Más de medio milenio después, revisitamos la ciudad más grande de América y sus cambios después de la conquista junto a dos expertos: Jessica Ramírez y Antonio Rubial
El lugar que hoy conocemos como Ciudad de México –y que en tiempos prehispánicos llevaba el nombre de Tenochtitlan– ha sido desde siempre fascinante y cosmopolita. Antes de que los españoles pusieran pie en la capital mexica, ésta ya destacaba por ser una de las ciudades más importantes de América y se mantuvo así después de la conquista. Tenía además un rasgo único: se construyó sobre un islote en medio de un lago. Según el doctor en historia, Antonio Rubial, es probable que no sólo se tratara del asentamiento más poderoso de su región, sino de todo el continente.
Por otro lado, la también doctora en historia Jessica Ramírez nos recuerda que esa ciudad fascinante sigue cautivando a visitantes y locales al día de hoy. En una entrevista exclusiva para National Geographic en Español nos explican por qué.
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La develación de un tesoro
Con una organización impresionante, Tenochtitlan fue uno de los centros urbanos más atractivos en América para los españoles, sin embargo la elección no fue azarosa. La ciudad ya contaba con un sistema político, social, económico y cultural perfectamente coordinado.
«Los españoles utilizaron una organización preexistente muy funcional,» explica Rubial. «No es gratuito que sea en estos espacios donde había estructuras político-administrativas muy sólidas. Ahí es donde se establecen los virreinatos»
Como nos cuenta el especialista, más allá de los grandes tesoros que son los materiales preciosos, encontraron algo que valía mucho más: una sociedad organizada que podrían explotar para extraer los recursos de una nueva tierra.
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Una ciudad anfibia
La doctora Ramírez mira hacia el pasado para recordarnos que los problemas de hoy en día vienen de una disolución de las dinámicas ambientales que tenían los locales antes de la conquista. De acuerdo con la investigadora, la transformación fue radical.
«Tanto por una cuestión de cosmovisión como por una cuestión de cómo funcionaba su sociedad, [la urbe] estaba muy cercana al agua», narra. «Vamos a pasar de una ciudad acuática a una ciudad anfibia en el siglo XVI, pues mientras el transporte se volvía terrestre, todavía había presencia de movilidad en los canales. Era una ciudad que se movía entre ambos mundos.»
Con dichos cambios, el paisaje atravesó una profunda metamorfosis. Las talas masivas que buscaban proporcionar madera a las construcciones coloniales terminaron siendo un factor decisivo que propició la erosión del suelo. Asimismo, el poco conocimiento del manejo del agua jugó un papel fundamental en la mutación de un ecosistema en el que hasta el momento había habitado la capital imperial.
Ramírez ahonda en la destrucción del albarradón de Nezahualcóyotl, ya que era un mecanismo fundamental para la separación de las aguas dulces y saladas. Cuando este sistema deja de cumplir con su función, la producción de alimentos cambia por completo.
Un corazón que late, incluso después de la conquista de América
Pese a los impresionantes cambios que atravesó la capital del imperio mexica a lo largo de su vida, ambos historiadores coinciden en que la identidad de México-Tenochtitlan sobrevivió al paso de los siglos. Las antiguas acequias se convirtieron en las avenidas que hoy recorren miles de coches; las plazas públicas siguen siendo puntos de reunión para las personas que viven a sus alrededores. Lo material fue destruido, pero su espíritu nunca desapareció.
«Aunque ya no existe la ciudad [prehispánica], la base urbana que creó México-Tenochtitlan sigue presente y está vigente como parte del entramado urbano del Centro Histórico de la Ciudad de México», concluye Rubial.
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