico Humanitario, en parte como una indignada respuesta al juicio del escritor Oscar Wilde en Inglaterra dos años antes, bajo 25 cargos de “indecencia agravada” relacionados con sus relaciones homosexuales. Hoy en día se le considera el primer grupo de intervención por los derechos LGBTQ. En los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, la relativamente progresista República de Weimar cimentó la liberada escena gay de Berlín, repleta de escandalosos cabarets, aliados de alta categoría y gran libertad. Según Hirschfeld, existían 43,046,721 tipos distintos de sexualidad humana.
“El amor es tan variado como las personas”, declaró una vez.
El primer instituto sexual del mundo
En 1919, Hirschfeld abrió el Instituto para la Ciencia Sexual, el primero de su tipo en el mundo, en una suntuosa mansión cerca del Parque Tiergarten en Berlín. Su biblioteca albergaba la mayor colección de libros sobre sexualidad de la época, en su gran salón se llevaban a cabo conferencias y en su museo los visitante tenían acceso a una colección de artefactos de todo el globo. En la clínica, las mujeres trans podían recibir cirugías de conformación de género por parte de los doctores.
Cuando los nazis subieron al poder, Hirschfeld se encontraba en una extensa gira mundial. En 1930, en Nueva York, se codeó con el poeta Langston Hughes, el abogado de derechos humanos Clarence Darrow y la defensora de la anticoncepción Margaret Sanger. Siendo una personalidad pública vinculada con los derechos gay, y con ascendencia judía, Hirschfeld no pudo regresar a casa. En 1932 se estableció en Suiza, luego en Francia, donde pudo ver en las noticias cómo su instituto era saqueado por las juventudes nazis y cómo, días más tarde, una hoguera masiva para las colecciones de su biblioteca era supervisada por oficiales paramilitares nazis.
“Cuando Magnus Hirschfeld se vio forzado a abandonar Alemania, estaba convencido de que en pocos años se lograría progreso”, afirma Dose. “Estaba lleno de esperanza en que habría un movimiento internacional que acompañaría las causas de las minorías sexuales. De repente todo se frenó… No sólo aquí, sino también en otros países.”
Hirschfeld murió de un infarto el día de su 67° cumpleaños, en Francia, en 1935. Su sucesor más próximo no emergería sino hasta más de una década después, con el surgimiento del Instituto para la Investigación Sexual en América, de Alfred Kinsey.
Asesinatos masivos de personas LGBTQ
Bajo el gobierno nazi, las personas LGBTQ, junto con gente de origen judío y roma, disidentes políticos y otros individuos tachados de indeseables, fueron mandadas a campos de exterminio. Tomaría mucho tiempo para que el movimiento por los derechos gay en Alemania se volviera a levantar y retomara el impacto que había tenido en los 30. Una anticuada sección del código penal, párrafo 175, condenaba la homosexualidad con prisión. Hirschfeld había presionado para su eliminación -juntando para ello firmas de personajes notables como Albert Einstein y Thomas Mann- pero aun después de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de la Alemania Occidental abrió 100,000 casos gracias al uso de esta ley decimonónica, que se eliminó de los libros hasta 1994.
Cuando el movimiento por los derechos gay resurgió en los 70, no fue dirigido por burgueses y profesionales como en la época de Hirschfeld, sino por estudiantes. Entre ellos estaba un pequeño grupo, en el que se contaba Dose, que impulsó la creación de la Sociedad Magnus Hirschfeld.
En 1982, mientras Alemania se preparaba para los 50 años de la subida al poder de los nazis, varios jóvenes activistas gays, incluyendo a Dose, buscaron difundir e investigar sobre la persecución y el activismo LGBTQ. Tanto él como muchos otros querían aprender sobre sus predecesores en los años 20, figuras como Hirschfeld, quienes habían dado grandes pasos hacia la liberación antes de ser exiliados o asesinados por los nazis.
Con ayuda de la comunidad judía de Berlín, Dose y sus amigos organizaron una serie de conferencias para recordar el cincuentenario de la destrucción del Instituto para la Ciencia Sexual. Las colecciones de la biblioteca del Instituto comenzó a llamarles la atención.
“Todos nos decían que no quedaba nada”, comenta Dose. “El instituto fue allanado, luego fue bombardeado, las personas [relacionadas a él] habían muerto. Todo se había perdido. Por otro lado, nadie había buscado”.
Reconstruyendo el pasado
Iniciaron juntando pistas: sabían que Hirschfeld había viajado con una importante colección en su gira, que había terminado en Francia; sabían que alguien había negociado a su nombre con los nazis para adquirir 20 cajas de materiales de la biblioteca antes de que sus colecciones se quemaran. Esperaba reabrir el Instituto en París, pero el material acabó almacenado, posiblemente en Niza o en París. Cuando murió, dejó sus objetos personales a dos herederos. Uno de ellos era Li Shiu tong.
Este año, un financiamiento de la recién formada Fundación Alemana de Arte Perdido, que busca recuperar objetos de arte y herencias culturales robados en la Segunda Guerra Mundial, permitirá que dos investigadores construyan un catálogo de lo que alguna vez albergó el Instituto para la Ciencia Sexual, de lo que se ha encontrado y de lo que aún está perdido. Parte de este trabajo es intuitivo: se puede tener cierta certeza de el Instituto tendría publicaciones de la más avanzada investigación sexual, desde textos médicos hasta novelas, pero los objetos decomisados por los nazis primero fueron distribuidos a otras bibliotecas, luego fueron redistribuidos por los ejércitos ingleses y estadounidenses, repartiéndose por los centros culturales de Europa.
