Es verdad… su atuendo nos recuerda terriblemente a The Handmaid’s Tale, con la cabeza cubierta por un velo blanco y una capa oscura, tan larga que roza el suelo. También, nos remite al hábito de una monja, sin embargo, las beguinas eran mujeres libres que formaron sus propias pequeñas comunidades en la Edad Media.
No tenían protección, y muy pocas contaban con recursos, pero realizaban actos de caridad y trabajaban para mantener su independencia. A pesar de no ser monjas, las beguinas consagraron su vida a Dios, y realizaron votos (no) perpetuos de castidad. La diferencia está en que ellas podían abandonar la asociación en el momento que les pareciese, e inclusive eran libres de casarse.
En su ardid de independencia, las beguinas se asociaron y construyeron pequeñas comunidades al margen de la ciudad. Así, mantuvieron una única regla: no dejar entrar a ningún hombre, por lo menos, no a vivir. Pronto, estas pequeñas ciudades adquirieron el nombre de beguinatos, palabra que dio origen a lo que ahora conocemos como coliving.
Si bien el movimiento surgió en Lieja y Flandes, pronto se expandió hasta Francia, en donde (sorprendentemente) el rey Luis XI puso a su alcance un par de terrenos. Y así, llegaron a existir más de 100 beguinatos en Europa.
Cada beguinato (o beguinaje) era autónomo y estaba dispuesto cerca o adentro de una ciudad. Al final del día, la vocación de las beguinas era ayudar, ¿a quién?, a huérfanos, ancianos, prostitutas y niñas embarazadas fuera del matrimonio que, en la mayoría de los casos, eran abandonadas por sus familias.
A pesar de no obedecer la jerarquía eclesiástica, sí tenían una líder, “La Maestra”, una superiora elegida por un consejo de beguinas. Fuera de esta similar resonancia con un convento, las beguinas rechazaban a la Iglesia católica, pues la consideraban corrupta y responsable de la falta de derechos a las mujeres.
Para financiar su vida de rezos, altruismo y libertad, las beguinas se dedicaron al trabajo manual: desde la incipiente industria textil hasta la escritura de manuscritos y la enseñanza.
Además de su trabajo, las beguinas eran artistas. Sobre todo, aquellas que provenían de clases más altas se dedicaron a la música, la pintura y la poesía. Encima de todo, fueron las primeras en rebelarse y dejar de usar latín en sus escritos. Siempre se opusieron a cualquier tipo de intervención en el contacto con el arte… así como no creían en la interpretación eclesiástica de Dios.
En los textos de las beguinas aparece el primer vestigio de la literatura mística. Tristemente, sus metáforas y símiles de Dios como objeto de su amor les trajeron problemas más adelante.
En específico, Margarita Porete fue la beguina que escribió El espejo de las almas simples, una desafiante obra que le costó la hoguera en 1310. Tratada de “pseudo mujer” en su juicio inquisitorial, Margarita se negó a renunciar a su escrito, y a sus ideales. Murió serena ante el suplicio.
Teólogos y otros clérigos
no tendréis el entendimiento
por claro que sea vuestro ingenio
a no ser que procedáis humildemente
y que amor y fe juntos
os hagan superar la razón,
pues son ellas las damas de la casa.
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A los beguinajes también llegaron mujeres acomodadas, que al morir lo dejaron todo para sus comunidades, que se fueron enriqueciendo poco a poco. A pesar de estar recluidas y ser seres altruistas, estas mujeres se enfrentaron a insultos que iban desde “santurronas” hasta “beatas”.
Las beguinas comenzaron a representar un poder amenazante para la Iglesia, por lo que un año después del asesinato de Margarita Porete, el Concilio de Vienna declaró su disolución.
En los últimos siglos, se ha intentado restaurar el estilo de vida de las beguinas en iniciativas modernas. Así, el caso de Béthel en Bruselas es el más reconocido.
Sucede que en 2010 existió una crisis de falta de monjas en un convento dominico. Así, las monjas lanzaron una convocatoria para mujeres laicas, pero creyentes que quisieran cohabitar el convento. Y así, viven las beguinas modernas, entre días marcados por la oración, independencia económica y una vida que también crece fuera del convento.
Este texto fue escrito por Aura Moreno Rosales, periodista de profesión y lectora suspirante. Le gusta trotar por el mundo, sobre todo si es a través de las palabras. Colabora como redactora en National Geographic en Español.
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