Una extensa biblioteca primer archivo LGBTQ
Los títulos descubiertos hasta ahora incluyen La ropa femenina y su desarrollo natural, publicado en 1904 (localizado en Berlín); una copia de 1920 de Tres ensayos de teoría sexual, de Sigmund Freud (localizada en Praga); y Vita homosexualis, por el activista gay August Fleischmann (localizado en una librería polaca con una nota que decía que había sido separado para destruirse en 1933). Este catálogo se distribuirá a museos y colecciones de todo el mundo con la esperanza de que lo empleen para buscar entre sus colecciones el sello característico del Instituto para la Ciencia Sexual.
En la lista de Dose hay una atractiva colección de material perdido que fue mencionado en diarios y catálogos. Una colección era de particular interés para los nazis: los expedientes de los pacientes del Instituto. Estos registros detallaban las visitas a los médicos que trabajaban en el instituto, desde estudios ginecológicos hasta asesoría para cambio de género, pasando por tratamientos para enfermedades venéreas.
Los documentos LGBTQ perdidos
Es posible que alguien del Instituto reconociera las señales del ascenso nazi y previera que miles de personas correrían peligro si sus nombres cayeran en manos equivocadas. En una entrada de diario hallada por Dose, un joven trabajador relata cómo se le pidió llevar un cargamento de papeles a un escondite. En el camino, recordaba el narrador, el carro se volteó frente a un oficial nazi, que ayudó a reacomodarlos sin saber el contenido ilegal de éstos. Se dice que miembros del Instituto, pertenecientes al partido comunista, llevaron de contrabando los expedientes a Moscú. No se ha encontrado rastro de ellos.
Otro punto en la lista de Dose es el “cuestionario psico-biológico”. Cada persona que visitaba el Instituto debía llenar este formulario anotando sus preferencias sexuales, estilo de vida y personalidad. Sólo se ha localizado una copia respondida en la Biblioteca Estatal de Berlín, pero se estima que el Instituto conservaba unas 40,000 para fines de investigación.
Más allá de la liberación gay
A medida que juntaba estos hallazgos, Dose se daba cuenta de que el enfoque de Hirschfeld iba más allá de la liberación gay. “Para nosotros era un héroe del movimiento gay; uno de los pocos ancestros que conocíamos”, declara. Pero a medida que aparecía información perdida, fue quedando de manifiesto el involucramiento del Instituto en asuntos como los derechos reproductivos, la salud sexual, los derechos de las mujeres y, más tarde, los derechos de las personas transgénero.
“Así”, dice, “el rango de nuestra investigación se amplificó, y el rengo de nuestras ideas sobre el Instituto también es mucho más amplio ahora”.
La Sociedad Magnus Hirschfeld quería que el gobierno alemán ayudara a reconstruir el Instituto para la Ciencia Sexual, pero la disposición política nunca se materializó. Por décadas, los políticos se negaban a relacionarse con el tema, dice Dose. No fue sino hasta la década de 1990 que el movimiento LGBTQ obtuvo el poder que había tenido en la época de Hisrchfeld.
“Había una infraestructura gay-lésbica en Alemania – bares, clubes, el Instituto y otras organizaciones- que se destruyeron. La gente se mandó a prisión y a campos de concentración. Queríamos compensación por parte de las autoridades alemanas”, afirma Dose. Cuando estos esfuerzos no dieron fruto, “nosotros mismos reconstruimos el Instituto”.
Una recuperación en camino
Hoy, su pequeña biblioteca atrae a investigadores, estudiantes y al público interesado en la historia LGBTQ, pero es apenas la sombra de la red de investigación internacional que Hirschfeld armó. Media docena de voluntarios entregan su tiempo para mantener el funcionamiento de la Sociedad, que recibe un pequeño apoyo del gobierno berlinés que le permite pagar la renta. Abre sólo cuatro horas por semana.
La Sociedad espera fusionarse próximamente con la biblioteca y los archivos lésbicos y feministas de Berlín para formar un archivo queer de amplio acceso para investigación y espacios comunes. Están juntando los 10 millones de euros que se requieren para reconstruir un edificio y contratar un equipo profesional.
El encuentro con el pasado
La búsqueda de los papeles de Hirschfeld, por ahora, es un proyecto que los voluntarios realizan apasionadamente. Hace dos años, de vacaciones en el Sur de Francia, Dose encontró tiempo para visitar algunas colecciones etnográficas, consiguiendo fotografiar artefactos que probablemente llegaron con Hirschfeld en su exilio. Visitó librerías de viejo buscando libros en alemán. No halló nada, pero en el mismo viaje conoció a la sobrina nieta de Hirschfeld, quien creció en Australia y se encontraba en Francia en una visita de trabajo. Ella le pidió a Dose que la llevara a conocer la tumba de su tío abuelo.
Cuando Hirschfeld fue enterrado, el cementerio de Niza tenía vista al mar. Hoy está rodeado de edificios y un aeropuerto. La lápida de Hirschfeld, grabada con su retrato, fue cubierta con pequeñas piedras por los visitantes que siguen la tradición del luto judío.
Estuvieron en la tumba, complacidos al ver que recibe buenos cuidados. Dose regresaría a Alemania sin nuevas adiciones a la colección, pero sabía que llegarían más, gracias tanto a la suerte como a las pesquisas que lentamente han llenado los anaqueles de la Sociedad Magnus Hirschfeld a lo largo de 40 años.
“Hemos aprendido a ser pacientes”, dice Dose. “Si esperas, las cosas llegan”.
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